lunes, 30 de marzo de 2015

Fotos de lectura de marzo


¡Este mes os habéis superado!

Nos han llegado un montón de fotos de lectura desde vuestras casas, de vuestras mascotas, de vosotros leyendo, fotos originales….

Aquí las tenéis


Los chicos y chicas de las clase de 2º de Infantil y unos cuantos de primaria salieron el otro día de clase y se plantaron en medio del patio a hacer una sentada de lectura. Resulta muy gracioso ver a los peques enseñandoles la cartilla a los mayores.



En casa de Iván han salido todos muy lectores ¡hasta la mascota! 
que siempre quiere estar al día de las últimas noticias que se publican en el periódico.
No sabemos si las noticias que no le gustan se las come. Nos informaremos de ello.

A Nayara e Iván parece que les gusta leer juntos en el mismo
 rincón de la casa. ¿Estarán cómodos?


Y aquí tenéis otra foto de Iván jugando a poner las palabras correctas en cada dibujo.

 
 En esta clase parece que se han vuelto todos un poco locos. Los niños por las escaleras y las madres en la mesa no pueden evitar dedicar un momento a la lectura ¡Eso si que es afición a la lectura!
 


También incluyen una foto de lo que están leyendo. 
Sin duda tienen gustos muy variopintos.

En esta clase nos han mandado varias fotos de lectura, pero el resto os las enseñaremos el mes que viene. Muchas gracias a estas madres tan aplicadas que además de mandar fotos, implican a parte de la clase para que salga en ellas.

Parece que la clase de 1º de Primaria se ha puesto manos a la obra y este mes nos han mandado un montón de fotos. Estamos seguros que todo es empezar y que a partir de ahora mandaran más a menudo. ¡Nos encanta que cada vez participe más gente!

Aquí tenemos a Lucía leyendo muy cómodamente. 
Nos informa su mamá que los libros de Billie Brown le
 encantan, no puede parar de leerlos. Tomamos nota



Lidia y Hugo nos mandan una fotos muy bonita desde su casa. 
Qué tranquilos se les ve



Gabriel parece un adulto leyendo su libro. 
Solo le falta la camisa y la corbata.


El lugar donde uno lee no es tan importante como el hecho de que el lector se encuentre a gusto. Nos lo demuestra Juan con esta foto en la que está tumbado en el suelo del parque leyendo. Esperemos que el suelo estuviera seco.


Y para acabar, esta foto con Monica Carrillo y la dedicatoria que nos firmó para todos vosotros


 Que la lectura sea una constante en vuestras vidas ¡¡Leer da muchas vidas!!


Muchas gracias a todos los que dedicáis un poquito de tiempo a mandaros vuestras fotos y a intentar que el momento de lectura sea algo divertido en vuestra casa. A todos los que aún os da un poquito de pereza, os animamos a que empecéis a mandarnos fotos cuanto antes porque la clave de que los niños lean, es darles ejemplo entre todos.

martes, 24 de marzo de 2015

Mónica Carrillo nos dedica unas lineas


Esta tarde Mónica Carrillo ha estado  en Santos Ochoa firmando su novela “La luz de Candela”. Nosotros nos hemos plantado allí para verla y además de conseguir que nos firmase nuestro libro, le hemos pedido que nos hiciese una pequeña dedicatoria para el colegio. Tenemos que decir que ha accedido encantada y con mucha simpatía. Así que aquí tenéis la dedicatoria para todos vosotros.


 Como seguro que ya sabéis, Mónica Carrillo, además de ser la presentadora de las noticias de Antena 3, en la edición de fin de semana, es también escritora y colaboradora  del programa de radio “Un lugar llamado Mundo”

Este  libro, que ya se encuentra en su decima edición, nos presentan la historia de amor  de Candela y Manue l y como ésta va evolucionando en sus distintas etapas. En paralelo a su historia de amor con Manuel, Candela vivirá su propia vida y luchará por no perderla, respaldada por sus amigas y por otros personales que van apareciendo en la obra a lo largo de sus más de 300 páginas.

Al  inicio de los distintos capítulos, la autora regala varios de sus  microcuentos, gracias a los cuales cuenta con miles de seguidores en las redes sociales. Os dejamos algunos.




Pasos imprescindibles para mejorar tu ortografía I

Queremos acercaros una serie de consejos que tendríais que seguir si queréis mejorar vuestra ortografía.Como ya sabéis, este es un tema que nos preocupa mucho porque cada vez son más el número de barbaridades que nos encontramos en textos escritos por mayores y pequeños.
Por suerte, el problema tiene solución. La única pega es que quien quiera solucionarlo tendrá que poner un poco de esfuerzo por su parte.


Os dejamos la primera parte de los consejos. Ánimo

Lee habitualmente. Lee lo que te interese, te guste o necesites. Los libros, las revistas y los periódicos generalmente han sido revisados por profesionales de la escritura, así que constituyen una manera sencilla de aprender ortografía visualmente.
Comienza leyendo textos cortos si no lees con regularidad y luego aborda textos más largos de acuerdo a tu experiencia.
Lee cuidadosamente y poco a poco notarás que sabes cómo se escriben las palabras, a esto se le conoce como memoria ortográfica.

Consulta el diccionario. Reconoce, con especial atención en los acentos, el orden de las letras en las palabras y el significado, esto provocará que recuerdes el uso adecuado de los vocablos y la forma correcta de escribirlos.
Este ejercicio, con el apoyo de diversos diccionarios, te ayudará a mejorar la ortografía.
Además podrás expandir tu vocabulario, al tiempo que reconocerás cómo se escriben las palabras desde el primer momento.



Investiga las etimologías. El español es una lengua romance de origen latino; sin embargo, en su historia, otros idiomas han introducido vocablos. Las raíces etimológicas ofrecen las bases de la ortografía actual, no las pierdas de vista.


Información extraída de: wikihow

domingo, 22 de marzo de 2015

Capítulo 9 "El Ángel Guardián"

Ya sabéis que os vamos presentando por capítulos el libro "El Ángel Guardián" escrito por Sonia Pozo, alumna del colegio. Estamos muy orgullososo de su trabajo así que os animamos a que continuéis leyéndolo.

