lunes, 16 de marzo de 2015

Capítulo 8 "El Ángel Guardián"

Aquí tenéis el capítulo 8 de "El Ángel Guardián". 

CAPÍTULO 8

 No creo que vaya a poder olvidar el momento en el que la pieza de metal que amarraba tan firmemente el saco a la viga se partió limpiamente en dos, y el saco cayó con un golpe seco en el suelo levantando una pequeña nube de polvo. Tampoco la abolladura en el saco del tamaño de una manzana grande. Ni la expresión de profunda decepción de Uriel. Y mucho menos la perturbadora sonrisa en el rostro de Castiel al darse como vencedor.
La cruda realidad cae sobre mí como una maza. Tierra, trágame. Trágame y que me muera ahora mismo.
Los gritos de Marcus resuenan por los altos muros de la sala, provocando un molesto eco.
—¿¡En qué demonios se supone que estabas pensando!?— la cara del hombre se retuerce en una mueca de rabia.
Castiel se encoje de hombros.
—He ganado— repite, sin ganas de dar explicaciones.
Marcus se frota las sienes con evidente enfado. Cosa bastante comprensible, a decir verdad.
—Haz el favor… de salir… de mi vista— dice secamente Marcus— Ahora. Mismo. — le pone mucho énfasis a estas últimas palabras.
Castiel ladea la cabeza y le sostiene la mirada. A mi lado, Uriel le lanza una mirada de advertencia, Castiel pone los ojos en blanco, y hace una seña con la cabeza a Uriel, hacia la puerta.
Los dos ángeles echan a andar a pasos ligeros hacia la puerta, y en el último momento Castiel se vuelve hacia Marcus.
—No te preocupes, te prometo que volveré— Marcus gruñe en respuesta— Sí, lo sé, yo también te echaré de menos.
Castiel esboza una sonrisa torcida y le lanza a nuestro instructor una parodia de beso. A mi alrededor, el resto de Aspirantes ríen, tensos. Eso parece complacer a Castiel, que sonríe con suficiencia y se marcha del salón.
Mitchie y yo intercambiamos miradas de escepticismo, desde ambos lados de la sala. Ver todas las fases de la rabia de Marcus es divertido. Siempre que no la lleve contra nosotros.
Nuestro entrenador se vuelve hacia nosotros.
—¿Y vosotros que estáis mirando?— ladra. Nosotros, sin querer meternos en sus asuntos, optamos por el silencio.
Nuestro respuesta solo parece enfurecer más a Marcus. Opción errónea.
—Iros de aquí. Tenéis media hora de descanso. Fuera— ordena.
No se lo hacemos repetir dos veces, y salimos en tropel de la sala, hablando todos a la vez. Nuestras voces se elevan por el pasillo y se entrelazan unas con otras, haciendo imposible oír a uno solo. Me pongo de puntillas para localizar a Mitchie, o a Kalie. A ella también la he perdido entre el montón de gente, y paso por uno de esos momentos en los que odio mi altura.
Mitchie es la primera en encontrarme, después de un par de minutos de búsqueda, y Kalie aparece poco después. Mitchie sugiere que vayamos a nuestra habitación, pero le rebato que no tenemos la llave, y tampoco creo que forzar la cerradura de nuevo sea buena idea.
Ella acepta de mala gana, y nos dirigimos al comedor, el único sitio con acceso libre que se nos ocurre. Bueno, también está la sala donde estuvimos al acabar nuestra prueba mental, pero solo pensarlo, la idea me produce náuseas. Si pudiera olvidar todo lo que esa sala conlleva, lo haría sin dudarlo.
Llegamos arrastrando los pies al comedor, y nos damos de bruces con la puerta cerrada. Mitchie resopla, exasperada. Al final decidimos sentarnos al pie del escalón de la sala, aburridas.
Pasan dos, tres, quizá cuatro minutos, y vemos una sombra alargándose por el pasillo a medida que se acerca. Es Kass.
Al vernos esboza una sonrisa falsa, y se sienta frente a nosotras. Kalie se tensa casi al instante.
—Oh, por fin alguien conocido— exclama, y se aparta un mechón de pelo oscuro de la frente— ¿Cómo vosotras por aquí?
Me encojo de hombros. Su mirada pasa fugaz por cada una de nosotras, y llega hasta Kalie, que se esfuerza por parecer indiferente.
—Oh…— murmura Kass— Yo… ¿Te conozco de algo?
Kalie mantiene su postura relajada.
—Mmm, no me suenas — contesta, ladeando la cabeza— ¡Ah, sí! tú eres la chica que entró con Lindsey en mi habitación, ¿Cierto?
Los hombros de Kass se relajan un poco.
—Ah, sí, tienes razón— dice y sonríe un poco.
Kass esboza una sonrisa complacida.
—A mí también me parecías conocida. Qué tonta por no haberme acordado— Kalie ríe también, pero suena fingido, al igual que la sonrisa de Kass.
—Un placer haberte visto de nuevo, Kalie— dice, y le ofrece la mano. Kalie la estrecha y acto seguido Kass se vuelve a marchar por el pasillo, hasta que su sombra desaparece por completo entre las demás.
Kalie se vuelve a nosotras, su rostro pálido como el de un muerto.
—No te ha descubierto, mujer— dice Mitchie, y le da una sonora palmada en la espalda —¡Anímate!
Kalie frunce el ceño.
—¿No me ha reconocido? ¿Estás segura de eso?— murmura ella— Ninguna de nosotras ha pronunciado mi nombre ni una sola vez.


El silencio cae de golpe sobre nosotras. Kalie tiene razón. Nosotras no la hemos llamado por su nombre, entonces, ¿Cómo lo sabe Kass?
—Quizá lo sepa de oídas anteriores.— sugiero. La calma recae entre nosotras. Entonces se me ilumina la bombilla— ¿No decías que te la “presentaron” en tu habitación?
Kalie suelta el aire de golpe, y sonríe. “¡Es cierto!”
Mitchie rompe el silencio incómodo mirando su reloj, con expresión calculadora.
—Nos quedan… ocho minutos— dice, y levanta la vista hacia nosotras— ¿Nos vamos ya?
Me remuevo en mi asiento. No me apetece volver, no ahora. Quizá mañana. Kalie se levanta y me ofrece la mano, que acepto de mala gana.
—Lo que hace la pereza…— dice Kalie, sonriendo
—Demasiado— respondo, bostezado.
Ellas ríen.


Llegamos a las puertas de metal de nuevo, y ya hay allí un puñado de Aspirantes. También están Uriel y Castiel. Uriel habla, moviendo a la vez las manos rápidamente, y Castiel, escucha. Bueno, no estoy segura de eso, mientras se mira las uñas. Echamos a andar lo más lejos posible de ellos.
En algún momento Uriel nos ve, e intercambia un par de susurros con Castiel, que levanta la vista en nuestra dirección, con aire sorprendido.
Se dirigen hacia aquí, atravesando la sala con pasos largos y rápidos. Oh, mierda.
Me separo del muro y me alejo milimétricamente de él.
—¿Cómo tú por aquí?— digo “tú”, no “vosotros”. Simplemente ignoro, o trato de ignorar esos ojos azul cielo que me observan de reojo, inquisitivos— Pensaba que el sargento os había echado.
Uriel lanza una carcajada, y noto que la boca de Castiel tiembla, inclinándose, pero sin acabar de hacerlo, en una sonrisa.
—Hummm… Nos lo hemos pensado mejor— concluye con una sonrisa torcida— ¿Sargento? ¿Cuándo has reunido tanto ingenio junto?
Finjo pensármelo.
—En realidad, se le ocurrió a Mitchie— digo. La mencionada hace una mueca de sorpresa, y yo le saco la lengua.
Castiel bosteza.
—¿Y bien? Vosotras habéis estado con él antes ¿cierto?— pregunta, tocando con un dedo el costado de Uriel— ¿Con quién voy a tener que pasar este entrenamiento?
Mitchie le lanza una mirada de desagrado.
—Por suerte para mí, conmigo no— le suelta, mordaz, y yo le lanzo una mirada sorprendida. No es normal por su parte que alguien, y alguien como Castiel le caiga mal, solo unos segundos después de conocerlo.
Castiel se encoje de hombros.
—A mí personalmente, me da igual— responde, simplemente— Pero no me habéis contestado, ¿a quién?
Kalie se muerde el labio, y yo hago que estoy distraída enrollando un mechón de pelo salido de las horquillas.
—Tendrás a Leia y a Kalie— dice finalmente Uriel, señalándonos— También a Daniel y a Michael. Dan es el que está allí— señala con la cabeza a Dan, que nos da la espalda mientras habla con otro chico.
Castiel nos observa pensativo.
—Hasta entonces, supongo. Espero que no me decepcionéis como lo han hecho los míos— dice, pero creo que no lo dice enserio. De repente le empiezan a brillar los ojos; ha visto entrar a Marcus— Vamos a molestar al sargento un poco— concluye mirando a Uriel, y al mismo tiempo, unas sonrisas idénticas se le forman en el rostro a ambos.
Observamos cómo se marchan, siguiéndolos con la mirada.
—El rubio es un poco idiota— dice a nadie en particular Mitchie, y Kalie asiente.
Yo le corrijo:
—A mí me ha parecido simpático.
Marcus se acerca al centro de la habitación, posiblemente para alejarse de los dos ángeles que le rodean como dos moscas muy molestas, y nos acercamos a él.