CAPÍTULO 9
 
Antes de doblar la esquina que separa la habitación número ocho de la siete, una figura atraviesa como una exhalación el pasillo, y choca conmigo. Es Kalie. Le sudan las manos y sus ojos están muy abiertos, asustados. Suelta un suspiro cuando me reconoce.
—Leia… oh, Dios, menos mal,… —dice. Su respiración es entrecortada— Necesito que vengas conmigo. Ahora.
Kalie se muerde el labio, y me mira con ojos suplicantes. De repente me temo lo peor. Dudo en pronunciar las palabras que me llevan reconcomiendo desde que la reconocí, pero ellas escapan de mi boca sin pedir permiso.
—¿Es… Mitchie?— pregunto. Mi voz suena temblorosa, y no puedo evitarlo.
Ella asiente sin atreverse a mirarme directamente.
—Ella… está peor.
—Mierda— digo secamente, y echo a correr hacia la puerta de nuestro cuarto, tras la cual supongo que estará mi amiga.
Alzo la mano para tocar apresuradamente con los nudillos, pero un sonido de algo cayéndose me detiene. El ruido del cristal estrellándose contra el suelo, volando en un millón de diminutos pedazos, es seguido de un grito.
En ese momento las sutilezas se agotan y abro la puerta de golpe. La madera cruje al rozar el suelo. Mitchie está de pie al lado de Kass, cuyas manos le cubren el rostro. Una lluvia de finos cristalitos cubre el suelo. Son los restos del vaso que solía haber en el lavabo del baño. Kass grita. Mitchie grita. Pero la primera grita de miedo, la segunda de furia. Mitchie está completamente ida.
Mi amiga se para en seco al verme, y baja las manos hasta su regazo.
—Leia… yo… puedo explicarlo — dice, inhalando aire.
Yo niego con la cabeza.
—No, Mitchie, no puedes. ¿Qué has hecho?— exijo saber, horrorizada. Ella abre la boca, y la cierra rápidamente.
En ese momento soy consciente por primera vez de las profundas ojeras que cubren el rostro de mi amiga como feos moretones, de su pálida piel, y de su acostumbrada peinada y envidiable melena, revuelta. Tiene aspecto de alguien que acaba de salir de un manicomio.
Kass gime y cierra los ojos, aliviada por mi llegada. Levanta la mano del suelo y veo el dorso cubierto de puntitos rojos, y pequeños hilillos comenzando a fluir de las heridas provocadas por los cristales.
—Tienes que entenderlo, Leia— suplica Mitchie, con lágrimas en los ojos.
—¿Qué tengo que entender, Mitchie?— pregunto con tristeza.
Con pasos cuidadosos rodeo el bulto en que se ha convertido Kassandra, junto a los cristales, y llego hasta mi amiga. Le paso un brazo alrededor de los hombros y ella esconde la cabeza en mi pelo, llorando.
—Shhh, Mitchie, ya está, no se va a enterar nadie, podemos arreglar todo esto…
Pero en ese momento ocurre justo lo que las dos nos temíamos. Marcus irrumpe en la habitación pisando fuerte. Desde el suelo, Kass murmura:
—Oh, lo que faltaba.


—¿Qué ha pasado aquí?— exige saber el sargento.
Por unos segundos, nadie habla, y la habitación se queda en silencio. Es la propia Mitchie quien responde.
—Yo… no pensaba con claridad— musita, mirando sus deportivas.
No creo ser capaz de darme cuenta de la magnitud de los hechos. Después de todo, soy joven. Dicen que los jóvenes somos estúpidos. Esa podría ser nuestra explicación.
Kalie entra en ese momento por la puerta, con total discreción, como un gato. Ella se acerca a mi lado, tratando de pasar lo más inadvertida posible, pero Marcus no le presta atención. Tiene cosas más importantes en las que pensar.
Me clavo las uñas en las palmas tan fuerte que duele, esperando que el dolor me haga centrarme. No funciona.
—Mitchie Windsound, tengo que pedirle que me acompañe, para recibir su correspondiente sanción— recita Marcus, monótono. No son palabras suyas, parecen ser copiadas de algún lado; tal vez de un manual. Solo sé que no es la primera vez que las pronuncia.
Mitchie me lanza una mirada extraña. Por un lado, tristeza, por otro, esperanza. Pero no creo que ambas tengamos la misma esperanza.
Antes de que nadie pueda verlo venir, Mitchie suelta:
—Yo voy a estar bien. Tú eres quien no lo va a estar. Te dije que teníamos que habernos marchado — termina esta frase escupiendo, y me mira a los ojos.
Marcus saca a Mitchie arrastrándola por un brazo, apretando tanto que a mi amiga se le están quedando la marca de los dedos. El colgante de rayo de Mitchie brilla, lanzando un destello plateado antes de que la puerta que nos separa se cierre tras ellos.

  
Cuando el “clic” de la cerradura metálica rompe el tenso silencio que reina en la habitación, me dejo caer sobre mi apelmazado colchón, apesadumbrada. Y no puedo contenerlas, irremediablemente, gruesas lágrimas se deslizan por mis mejillas hasta llegar al cuello de mi camiseta. Entierro la cara entre las manos. No quiero que me vean llorar.
Oigo pasos que llegan hasta mí, y me obligan a apartar las manos. Es Kalie. Y sé que ella también está triste.
—Leia, no le des más vueltas, no le va a pasar nada. Probablemente le obliguen a realizar tareas de algún tipo durante un tiempo, pero no pueden hacer más— me consuela.
—Vale— tartamudeo, pero ni siquiera para mí suena creíble. Es todo culpa mía. Tenía que haber vuelto con ella cuando supe que estaba mal. Pero no lo hice. Y ahora toca atenerse a las consecuencias.



Entre Kalie y yo conseguimos levantar a Kass del suelo e intentamos limpiarle las heridas de las manos y las mejillas como pudimos, con una toalla húmeda, y mucha paciencia. En todo ese tiempo, Kass no dio señales de reconocer a Kalie, pero tampoco es que nos prestase mucha atención. Cuando terminamos ella se encerró en el cuarto de baño. Kalie estuvo conmigo durante unos minutos, pero luego acabó marchándose. Y entonces yo me quedo sola.
En ese momento decido ir a buscar a la única persona que sabrá si ella volverá o no, si me dará esperanzas o acabará con ellas. La única persona que ha sido sincera desde el principio. Y esa persona es únicamente Castiel.



Recorro aislados y solitarios pasillos con el brazo estirado, rozando la pared con los dedos a mi derecha, llenándolos de polvo fino y sucio. Me tapo la cara con un brazo cuando paso junto a una de las  grandes ventanas, las únicas fuentes de luz que posee el antiguo edificio, cuyo gran resplandor consigue deslumbrarme y hacerme entrecerrar los ojos.
Cuando decidí buscarle no pensé en que no sabía dónde podía estar. Castiel dijo que se marchaba a dormir, pero siendo como es, me imagino que eso es lo último que realmente haría. Y entonces, ¿dónde está?
Atravieso puerta tras puerta, habitación tras habitación, hasta que pierdo conciencia de lo que hago.
Es entonces cuando me doy cuenta. Tal vez sea la tristeza, o quizá el descuido, lo que ha hecho que me haya desorientado en este laberinto de mil habitaciones. Doy varias vueltas sobre mí misma.
Definitivamente, me he perdido.


Trato de volver sobre mis pasos, hasta que llego a una encrucijada de la que únicamente tengo un vago recuerdo. En la amplia sala rectangular en la que me encuentro, hay ocho puertas.
¿Y ahora qué hago?
Titubeo insegura sobre qué decisión tomar. Mis pies me llevan hacia una salida, mi mente hacia otra, y mi corazón hacia otra diferente. Trato de hacer memoria y de buscar similitudes. Atravesé una entrada alta y vieja. Todas lo son. Del color del que crece el roble. Eso descarta a dos de ellas. La pintura estaba descascarillada. Descarto tres de las restantes. Eso me deja con tres puertas.
No pienso, actúo. Mis pies me llevan hacia la del medio, y esta vez yo obedezco. Agarro la manilla dorada y abro la puerta de un empujón.
Eres una idiota, Leia. Tendrías que haberte quedado en tu habitación. Sola, pero segura.
Otro corredor, exactamente igual a los anteriores. En ese momento ya me da igual que es lo que he venido a hacer; simplemente me dejo caer contra uno de los polvorientos muros, y escondo la cabeza tras las manos. Con suerte, alguien me encontrará pronto.
Espero.