Unos minutos después, Marcus acaba su explicación. Castiel nos hace una seña con la cabeza y los cuatro, ya reunidos, le seguimos. Él nos lleva sin decir ni una palabra a la zona que le ha proclamado vencedor hace no mucho tiempo: los sacos.
Castiel empieza a explicar movimientos básicos de puño, mientras que yo miro al otro lado de la sala, y veo a Mitchie, sosteniendo una pistola con los  brazos extendidos, las piernas separadas ligeramente y el ceño fruncido de concentración. Veo su dedo moverse y colocarse encima del gatillo. Parpadea ligeramente y entrecierra los ojos, apuntando. Y aprieta el gatillo.
Un ruido sordo se expande por la sala, al tiempo que la bala sale de la pistola, y Mitchie se ve impulsada para atrás por la fuerza del disparo.
La bala alcanza el límite de la diana, a solo unos milímetros de impactar en la dura pared de detrás. Mitchie se da la vuelta, sonriendo, y se vuelve a poner a la cola, tras el chico de pelo rubio ceniza, y este intercambia unas palabras con ella. Mitchie le sonríe. Ahogo una sonrisa. Mitchie siempre consigue lo que quiere.
Algo me hace girar la cabeza de nuevo hacia mi grupo; gran error. Kalie, Dan y Michael están vueltos hacia mí, además de Castiel, que me observa con una expresión de diversión.
—Parece que te diviertes mucho… — dice, y ladea la cabeza, fingiendo compasión— ¿Quieres irte con ellos, niña?
Me siento tentada a contestar con un simple “Sí” pero mi orgullo me lo impide. No se va a burlar de mí en mi cara.
—No soy una niña— le suelto, mordaz, y se me quedan las ganas de terminar la frase dándole la razón a las anteriores palabras de Mitchie.
Castiel alza una ceja, con una falsa expresión de incredulidad en su rostro.
—Oh, ¿No lo eres? ¿Entonces eres un niño?— pregunta, con una sonrisa desdeñosa— Eso no lo sabía. Me lo había tragado. Enhorabuena.
Noto como el calor sube hasta mi cara. Si pretendía evitar quedar como una idiota, acabo de fastidiarlo.
Me limito a mirarlo a los ojos, tan fijamente como puedo, tratando de pensar en un comentario sarcástico con el que responderle. No se me ocurre nada.
Castiel lo deja correr.


Al cabo de unos minutos, estamos los cuatro frente a un saco cada uno, preparándonos para enseñarle lo que sabemos hacer. Me siento tan estúpida. Él da la salida, y empezamos a golpear, solo puño. Trato de imitar la forma de combatir que Uriel y Castiel nos han mostrado antes, sencilla, limpia, y terriblemente eficaz. Él pasa a lo largo de la fila, mirándonos y corrigiéndonos de uno en uno. Llega a mí, y se queda unos segundos observándome. Me empiezan a sudar las manos, y trato de golpear más fuerte, y más rápido, pero lo único que consigo es ponerme nerviosa, y hacerlo peor.
Castiel niega con la cabeza, y se acerca a mí.
—No, así no— dice y me coge de la muñeca. Me da la vuelta a la mano y me muestra el dorsal, los nudillos rojos y ásperos— ¿Ves esto? No hace falta empezar a soltar golpes sin medida; hay veces que con uno o dos son suficientes. Es mejor un golpe, dado con cabeza, que diez soltados sin pensar. Espera a que llegue el momento, un momento de descuido, cualquier despiste del contrario, entonces ve tú. Ve tú y llévatelo por delante. La paciencia es algo muy importante, al igual que la fuerza y la inteligencia. Tienes que ser más fuerte que ellos. Si te tiran diez veces, levántate once. Tienes que ser más lista, atacar sin que les dé tiempo siquiera a ponerse en guardia. Eso aquí no es trampa, es ser inteligente. Si te tiran una piedra, demuestra que eres mejor y… tírales un ladrillo.
Esa última frase me hace soltar una risa. Acompaña mi muñeca hasta el centro del saco, la suelta y se marcha hacia el siguiente en la fila, Dan, antes de que me dé tiempo a balbucear siquiera un “Gracias”.

Pasamos mucho más tiempo del previsto en los sacos y cuando terminamos, me duelen las manos. Marcus da la señal de cambio de zona, y Castiel encabeza la marcha hacia la zona de tiro, donde Mitchie ha estado antes, mientras habla en susurros con Daniel. Sus cabezas juntas —la de Castiel le saca unos pocos centímetros a la de Dan—, inclinadas, como si compartieran un secreto que solo saben ellos dos.
Me cruzo con Mitchie, y me lanza una mirada de soslayo. Sus ojos dicen “¿Qué tal ha ido?”, y los míos responden “Podría haber sido peor”. Con una última sonrisa nos separamos y seguimos nuestro camino. A mi amiga se le ve un poco sola. La otra chica que forma su grupo es Kass y el último miembro es el chico de pelo rubio ceniza. Supongo que Mitchie se sentirá un poco cohibida, por una parte, pero sé que va a intentar algo con el chico que le ha cautivado. Mitchie es así. Siempre logra sacar el lado positivo de las cosas.


Llegamos a la zona de tiro, y Castiel nos señala una pequeña cajonera, llena de pistolas de distintos aspectos; tanto pequeñas como grandes, tanto pesadas como ligeras como una pluma.
Al final elijo la que más cercana me queda, una de un tamaño algo menor que mi antebrazo, de aspecto más sencillo que el resto de las que veo en la pila. Nunca en mi vida he tocado una pistola, y menos aún disparado una. En el Refugio jamás nos instruyeron para esto. No entiendo por qué aprendemos a hacerlo ahora. Bethany nunca nos dijo nada. La verdad es que podía habernos informado un poco más acerca de esto. Vale que no quisiera hablar de ello, pero podía habernos ayudado.
Castiel pasa a mi lado, me quita el arma de las manos, y la manosea, pensativo.
—Una Glock, modelo 17. No es una mala elección— admite, haciéndola girar entre sus dedos. Luego se acerca a la zona de tiro, y se lleva mi pistola. Veo como se acerca a la caja de madera y carga la pistola, con la agilidad propia de una larga práctica.
—¡Eh!— le grito, sorprendida— ¡Eso era mío!
Él responde sacándome la lengua.
—Nah. Lo que se da no se quita— responde, burlón.
—¡Pero yo no te lo he dado!— me quejo, pero él me ignora.
Se coloca frente al único blanco de la sala y maneja el arma con soltura. Sube los brazos hasta que forman un ángulo de noventa grados con su torso, y cierra un ojo. Su dedo se mueve casi imperceptiblemente hacia el gatillo, y aprieta.
Se repite el mismo estruendo que ha estado sonando continuamente antes, con cada tiro de los miembros del grupo de Mitchie. Bueno, quizá más fuerte, teniendo en cuenta que está a pocos metros de mí.
A diferencia de Mitchie, sus pies resisten el impacto firmemente amarrados al suelo de piedra, sin ni siquiera levantarse las puntas unos milímetros por falta de equilibrio. La bala impacta en el mismísimo centro de la diana, dejando un cículo perfecto. Me quedo ojiplática.
Castiel observa crítico el nuevo agujero en la ya maltratada diana, y se vuelve hacia nosotros, al tiempo que baja la pistola. Se acerca a mí unos segundos y me lanza el arma al regazo. Yo la cojo agradecida.
El ángel observa la expresión de incredulidad en el rostro de Kalie, y sonríe de medio lado.
—Cierra la boca, Aspirante. Te van a entrar moscas.
Hago una mueca divertida. Él nos señala la plataforma de tiro con la cabeza. ¿No pretenderá que disparemos como acaba de hacer él ahora mismo, no? Su gesto deja claro lo contrario.
Oh, claro que sí lo pretende.