Pierdo la noción de tiempo. ¿Solo han pasado minutos? ¿O solamente es mi mente que me está jugando una mala pasada y han pasado pocos segundos?
Alzo la vista y miro al suelo bajo mis pies, cubierto por una fina capa de polvo, como una lluvia demasiado  gris. Pisadas se distinguen por donde yo he pasado, pero también otras que no son mías. No parecen tener demasiado tiempo. Considero la opción de seguirla, pero la descarto por el momento. A saber adónde me llevarían.
Vuelvo a bajar la cabeza a mis rodillas. Mitchie… Kalie tiene razón. Estoy siendo muy negativa. Puede que de hecho ya haya vuelto a nuestra habitación, y esté tumbada en sentido contrario a la cama, con los pies encima de la almohada, como solía hacer. No. Solía no. Suele.
—¿Qué estás haciendo aquí?— exige saber una voz.
Levanto la mirada, y ahí está él. Colocado en una postura inquisitiva, y el ceño fruncido. Pero no parece que ese enfado vaya para mí, sino para algo que ya ha ocurrido. ¿No será…?
Rayos de sol se filtran a través de su cabello y lo hace parecer aún más dorado. Su mirada se suaviza un poco.
—Yo… me he perdido— confieso, y noto que el calor de la vergüenza me sube a las mejillas.
Castiel me mira extrañado.
—¿Y que se supone que hacías vagando por aquí, Leia?— dice, y su tono suena a regañina— Marcus reservó esta zona para ellos.
—¿Y entonces qué haces tú aquí?— pregunto, con un atisbo de sonrisa.
—Cuando dije "ellos", me refería a todos nosotros.— Castiel alza una ceja– Acabo de tener una agradable charla con Marcus.
—¿Qué te ha dicho?
—Se supone que eso es confidencial— contesta Castiel, con expresión de superioridad, y una sonrisa torcida— Pero como únicamente se supone, te lo puedo contar. Marcus ha reunido a los ángeles presentes esta mañana. Ha pedido votos a favor de la Exclusión de dos Aspirantes; un chico y una chica.
La sangre se me congela en las venas.
—¿Y…?— musito, incapaz de completar la frase.
Por el rostro de Castiel pasa una expresión de tristeza, que desaparece con la misma rapidez con la que había aparecido. La sustituye una mueca de disconformidad.
—Han echado a la chica. El chico se queda. Marcus ha puesto la situación muy comprometida. Ha acusado que ella ni siquiera estaba en un entrenamiento, mientras que el chico sí. Según él, son cosas que pasan cuando se le entrega un arma a un chaval. Tonterías, si me lo preguntas. Sin embargo, es la chica, cuya agresión no fue tan grave como la de él la que es Excluida. Hemos tratado de apelar a su sentido de la razón, pero no hemos podido hacer nada para disuadir a Marcus de su elección.
Dice estas últimas palabras muy rápidas, las sílabas juntándose entre sí, haciendo difícil la compresión. Difícil, pero no imposible.
En ese momento ni siquiera Castiel es capaz de mirarme directamente a los ojos. Mis ojos se abren desmesuradamente cuando adquiero consciencia de la realidad. El chico es el que dejó a la Aspirante sangrando en el suelo. La chica es Mitchie.
De golpe, lo comprendo todo. Ella ya no va a volver. No va a estar esperándome impaciente en nuestra habitación, con su cabeza absorta en profundos pensamientos y su boca tatareando la letra de una canción. No va a mirar con disimulo al chico rubio, ni va a hablar con él, ni va a sonreírle de nuevo. No va a hablar conmigo más.
No soy consciente de haber alzado la cabeza para mirarle fijamente, para averiguar si él está diciéndome realmente la verdad, tampoco de haberme levantado. Mi corazón trata de asimilar lo que mi cuerpo ya ha comprendido.
Mitchie se ha ido, puede que para siempre. Puede que no vuelva a verla una vez más.
Me lanzo con movimientos mecánicos hacia él, con los brazos extendidos. Realmente no sé de qué me podría servir, pero entonces lo único que me importa es que ella no va a volver. Y solo quiero causar el mayor daño posible antes de que consigan pararme, no me importa a quien.
A Castiel le pilla de improviso mi impulso y se desliza hacia atrás en el último segundo, antes de que mis manos lleguen a golpearle. Sigo avanzando, y echo el puño hacia atrás para intentar golpearle de nuevo. Esta vez, él es rápido; me agarra de la muñeca derecha, el brazo que tenía ya estirado para golpear, y la retuerce hasta que caigo al suelo de lado y el dolor me recorre la cadera y la muñeca que el retuerce hasta que paro. Me dejo caer completamente en el suelo, mi pelo barriendo el polvoriento piso de la galería, y mi mejilla apoyada en el suelo frío.
Me remueve la conciencia cuando veo lo que casi hago, y la fugaz furia se ve sustituida por tristeza.
Noto a Castiel colocarse en cuclillas a mi lado, antes de soltarme la mano.
—¿Te sientes mejor?— pregunta, y por primera vez su voz suena preocupada.
No respondo de inmediato. Me giro hasta quedar bocarriba, con su cabeza inclinada cerca de mí, sus ojos carentes de esa usual expresión fría tan propia de él.
—No… — murmuro, y algo de la llama recién extinguida que era la ira se aviva de nuevo— Podría haber evitado todo esto. Es culpa mía. Y también tuya.
Mi declaración le pilla por sorpresa, y me mira confuso.
—¿Por qué iba a ser culpa mía?
Me incorporo, y me quedo sentada. Sus ojos están a la misma altura que los míos. Le miro colérica.
—¡Si no me hubieses entretenido yo habría estado allí! ¡Habría impedido su ataque de estupidez! ¡Mitchie aún seguiría aquí!— le grito, fuera de mí.
Él se limita a mirarme, con la cabeza ladeada, como un niño curioso.
—Leia, no habrías podido hacer nada. No habrías podido cambiar nada. Ella no estaría aquí aún así— él trata de convencerme, pero sin éxito.
Niego con la cabeza, disconforme.
—Vámonos de aquí, por favor— musito, sin mirarle a la cara.
Castiel se levanta ágilmente, y me ofrece una mano que yo ignoro. Aún así, él me impulsa para levantarme. Frunzo el ceño.
—Puedo sola— suelto.
—Ya sé que puedes— afirma él— Algunas veces ayuda aceptar una mano de los demás en momentos difíciles, Leia. No por aceptarla vas a ser más débil, ni por rechazarla más fuerte. Las personas fuertes aceptan el hecho de que no pueden cargar con el peso del mundo ellos solos. Las débiles siguen resistiéndose aún cuando la batalla ya está perdida— comienzo a andar antes de que termine de hablar, cabizbaja. Sin embargo, hasta que no me vuelvo y le miro, él ni camina ni vuelve a hablar de nuevo. Ambos nos quedamos en silencio unos instantes — ¿Y tú, Leia? ¿A qué grupo perteneces?
Castiel echa a andar hacia la puerta al otro lado del corredor, con las manos en los bolsillos, y yo le sigo dando pequeños torpes traspiés en las desiguales losas de piedra sin pulir.