Nuestras miradas viajan de nuestro instructor hasta la plataforma de metal que sobresale unos centímetros del suelo, y luego vuelve de nuevo al lugar de inicio; a esos ojos que nos vigilan expectantes.
—¿Necesitáis una invitación?— pregunta Castiel, dando golpecitos impacientes con el pie en el suelo.
Ahora nos miramos entre nosotros. Es evidente que ninguno de los otros va a dar un paso adelante. Así que lo doy yo.
—Bien— asiente Castiel— No pensaba esperar todo el día.
Yo me muerdo el labio y miro hacia atrás, donde Kalie me señala con la cabeza la plataforma, donde Michael rehúye nuestras miradas fingiendo estar concentrado en el suelo, y donde los ojos verdes de Dan me observan con una curiosa sonrisa. Yo esbozo otra leve sonrisa en respuesta, y él me dice “Buena suerte” moviendo los labios.
Me doy la vuelta. No soy la única que nota las palabras de Dan. Castiel me lanza una mirada fría. Lo ignoro por completo y me dirijo a la plataforma de lanzamiento.
Enderezo mi columna vertebral. Levanto los brazos. Castiel me interrumpe antes de que pueda acercar siquiera el dedo al gatillo.
—No, ¡Así no! Separa más las piernas. Si no…— me da un golpe con el puño en las costillas, y yo me veo resbalándome hacia atrás irremediablemente— … perderás el equilibrio, así.
Antes de que mi caída llegue a tocar el suelo me agarra la mano y me impulsa hacia arriba, como si fuera una muñeca de trapo, como si tuviera el peso de una pluma. Los músculos se le resaltan bajo la fina camiseta negra en los brazos al hacer fuerza para levantarme.
Me suelto tan pronto como estoy erguida, y frunzo un poco el ceño.
—¿Por qué has hecho eso?— espeto, molesta.
Él alza una ceja, con una expresión burlona en su rostro.
—¿El qué? ¿Corregirte una mala posición o impedir que te caigas al suelo?
Aprieto los puños.
—¡Pegarme en el estómago!
Él cambia el peso de un pie a otro, con una sonrisa arrogante en su rostro.
—No seas cría.
Abro la boca, indignada, pero decido callarme antes de empezar a soltarle lindezas. Me coloco frente al blanco y abro más las piernas esta vez. Vuelvo la mirada atrás para mirarle un segundo. Castiel observa mis movimientos y asiente. Levanto los brazos hasta que forman un ángulo recto con mi torso, y coloco el dedo índice acariciando el  suave gatillo. Entrecierro los ojos y veo alinearse la mirilla del arma con el blanco. Entonces aprieto el gatillo y disparo.
Cierro los ojos. No me había dado cuenta de que había estado mordiéndome el interior de la mejilla hasta que noto un ligero sabor a sangre. Me veo impulsada hacia atrás como Mitchie, y doy un tropezón, a punto de caer de nuevo. La vergüenza sube hasta mis mejillasen forma de rubor.
Vuelvo la cabeza hacia el blanco y veo que ni siquiera se ha acercado al centro. Se ha quedado rozando el anillo exterior, pintado de azul oscuro.
A mi espalda Castiel hace un gesto de aprobación.
—No está mal— concede— ¿Alguien más quiere probar?
Los Aspirantes de nuestro grupo se colocan en una fila y van intentándolo uno por uno. Kalie roza el segundo anillo, y se queda a algo menos de diez centímetros del anillo rojo del centro. A Michael tampoco se le da esto demasiado bien, pero mejor que a mí sí. Él se queda en el tercer círculo, el amarillo. El disparo de Dan, en cambio, se queda a menos de cinco centímetros del agujero hecho por nuestro instructor. Castiel le da una palmada en el hombro, complacido, y le murmura algo, a lo que Dan sonríe.
Y me vuelve a tocar el turno de nuevo. Repito el mismo procedimiento que anteriormente, pero antes de que pueda soltar la bala Castiel me interrumpe y señala mis muñecas; yo las elevo más. Él vuelve a su sitio detrás de nosotros y yo disparo.
Esta vez el impulso no me pilla por sorpresa y consigo mantenerme más o menos firme.
Contengo un murmuro de decepción, camuflándolo de indiferencia. Me he quedado aún más lejos del centro. Un infantil impulso de tirar la Glock al suelo y pisotearla recorre mi columna vertebral, pero lo contengo.
Voy hacia el final de la fila con la cabeza baja, sin mirar a ninguna de las caras que me observan. Kalie rompe el tenso silencio acercándose de nuevo al blanco. Y la ronda continúa. ¿Tan mal lo he hecho?
Todos disparan mejor que yo, y ese peso cae como una piedra sobre mi estómago, aplastando parte de las pocas esperanzas que me quedaban de superar mi Periodo de Prueba. Tengo que tratar de ser mejor que los demás en cada ejercicio, en cada entrenamiento. No estoy ganando nada así.
Cuando mi turno vuelve a llegar y vuelvo a fallar estrepitosamente. Castiel me saca de la fila, y les hace a los demás un gesto para que continúen. Me lleva unos metros apartados de los demás, a donde no pueden oírnos el resto de los Aspirantes.
—Quedan unos minutos para que Marcus os dé vía libre para marcharos— entiendo eso como que queda poco para que el entrenamiento acabe— ¿Podrías quedarte unos minutos? No te robaré demasiado tiempo, lo prometo.
Me pilla por sorpresa su petición.
—Eeeh… yo… sí, claro— respondo, algo extrañada.
—Bien— dice solamente él, y se marcha de nuevo hacia la fila que finge estar concentrada en el blanco en vez de en nuestra conversación. Eso me hace sonreír.
Echo a trotar detrás de él, sus pasos son mucho más largos que los míos, y para seguir su ritmo tengo que correr.
Kalie me toma del brazo y me susurra con una sonrisa cómplice.
—¿Qué te ha dicho?
Yo me encojo de hombros, pero en ese momento los engranajes de mi cerebro empiezan a girar. ¿Y si quiere decirme lo obvio? ¿Y si me dice qué no valgo? ¿Qué más me valdría convertirme en una Excluida si aprecio mi vida? De repente todo eso cae sobre mí y provoca que empiece a alterarme.
Ignoro la pregunta de Kalie, que se da cuenta de que quizá no debería haber preguntado.
Un chillido agudo corta el aire. Me giro en seco y veo a una Aspirante en el suelo del ring, un hilo de sangre baja desde su garganta y se escurre hasta el suelo. Encima de ella hay otro chico, aparentemente del triple de peso que la escuálida chica que yace bajo él. Mitchie intenta acercarse al ring, pero alguien la retiene sujeta por un brazo. Su cara está retorcida en una mueca extraña; algo que no había visto en ella en todos los años que llevo aquí.
El ángel que vigilaba ese grupo se apresura a quitarle de encima al bruto chico, que sigue resistiéndose, furioso. Marcus lo agarra de la camisa con fuerza, agarrando también algo de piel, y lo saca de la sala. Mientras tanto nuestro instructor no ha perdido tiempo. Se acerca a la chica caída y la lleva contra las cuerdas del ring, ayudándola a erguirse sentada.
Dan, Kalie y yo corremos hasta ellos. Michael nos sigue poco después. Castiel está en cuclillas frente a la chica, que respira entrecortadamente.
Son unos minutos tensos.
Al final, Castiel deja a la chica, se levanta y se vuelve hacia el ángel responsable del grupo de la chica.
—Ella está bien— dice, como quien comenta el buen tiempo que hace— Seguid con el entrenamiento.
Entonces se agacha de nuevo y carga con la chica a cuestas. En eso momento veo el profundo corte que de lejos parecía poco más de un pinchacito. ¿Cómo han permitido que pase esto? Ella no está tan bien como nuestro instructor asegura. ¿Con qué narices le ha hecho eso?
Él sale de la sala seguido del otro imonitor.
Marcus, que lo ha estado observando todo, da la señal que indica el final del entrenamiento. Los Aspirantes empiezan a salir sin las acostumbradas prisas, todavía en shock. Encuentro a Mitchie esperándome en el umbral de la puerta.
—¿Eras tú la que ha gritado?— le pregunto, poco crédula. Kalie se acerca a nosotras mientras tanto.
Mi amiga asiente con la cabeza, sus ojos grises muy abiertos.
—No lo entiendes… está muy mal...— murmura, con la mirada perdida— ¡Está muy mal!— repite, alzando más la voz. Un par de Aspirantes se paran y nos miran. Yo les enseño un dedo, solo uno, y ellos se marchan— Algo está muy mal aquí…— vuelve a susurrar de nuevo— Esté no es el lugar… nos equivocamos… Debemos salir de aquí, Leia. Antes de que sea demasiado tarde. Lo he visto. Les he oído hablar.
Mitchie está fuera de sí. Y eso me asusta.
—Mitchie— digo, poniendo las manos sobre sus hombros— Cálmate. Te ha afectado todo esto, pero...
—¡No! ¡No lo entiendes! Ellos llevan un par de días hablándome. Tenía que decírtelo de todos modos.
—¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Mitchie, estás asustada, pero eso no da motivo a que te pongas histérica de repente!
Mitchie se deshace de mis manos bruscamente, con lágrimas en los ojos. Mi amiga se mueve veloz y empieza a correr por el pasillo. Hago amago de seguirla, pero entonces recuerdo lo que Castiel me había dicho. No puedo irme. Tengo que quedarme aquí.
Kalie adivina la situación y me aprieta un hombro.
—No te preocupes. Iré tras ella— me asegura, y echa a correr hacia la ya alejada figura que es Mitchie.
—¡No dejes que haga ninguna tontería!— le grito, presa de un terrible miedo.
Pero Kalie ya no me oye.
Me doy la vuelta y veo que estoy sola en esta sala de luz y sombras. Me siento contra una de las paredes, las piernas flexionadas delante de mí, y la cara enterrada sobre las manos. Me asusta que Mitchie pueda cometer un error.