A mitad de camino nos encontramos con una Kalie bastante descuidada. Largos mechones escapan de su coleta baja, y una sombra cubre su rostro alegre como una cortina.
—Oh, Leia— dice al verme, y se acerca a mí. Se lanza directamente a mis brazos, apesadumbrada. Entonces ve a Castiel detrás de mí, y retrocede un tanto.
Vuelvo la vista por encima del hombro, y veo a Castiel ocupado mirándose una uña, sin prestarnos atención.
—¿Estás ocupada haciendo algo importante ahora?— pregunta ella, indicando con la cabeza al ángel a mi espalda.
Niego con la cabeza.
—No, ya no. ¿Necesitabas algo?
—Eh… yo, bueno, yo quería hablar con alguien. Y si ese alguien eres tú, mucho mejor—admite ella, retirándose un mechón de pelo enredado de encima de los ojos de un soplido.
—Dame un segundo— le pido, y me vuelvo hacia Castiel— Esto… pues… hasta esta tarde, supongo— me despido.
Castiel levanta la vista y me dirige una mirada neutra.
—Hasta esta tarde, entonces— dice, y empieza a alejarse por el pasillo— ¿Quieres comenzar esta tarde?
Me cuesta un poco darme cuenta de que está hablando, pero enseguida lo entiendo. Asiento.
—Después del entrenamiento— afirma él, y se marcha definitivamente.
“¿Y tú, Leia? ¿A qué grupo perteneces?”
Introduzco las manos en los bolsillos y me vuelvo hacia Kalie, que me espera forzando una sonrisa, algo más apagada que de costumbre.
—Ven, quiero enseñarte algo— dice, y yo la sigo sin rechistar.

viernes, 20 de marzo de 2015

Día Mundial de la Poesía

Es posible que tengáis marcado en el calendario el día 21 de marzo por ser el día que da comienzo la primavera. Pero tenéis tantas ganas de que llegue el buen tiempo que seguro que muchos no sabéis que este día también es el DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA.

En 2001 la Unesco propuso la celebración de este día con la intención de reflexionar sobre el poder del lenguaje poético y el florecimiento de las capacidades creadoras de cada persona. El principal objetivo de esta acción es apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y dar la oportunidad a las lenguas amenazadas de ser un vehículo de comunicación artística en sus comunidades respectivas.


Por otra parte, este Día tiene como propósito promover la enseñanza de la poesía y desde el Blog de Animación a la Lectura, no nos hemos podido resistir a darle la importancia que se merece. Porqué, ¿qué haríamos nosotros sin la poesía y todo lo que ella conlleva?  El amor, la belleza, los sentimientos, las reflexiones... ¿qué haríamos sin todo eso?

Por todo eso hemos querido dedicarle unos minutillos a este día tan especial, y la idea que se nos ha ocurrido, ha sido grabar una poesía para regalárosla a todos vosotros. Esta actividad ha sido posible , gracias a la inestimable la colaboración de diversos alumnos/as y profesores de casi todas las clases del centro, desde infantil hasta FP.

¡Muchas gracias a todos por aportar vuestro entusiasmo y venir a participar con una sonisa en la cara! ¡Así da gusto!


¿Os ha gustado?
Pues no es lo único que hemos hecho, porque algunas clases han querido recitaros las poesías que se han aprendido últimamente para que comprobéis que ellos también le dan importancia a la poesía.

Los primeros son las dos clases de 1º de Primaria. Todas las semanas se aprenden una poesía diferente, así que dentro de unos días igual se animan a compartir otra en el blog.




Los chicos y chicas de "La clase de al lado" nos han querido recitar una poesía de Gloria Fuertes que tanto nos gusta a todos. Aquí tenéis  "La pulga Federica".


También los de 1º de Infantil intentan aprenderse una poesía cada semana, peral ladoo la que han querido compartir con nosotros es una que les gusta un montón.


Algunos alumnos de distintos cursos de primaria han creado un video-poesía con las estrategias que usan para relajarse. Han titulado su video "Fuera malestar" y han querido compartirlo con todos vosotros.



Y por último, os dejamos este video para que veáis los efectos de la poesía.


martes, 17 de marzo de 2015

El Gusanillo de la Lectura

Hace meses comenzamos una actividad de lectura en "La clase de al lado". Vamos a recordar de qué trataba....

Por cada libro que leían se les entregaba una lámina de lectura en la que nos explicaban de qué trataba el cuento. Y una vez realizada la ficha se les daba una cadeneta para poner en el cuerpo del gusanillo.



Así es como empezamos 


Queremos enseñaros cómo han crecido estos gusanillos. Nuestros chicos y chicas les han dado muy bien de comer.








PARA LEER - Jorge Bucay - Quiero


Quiero que me oigas, sin juzgarme.
Quiero que opines, sin aconsejarme.
Quiero que confí­es en mi, sin exigirme.
Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mi.
Quiero que me cuides, sin anularme.
Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mi.
Quiero que me abraces, sin asfixiarme.
Quiero que me animes, sin empujarme.
Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mi.
Quiero que me protejas, sin mentiras.
Quiero que te acerques, sin invadirme.
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,
que las aceptes y no pretendas cambiarlas.
Quiero que sepas, que hoy, hoy podés contar conmigo.
Sin condiciones.

Jorge Bucay


lunes, 16 de marzo de 2015

Cuentacuentos en inglés SANTOS OCHOA

La librería Santos Ochoa nos pasa esta información sobre el cuentacuentos en inglés que van a llevar a cabo el próximo sábado. Parece muy interesante para los pequeños de la casa

Cuentacuentos en inglés Goldilocks and the three bears 
con Mortimer English Club
 
Sábado 21 de marzo, a las 12 h.
Leo y Juego en Santos Ochoa. Gran Vía, 55.  






Los cuentos son, desde siempre, la mejor manera de transmitir enseñanzas y valores. Ahora nos brindan una forma natural y divertida de aprender inglés.

Mortimer English Club nos trae una historia entrañable para los más pequeños y, además, totalmente en inglés, con actividades interactivas y educativas en las que podrán participar todos los niños y aprender divirtiéndose.

Edad recomendada: a partir de 4 años
Inscripciones: www.leoyjuego.es

Capítulo 8 "El Ángel Guardián"

Aquí tenéis el capítulo 8 de "El Ángel Guardián". 

CAPÍTULO 8

 No creo que vaya a poder olvidar el momento en el que la pieza de metal que amarraba tan firmemente el saco a la viga se partió limpiamente en dos, y el saco cayó con un golpe seco en el suelo levantando una pequeña nube de polvo. Tampoco la abolladura en el saco del tamaño de una manzana grande. Ni la expresión de profunda decepción de Uriel. Y mucho menos la perturbadora sonrisa en el rostro de Castiel al darse como vencedor.
La cruda realidad cae sobre mí como una maza. Tierra, trágame. Trágame y que me muera ahora mismo.
Los gritos de Marcus resuenan por los altos muros de la sala, provocando un molesto eco.
—¿¡En qué demonios se supone que estabas pensando!?— la cara del hombre se retuerce en una mueca de rabia.
Castiel se encoje de hombros.
—He ganado— repite, sin ganas de dar explicaciones.
Marcus se frota las sienes con evidente enfado. Cosa bastante comprensible, a decir verdad.
—Haz el favor… de salir… de mi vista— dice secamente Marcus— Ahora. Mismo. — le pone mucho énfasis a estas últimas palabras.
Castiel ladea la cabeza y le sostiene la mirada. A mi lado, Uriel le lanza una mirada de advertencia, Castiel pone los ojos en blanco, y hace una seña con la cabeza a Uriel, hacia la puerta.
Los dos ángeles echan a andar a pasos ligeros hacia la puerta, y en el último momento Castiel se vuelve hacia Marcus.
—No te preocupes, te prometo que volveré— Marcus gruñe en respuesta— Sí, lo sé, yo también te echaré de menos.
Castiel esboza una sonrisa torcida y le lanza a nuestro instructor una parodia de beso. A mi alrededor, el resto de Aspirantes ríen, tensos. Eso parece complacer a Castiel, que sonríe con suficiencia y se marcha del salón.
Mitchie y yo intercambiamos miradas de escepticismo, desde ambos lados de la sala. Ver todas las fases de la rabia de Marcus es divertido. Siempre que no la lleve contra nosotros.
Nuestro entrenador se vuelve hacia nosotros.
—¿Y vosotros que estáis mirando?— ladra. Nosotros, sin querer meternos en sus asuntos, optamos por el silencio.
Nuestro respuesta solo parece enfurecer más a Marcus. Opción errónea.
—Iros de aquí. Tenéis media hora de descanso. Fuera— ordena.
No se lo hacemos repetir dos veces, y salimos en tropel de la sala, hablando todos a la vez. Nuestras voces se elevan por el pasillo y se entrelazan unas con otras, haciendo imposible oír a uno solo. Me pongo de puntillas para localizar a Mitchie, o a Kalie. A ella también la he perdido entre el montón de gente, y paso por uno de esos momentos en los que odio mi altura.
Mitchie es la primera en encontrarme, después de un par de minutos de búsqueda, y Kalie aparece poco después. Mitchie sugiere que vayamos a nuestra habitación, pero le rebato que no tenemos la llave, y tampoco creo que forzar la cerradura de nuevo sea buena idea.
Ella acepta de mala gana, y nos dirigimos al comedor, el único sitio con acceso libre que se nos ocurre. Bueno, también está la sala donde estuvimos al acabar nuestra prueba mental, pero solo pensarlo, la idea me produce náuseas. Si pudiera olvidar todo lo que esa sala conlleva, lo haría sin dudarlo.
Llegamos arrastrando los pies al comedor, y nos damos de bruces con la puerta cerrada. Mitchie resopla, exasperada. Al final decidimos sentarnos al pie del escalón de la sala, aburridas.
Pasan dos, tres, quizá cuatro minutos, y vemos una sombra alargándose por el pasillo a medida que se acerca. Es Kass.
Al vernos esboza una sonrisa falsa, y se sienta frente a nosotras. Kalie se tensa casi al instante.
—Oh, por fin alguien conocido— exclama, y se aparta un mechón de pelo oscuro de la frente— ¿Cómo vosotras por aquí?
Me encojo de hombros. Su mirada pasa fugaz por cada una de nosotras, y llega hasta Kalie, que se esfuerza por parecer indiferente.
—Oh…— murmura Kass— Yo… ¿Te conozco de algo?
Kalie mantiene su postura relajada.
—Mmm, no me suenas — contesta, ladeando la cabeza— ¡Ah, sí! tú eres la chica que entró con Lindsey en mi habitación, ¿Cierto?
Los hombros de Kass se relajan un poco.
—Ah, sí, tienes razón— dice y sonríe un poco.
Kass esboza una sonrisa complacida.
—A mí también me parecías conocida. Qué tonta por no haberme acordado— Kalie ríe también, pero suena fingido, al igual que la sonrisa de Kass.
—Un placer haberte visto de nuevo, Kalie— dice, y le ofrece la mano. Kalie la estrecha y acto seguido Kass se vuelve a marchar por el pasillo, hasta que su sombra desaparece por completo entre las demás.
Kalie se vuelve a nosotras, su rostro pálido como el de un muerto.
—No te ha descubierto, mujer— dice Mitchie, y le da una sonora palmada en la espalda —¡Anímate!
Kalie frunce el ceño.
—¿No me ha reconocido? ¿Estás segura de eso?— murmura ella— Ninguna de nosotras ha pronunciado mi nombre ni una sola vez.


El silencio cae de golpe sobre nosotras. Kalie tiene razón. Nosotras no la hemos llamado por su nombre, entonces, ¿Cómo lo sabe Kass?
—Quizá lo sepa de oídas anteriores.— sugiero. La calma recae entre nosotras. Entonces se me ilumina la bombilla— ¿No decías que te la “presentaron” en tu habitación?
Kalie suelta el aire de golpe, y sonríe. “¡Es cierto!”
Mitchie rompe el silencio incómodo mirando su reloj, con expresión calculadora.
—Nos quedan… ocho minutos— dice, y levanta la vista hacia nosotras— ¿Nos vamos ya?
Me remuevo en mi asiento. No me apetece volver, no ahora. Quizá mañana. Kalie se levanta y me ofrece la mano, que acepto de mala gana.
—Lo que hace la pereza…— dice Kalie, sonriendo
—Demasiado— respondo, bostezado.
Ellas ríen.


Llegamos a las puertas de metal de nuevo, y ya hay allí un puñado de Aspirantes. También están Uriel y Castiel. Uriel habla, moviendo a la vez las manos rápidamente, y Castiel, escucha. Bueno, no estoy segura de eso, mientras se mira las uñas. Echamos a andar lo más lejos posible de ellos.
En algún momento Uriel nos ve, e intercambia un par de susurros con Castiel, que levanta la vista en nuestra dirección, con aire sorprendido.
Se dirigen hacia aquí, atravesando la sala con pasos largos y rápidos. Oh, mierda.
Me separo del muro y me alejo milimétricamente de él.
—¿Cómo tú por aquí?— digo “tú”, no “vosotros”. Simplemente ignoro, o trato de ignorar esos ojos azul cielo que me observan de reojo, inquisitivos— Pensaba que el sargento os había echado.
Uriel lanza una carcajada, y noto que la boca de Castiel tiembla, inclinándose, pero sin acabar de hacerlo, en una sonrisa.
—Hummm… Nos lo hemos pensado mejor— concluye con una sonrisa torcida— ¿Sargento? ¿Cuándo has reunido tanto ingenio junto?
Finjo pensármelo.
—En realidad, se le ocurrió a Mitchie— digo. La mencionada hace una mueca de sorpresa, y yo le saco la lengua.
Castiel bosteza.
—¿Y bien? Vosotras habéis estado con él antes ¿cierto?— pregunta, tocando con un dedo el costado de Uriel— ¿Con quién voy a tener que pasar este entrenamiento?
Mitchie le lanza una mirada de desagrado.
—Por suerte para mí, conmigo no— le suelta, mordaz, y yo le lanzo una mirada sorprendida. No es normal por su parte que alguien, y alguien como Castiel le caiga mal, solo unos segundos después de conocerlo.
Castiel se encoje de hombros.
—A mí personalmente, me da igual— responde, simplemente— Pero no me habéis contestado, ¿a quién?
Kalie se muerde el labio, y yo hago que estoy distraída enrollando un mechón de pelo salido de las horquillas.
—Tendrás a Leia y a Kalie— dice finalmente Uriel, señalándonos— También a Daniel y a Michael. Dan es el que está allí— señala con la cabeza a Dan, que nos da la espalda mientras habla con otro chico.
Castiel nos observa pensativo.
—Hasta entonces, supongo. Espero que no me decepcionéis como lo han hecho los míos— dice, pero creo que no lo dice enserio. De repente le empiezan a brillar los ojos; ha visto entrar a Marcus— Vamos a molestar al sargento un poco— concluye mirando a Uriel, y al mismo tiempo, unas sonrisas idénticas se le forman en el rostro a ambos.
Observamos cómo se marchan, siguiéndolos con la mirada.
—El rubio es un poco idiota— dice a nadie en particular Mitchie, y Kalie asiente.
Yo le corrijo:
—A mí me ha parecido simpático.
Marcus se acerca al centro de la habitación, posiblemente para alejarse de los dos ángeles que le rodean como dos moscas muy molestas, y nos acercamos a él.