Pasan segundos, luego minutos, hasta que oigo pasos apresurados correr hasta la boca de la sala, y una cabeza rubia se asoma dentro.
Me levanto y espero a que él llegue hasta mí.
—¿Qué tal está ella?— pregunto, temiendo la respuesta.
Castiel duda antes de responder, lo noto en la tensión de su cuerpo.
—Se pondrá bien. Habría sido muchísimo peor si ese cuchillo hubiese agujerado unos centímetros más abajo.
Un escalofrío recorre la parte de atrás de mi cuello. Si ese cuchillo hubiese agujerado un poco más abajo, le habría perforado el pulmón, o puede que el corazón. La simple idea de que eso haya podido pasar en un entrenamiento hace que se me revuelvan las tripas.
—¿Y cómo han dejado que usen cuchillos de verdad en un entrenamiento?— pregunto, disgustada.
—Estúpidos los hay en todos lados. E imprudentes también. Pero vayamos al grano— corta Castiel— No te he traído aquí para hablar de un accidente que nadie sabía que ocurriría.
Yo le miro, expectante. Trato de camuflar con curiosidad el temor que realmente siento. No quiero que hoy sea mi último día aquí.
—Ambos sabemos que hoy no has estado muy brillante…— Y aquí va. Me preparo mentalmente para sus siguientes palabras— … por eso quería ofrecerme a ayudarte a mejorar.
—¿Qué?— digo sin pensar. Esa no era la respuesta que yo me esperaba.
—Tendrías que hacer un esfuerzo. Quedarte una o dos horas más que los demás. Creo que podrías ser realmente buena.
Le miro, todavía algo sorprendida.
—¿Y el sargento nos dejará?
—No tiene por qué saberlo.
Eso ya no me sorprende tanto. Castiel ha demostrado tener unas magnificas dotes para hacer lo que le viene en gana.
—Uh… Vale— acepto, y una pequeña chispa de alegría estalla dentro de mí— ¿Y cuando empezamos?
—Ahora.
—¿Ahora?
—No, boba. Ahora yo, no sé tú, tengo otras cosas que hacer— dice él, sonriendo de medio lado.
—¿Cómo cuales?— pregunto curiosa.
—Como dormir— dice burlón— Luego te veo, Leia.
Me dedica una sonrisa y se marcha, con las manos en los bolsillos.
Observo su sombra hacerse más y más pequeña hasta desaparecer en la tenue luz del pasillo. Me encamino  hacia mi habitación, rebosante de felicidad, casi saltando a cada paso que doy.
Lo que yo no podía saber es que esa felicidad duraría tan poco.

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