Unos minutos después, Marcus acaba su explicación. Castiel nos hace una seña con la cabeza y los cuatro, ya reunidos, le seguimos. Él nos lleva sin decir ni una palabra a la zona que le ha proclamado vencedor hace no mucho tiempo: los sacos.
Castiel empieza a explicar movimientos básicos de puño, mientras que yo miro al otro lado de la sala, y veo a Mitchie, sosteniendo una pistola con los  brazos extendidos, las piernas separadas ligeramente y el ceño fruncido de concentración. Veo su dedo moverse y colocarse encima del gatillo. Parpadea ligeramente y entrecierra los ojos, apuntando. Y aprieta el gatillo.
Un ruido sordo se expande por la sala, al tiempo que la bala sale de la pistola, y Mitchie se ve impulsada para atrás por la fuerza del disparo.
La bala alcanza el límite de la diana, a solo unos milímetros de impactar en la dura pared de detrás. Mitchie se da la vuelta, sonriendo, y se vuelve a poner a la cola, tras el chico de pelo rubio ceniza, y este intercambia unas palabras con ella. Mitchie le sonríe. Ahogo una sonrisa. Mitchie siempre consigue lo que quiere.
Algo me hace girar la cabeza de nuevo hacia mi grupo; gran error. Kalie, Dan y Michael están vueltos hacia mí, además de Castiel, que me observa con una expresión de diversión.
—Parece que te diviertes mucho… — dice, y ladea la cabeza, fingiendo compasión— ¿Quieres irte con ellos, niña?
Me siento tentada a contestar con un simple “Sí” pero mi orgullo me lo impide. No se va a burlar de mí en mi cara.
—No soy una niña— le suelto, mordaz, y se me quedan las ganas de terminar la frase dándole la razón a las anteriores palabras de Mitchie.
Castiel alza una ceja, con una falsa expresión de incredulidad en su rostro.
—Oh, ¿No lo eres? ¿Entonces eres un niño?— pregunta, con una sonrisa desdeñosa— Eso no lo sabía. Me lo había tragado. Enhorabuena.
Noto como el calor sube hasta mi cara. Si pretendía evitar quedar como una idiota, acabo de fastidiarlo.
Me limito a mirarlo a los ojos, tan fijamente como puedo, tratando de pensar en un comentario sarcástico con el que responderle. No se me ocurre nada.
Castiel lo deja correr.


Al cabo de unos minutos, estamos los cuatro frente a un saco cada uno, preparándonos para enseñarle lo que sabemos hacer. Me siento tan estúpida. Él da la salida, y empezamos a golpear, solo puño. Trato de imitar la forma de combatir que Uriel y Castiel nos han mostrado antes, sencilla, limpia, y terriblemente eficaz. Él pasa a lo largo de la fila, mirándonos y corrigiéndonos de uno en uno. Llega a mí, y se queda unos segundos observándome. Me empiezan a sudar las manos, y trato de golpear más fuerte, y más rápido, pero lo único que consigo es ponerme nerviosa, y hacerlo peor.
Castiel niega con la cabeza, y se acerca a mí.
—No, así no— dice y me coge de la muñeca. Me da la vuelta a la mano y me muestra el dorsal, los nudillos rojos y ásperos— ¿Ves esto? No hace falta empezar a soltar golpes sin medida; hay veces que con uno o dos son suficientes. Es mejor un golpe, dado con cabeza, que diez soltados sin pensar. Espera a que llegue el momento, un momento de descuido, cualquier despiste del contrario, entonces ve tú. Ve tú y llévatelo por delante. La paciencia es algo muy importante, al igual que la fuerza y la inteligencia. Tienes que ser más fuerte que ellos. Si te tiran diez veces, levántate once. Tienes que ser más lista, atacar sin que les dé tiempo siquiera a ponerse en guardia. Eso aquí no es trampa, es ser inteligente. Si te tiran una piedra, demuestra que eres mejor y… tírales un ladrillo.
Esa última frase me hace soltar una risa. Acompaña mi muñeca hasta el centro del saco, la suelta y se marcha hacia el siguiente en la fila, Dan, antes de que me dé tiempo a balbucear siquiera un “Gracias”.

Pasamos mucho más tiempo del previsto en los sacos y cuando terminamos, me duelen las manos. Marcus da la señal de cambio de zona, y Castiel encabeza la marcha hacia la zona de tiro, donde Mitchie ha estado antes, mientras habla en susurros con Daniel. Sus cabezas juntas —la de Castiel le saca unos pocos centímetros a la de Dan—, inclinadas, como si compartieran un secreto que solo saben ellos dos.
Me cruzo con Mitchie, y me lanza una mirada de soslayo. Sus ojos dicen “¿Qué tal ha ido?”, y los míos responden “Podría haber sido peor”. Con una última sonrisa nos separamos y seguimos nuestro camino. A mi amiga se le ve un poco sola. La otra chica que forma su grupo es Kass y el último miembro es el chico de pelo rubio ceniza. Supongo que Mitchie se sentirá un poco cohibida, por una parte, pero sé que va a intentar algo con el chico que le ha cautivado. Mitchie es así. Siempre logra sacar el lado positivo de las cosas.


Llegamos a la zona de tiro, y Castiel nos señala una pequeña cajonera, llena de pistolas de distintos aspectos; tanto pequeñas como grandes, tanto pesadas como ligeras como una pluma.
Al final elijo la que más cercana me queda, una de un tamaño algo menor que mi antebrazo, de aspecto más sencillo que el resto de las que veo en la pila. Nunca en mi vida he tocado una pistola, y menos aún disparado una. En el Refugio jamás nos instruyeron para esto. No entiendo por qué aprendemos a hacerlo ahora. Bethany nunca nos dijo nada. La verdad es que podía habernos informado un poco más acerca de esto. Vale que no quisiera hablar de ello, pero podía habernos ayudado.
Castiel pasa a mi lado, me quita el arma de las manos, y la manosea, pensativo.
—Una Glock, modelo 17. No es una mala elección— admite, haciéndola girar entre sus dedos. Luego se acerca a la zona de tiro, y se lleva mi pistola. Veo como se acerca a la caja de madera y carga la pistola, con la agilidad propia de una larga práctica.
—¡Eh!— le grito, sorprendida— ¡Eso era mío!
Él responde sacándome la lengua.
—Nah. Lo que se da no se quita— responde, burlón.
—¡Pero yo no te lo he dado!— me quejo, pero él me ignora.
Se coloca frente al único blanco de la sala y maneja el arma con soltura. Sube los brazos hasta que forman un ángulo de noventa grados con su torso, y cierra un ojo. Su dedo se mueve casi imperceptiblemente hacia el gatillo, y aprieta.
Se repite el mismo estruendo que ha estado sonando continuamente antes, con cada tiro de los miembros del grupo de Mitchie. Bueno, quizá más fuerte, teniendo en cuenta que está a pocos metros de mí.
A diferencia de Mitchie, sus pies resisten el impacto firmemente amarrados al suelo de piedra, sin ni siquiera levantarse las puntas unos milímetros por falta de equilibrio. La bala impacta en el mismísimo centro de la diana, dejando un cículo perfecto. Me quedo ojiplática.
Castiel observa crítico el nuevo agujero en la ya maltratada diana, y se vuelve hacia nosotros, al tiempo que baja la pistola. Se acerca a mí unos segundos y me lanza el arma al regazo. Yo la cojo agradecida.
El ángel observa la expresión de incredulidad en el rostro de Kalie, y sonríe de medio lado.
—Cierra la boca, Aspirante. Te van a entrar moscas.
Hago una mueca divertida. Él nos señala la plataforma de tiro con la cabeza. ¿No pretenderá que disparemos como acaba de hacer él ahora mismo, no? Su gesto deja claro lo contrario.
Oh, claro que sí lo pretende.


Nuestras miradas viajan de nuestro instructor hasta la plataforma de metal que sobresale unos centímetros del suelo, y luego vuelve de nuevo al lugar de inicio; a esos ojos que nos vigilan expectantes.
—¿Necesitáis una invitación?— pregunta Castiel, dando golpecitos impacientes con el pie en el suelo.
Ahora nos miramos entre nosotros. Es evidente que ninguno de los otros va a dar un paso adelante. Así que lo doy yo.
—Bien— asiente Castiel— No pensaba esperar todo el día.
Yo me muerdo el labio y miro hacia atrás, donde Kalie me señala con la cabeza la plataforma, donde Michael rehúye nuestras miradas fingiendo estar concentrado en el suelo, y donde los ojos verdes de Dan me observan con una curiosa sonrisa. Yo esbozo otra leve sonrisa en respuesta, y él me dice “Buena suerte” moviendo los labios.
Me doy la vuelta. No soy la única que nota las palabras de Dan. Castiel me lanza una mirada fría. Lo ignoro por completo y me dirijo a la plataforma de lanzamiento.
Enderezo mi columna vertebral. Levanto los brazos. Castiel me interrumpe antes de que pueda acercar siquiera el dedo al gatillo.
—No, ¡Así no! Separa más las piernas. Si no…— me da un golpe con el puño en las costillas, y yo me veo resbalándome hacia atrás irremediablemente— … perderás el equilibrio, así.
Antes de que mi caída llegue a tocar el suelo me agarra la mano y me impulsa hacia arriba, como si fuera una muñeca de trapo, como si tuviera el peso de una pluma. Los músculos se le resaltan bajo la fina camiseta negra en los brazos al hacer fuerza para levantarme.
Me suelto tan pronto como estoy erguida, y frunzo un poco el ceño.
—¿Por qué has hecho eso?— espeto, molesta.
Él alza una ceja, con una expresión burlona en su rostro.
—¿El qué? ¿Corregirte una mala posición o impedir que te caigas al suelo?
Aprieto los puños.
—¡Pegarme en el estómago!
Él cambia el peso de un pie a otro, con una sonrisa arrogante en su rostro.
—No seas cría.
Abro la boca, indignada, pero decido callarme antes de empezar a soltarle lindezas. Me coloco frente al blanco y abro más las piernas esta vez. Vuelvo la mirada atrás para mirarle un segundo. Castiel observa mis movimientos y asiente. Levanto los brazos hasta que forman un ángulo recto con mi torso, y coloco el dedo índice acariciando el  suave gatillo. Entrecierro los ojos y veo alinearse la mirilla del arma con el blanco. Entonces aprieto el gatillo y disparo.
Cierro los ojos. No me había dado cuenta de que había estado mordiéndome el interior de la mejilla hasta que noto un ligero sabor a sangre. Me veo impulsada hacia atrás como Mitchie, y doy un tropezón, a punto de caer de nuevo. La vergüenza sube hasta mis mejillasen forma de rubor.
Vuelvo la cabeza hacia el blanco y veo que ni siquiera se ha acercado al centro. Se ha quedado rozando el anillo exterior, pintado de azul oscuro.
A mi espalda Castiel hace un gesto de aprobación.
—No está mal— concede— ¿Alguien más quiere probar?
Los Aspirantes de nuestro grupo se colocan en una fila y van intentándolo uno por uno. Kalie roza el segundo anillo, y se queda a algo menos de diez centímetros del anillo rojo del centro. A Michael tampoco se le da esto demasiado bien, pero mejor que a mí sí. Él se queda en el tercer círculo, el amarillo. El disparo de Dan, en cambio, se queda a menos de cinco centímetros del agujero hecho por nuestro instructor. Castiel le da una palmada en el hombro, complacido, y le murmura algo, a lo que Dan sonríe.
Y me vuelve a tocar el turno de nuevo. Repito el mismo procedimiento que anteriormente, pero antes de que pueda soltar la bala Castiel me interrumpe y señala mis muñecas; yo las elevo más. Él vuelve a su sitio detrás de nosotros y yo disparo.
Esta vez el impulso no me pilla por sorpresa y consigo mantenerme más o menos firme.
Contengo un murmuro de decepción, camuflándolo de indiferencia. Me he quedado aún más lejos del centro. Un infantil impulso de tirar la Glock al suelo y pisotearla recorre mi columna vertebral, pero lo contengo.
Voy hacia el final de la fila con la cabeza baja, sin mirar a ninguna de las caras que me observan. Kalie rompe el tenso silencio acercándose de nuevo al blanco. Y la ronda continúa. ¿Tan mal lo he hecho?
Todos disparan mejor que yo, y ese peso cae como una piedra sobre mi estómago, aplastando parte de las pocas esperanzas que me quedaban de superar mi Periodo de Prueba. Tengo que tratar de ser mejor que los demás en cada ejercicio, en cada entrenamiento. No estoy ganando nada así.
Cuando mi turno vuelve a llegar y vuelvo a fallar estrepitosamente. Castiel me saca de la fila, y les hace a los demás un gesto para que continúen. Me lleva unos metros apartados de los demás, a donde no pueden oírnos el resto de los Aspirantes.
—Quedan unos minutos para que Marcus os dé vía libre para marcharos— entiendo eso como que queda poco para que el entrenamiento acabe— ¿Podrías quedarte unos minutos? No te robaré demasiado tiempo, lo prometo.
Me pilla por sorpresa su petición.
—Eeeh… yo… sí, claro— respondo, algo extrañada.
—Bien— dice solamente él, y se marcha de nuevo hacia la fila que finge estar concentrada en el blanco en vez de en nuestra conversación. Eso me hace sonreír.
Echo a trotar detrás de él, sus pasos son mucho más largos que los míos, y para seguir su ritmo tengo que correr.
Kalie me toma del brazo y me susurra con una sonrisa cómplice.
—¿Qué te ha dicho?
Yo me encojo de hombros, pero en ese momento los engranajes de mi cerebro empiezan a girar. ¿Y si quiere decirme lo obvio? ¿Y si me dice qué no valgo? ¿Qué más me valdría convertirme en una Excluida si aprecio mi vida? De repente todo eso cae sobre mí y provoca que empiece a alterarme.
Ignoro la pregunta de Kalie, que se da cuenta de que quizá no debería haber preguntado.
Un chillido agudo corta el aire. Me giro en seco y veo a una Aspirante en el suelo del ring, un hilo de sangre baja desde su garganta y se escurre hasta el suelo. Encima de ella hay otro chico, aparentemente del triple de peso que la escuálida chica que yace bajo él. Mitchie intenta acercarse al ring, pero alguien la retiene sujeta por un brazo. Su cara está retorcida en una mueca extraña; algo que no había visto en ella en todos los años que llevo aquí.
El ángel que vigilaba ese grupo se apresura a quitarle de encima al bruto chico, que sigue resistiéndose, furioso. Marcus lo agarra de la camisa con fuerza, agarrando también algo de piel, y lo saca de la sala. Mientras tanto nuestro instructor no ha perdido tiempo. Se acerca a la chica caída y la lleva contra las cuerdas del ring, ayudándola a erguirse sentada.
Dan, Kalie y yo corremos hasta ellos. Michael nos sigue poco después. Castiel está en cuclillas frente a la chica, que respira entrecortadamente.
Son unos minutos tensos.
Al final, Castiel deja a la chica, se levanta y se vuelve hacia el ángel responsable del grupo de la chica.
—Ella está bien— dice, como quien comenta el buen tiempo que hace— Seguid con el entrenamiento.
Entonces se agacha de nuevo y carga con la chica a cuestas. En eso momento veo el profundo corte que de lejos parecía poco más de un pinchacito. ¿Cómo han permitido que pase esto? Ella no está tan bien como nuestro instructor asegura. ¿Con qué narices le ha hecho eso?
Él sale de la sala seguido del otro imonitor.
Marcus, que lo ha estado observando todo, da la señal que indica el final del entrenamiento. Los Aspirantes empiezan a salir sin las acostumbradas prisas, todavía en shock. Encuentro a Mitchie esperándome en el umbral de la puerta.
—¿Eras tú la que ha gritado?— le pregunto, poco crédula. Kalie se acerca a nosotras mientras tanto.
Mi amiga asiente con la cabeza, sus ojos grises muy abiertos.
—No lo entiendes… está muy mal...— murmura, con la mirada perdida— ¡Está muy mal!— repite, alzando más la voz. Un par de Aspirantes se paran y nos miran. Yo les enseño un dedo, solo uno, y ellos se marchan— Algo está muy mal aquí…— vuelve a susurrar de nuevo— Esté no es el lugar… nos equivocamos… Debemos salir de aquí, Leia. Antes de que sea demasiado tarde. Lo he visto. Les he oído hablar.
Mitchie está fuera de sí. Y eso me asusta.
—Mitchie— digo, poniendo las manos sobre sus hombros— Cálmate. Te ha afectado todo esto, pero...
—¡No! ¡No lo entiendes! Ellos llevan un par de días hablándome. Tenía que decírtelo de todos modos.
—¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Mitchie, estás asustada, pero eso no da motivo a que te pongas histérica de repente!
Mitchie se deshace de mis manos bruscamente, con lágrimas en los ojos. Mi amiga se mueve veloz y empieza a correr por el pasillo. Hago amago de seguirla, pero entonces recuerdo lo que Castiel me había dicho. No puedo irme. Tengo que quedarme aquí.
Kalie adivina la situación y me aprieta un hombro.
—No te preocupes. Iré tras ella— me asegura, y echa a correr hacia la ya alejada figura que es Mitchie.
—¡No dejes que haga ninguna tontería!— le grito, presa de un terrible miedo.
Pero Kalie ya no me oye.
Me doy la vuelta y veo que estoy sola en esta sala de luz y sombras. Me siento contra una de las paredes, las piernas flexionadas delante de mí, y la cara enterrada sobre las manos. Me asusta que Mitchie pueda cometer un error.

Pasan segundos, luego minutos, hasta que oigo pasos apresurados correr hasta la boca de la sala, y una cabeza rubia se asoma dentro.
Me levanto y espero a que él llegue hasta mí.
—¿Qué tal está ella?— pregunto, temiendo la respuesta.
Castiel duda antes de responder, lo noto en la tensión de su cuerpo.
—Se pondrá bien. Habría sido muchísimo peor si ese cuchillo hubiese agujerado unos centímetros más abajo.
Un escalofrío recorre la parte de atrás de mi cuello. Si ese cuchillo hubiese agujerado un poco más abajo, le habría perforado el pulmón, o puede que el corazón. La simple idea de que eso haya podido pasar en un entrenamiento hace que se me revuelvan las tripas.
—¿Y cómo han dejado que usen cuchillos de verdad en un entrenamiento?— pregunto, disgustada.
—Estúpidos los hay en todos lados. E imprudentes también. Pero vayamos al grano— corta Castiel— No te he traído aquí para hablar de un accidente que nadie sabía que ocurriría.
Yo le miro, expectante. Trato de camuflar con curiosidad el temor que realmente siento. No quiero que hoy sea mi último día aquí.
—Ambos sabemos que hoy no has estado muy brillante…— Y aquí va. Me preparo mentalmente para sus siguientes palabras— … por eso quería ofrecerme a ayudarte a mejorar.
—¿Qué?— digo sin pensar. Esa no era la respuesta que yo me esperaba.
—Tendrías que hacer un esfuerzo. Quedarte una o dos horas más que los demás. Creo que podrías ser realmente buena.
Le miro, todavía algo sorprendida.
—¿Y el sargento nos dejará?
—No tiene por qué saberlo.
Eso ya no me sorprende tanto. Castiel ha demostrado tener unas magnificas dotes para hacer lo que le viene en gana.
—Uh… Vale— acepto, y una pequeña chispa de alegría estalla dentro de mí— ¿Y cuando empezamos?
—Ahora.
—¿Ahora?
—No, boba. Ahora yo, no sé tú, tengo otras cosas que hacer— dice él, sonriendo de medio lado.
—¿Cómo cuales?— pregunto curiosa.
—Como dormir— dice burlón— Luego te veo, Leia.
Me dedica una sonrisa y se marcha, con las manos en los bolsillos.
Observo su sombra hacerse más y más pequeña hasta desaparecer en la tenue luz del pasillo. Me encamino  hacia mi habitación, rebosante de felicidad, casi saltando a cada paso que doy.
Lo que yo no podía saber es que esa felicidad duraría tan poco.