viernes, 27 de febrero de 2015

El Ángel Guardián - Capitulo 6

Aquí os dejamos el capítulo 6 de "El Ángel Guardián"
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CAPÍTULO 6

Poco después de que ellos se hubieran ido, Marcus nos hizo regresar a nuestros dormitorios, y nosotros no pusimos pegas a su orden.
Poco recuerdo del viaje de vuelta a nuestras habitaciones. Estaba demasiado absorta en mis pensamientos para darme o querer darme cuenta de algo. Recuerdo a Mitchie parloteando sin parar, moviendo las manos al hablar, emocionada, como una niña de trece años. Simplemente fingí que la escuchaba, pero capté fragmentos de su conversación: que si este es guapo, o que el de más allá la había mirado. Puse los ojos en blanco. Mitchie siempre ha sido incorregible en esos temas.

Kalie, a mi lado, avanzaba con la cabeza gacha, con la mirada perdida. Con una sola ojeada, supe que ella estaba tan sumida en sus pensamientos como yo en los míos. Esbocé una leve sonrisa cuando me di cuenta de que las únicas que estaban escuchando a Mitchie son las dos chicas que caminaban detrás de nosotras. Pero tampoco es que le hicieran mucho caso.

Estoy tumbada en la cama, bocabajo, presa de un aburrimiento supremo. Me he vuelto a poner ropa cómoda. Mitchie está tumbada encima de mí. Bueno, no encima de mí, sino encima de la cama de arriba de nuestra litera, y yo veo como se le cuela el pelo por el huequito entre la litera y la pared. Kass probablemente esté en la habitación de sus nuevas amigas, cosa que no me extrañaría nada.
 Oímos golpes suaves en la puerta.
 “Kassandra” pienso.
 Me doy la vuelta en la cama hasta quedar bocarriba y paso el dedo por el borde de la cama de arriba.
 —Mitch— digo.
Se oye el frufrús de las sábanas al moverse Mitchie. 
—¿Mmm?— responde ella, somnolienta.
—¿Abres tú?— pregunto, con un tono inocente.
—No tengo otra cosa que hacer. 
Suspiro y me siento en la cama. Con Mitchie es imposible discutir. Me froto las manos heladas, en un desesperado intento de entrar en calor.
Me levanto de la cama, y al instante siguiente maldigo. Estoy descalza. Dios, que frío esta el suelo. A pesar de tener en la cama un par de mantas, estas son muy finas y abrigan tanto como papel de fumar.
Empiezo a caminar hacia la puerta, pensando en diferentes modos de asesinar a Mitchie. Noto el ruido de las sábanas de nuevo, me giro y veo a Mitchie sentada, con la manta subida hasta la cintura, esperando a que abra la puerta.
—Leia— murmura muy bajito — Si es Kassandra pégale con un palo.
Suelto una carcajada al oír a Mitchie, me vuelvo hacia la puerta, y giro la llave, abriéndola despacio.
En el umbral estaba Kalie, con la mano alzada para volver a llamar. Al verme baja la mano y sonríe, nerviosa.
— ¿Puedo pasar ?— pregunta, retirándose un mechón de pelo rubio de la cara.
 Yo me hago a un lado de la puerta, invitándola a entrar.
Ella pasa mirando alrededor y se deja caer en mi cama pesadamente. Se aparta un mechón de pelo de la cara de un soplido. Se da cuenta de que tanto Mitchie como yo la miramos, Mitchie desde el hueco de la cama de arriba y yo todavía desde el umbral de la puerta.
—Bueno…— dice Mitchie— ¿Cómo tú por aquí?
Ella se toquetea un lado de la base del cuello y se encoje de hombros.
—No sabía qué hacer, ni adonde ir— responde Kalie, mordiéndose el labio— Ella vino, ¿Sabes?
Mitchie frunce el ceño.
—¿Quién vino?— pregunta Mitchie, rascándose distraída la barbilla— ¿Adonde vino? ¿Aquí?
Kalie niega con la cabeza.
—No, aquí no— responde ella, cerrando los ojos y recostándose en la cama— Fue Kassandra. Ella vino a mi habitación.
Alzo una ceja, y Mitchie y yo intercambiamos una mirada por encima de la cabeza de Kalie.
—¿Y…bueno, que pasó?— pregunto, metiéndome las manos en los bolsillos de los pantalones.
—¿Te reconoció?— pregunta a su vez Mitchie.
Kalie suspira suavemente, y abre los ojos.
—La verdad es que no lo sé— murmura Kalie— Entró a la habitación con una de mis compañera. Llevaba una mano puesta sobre su hombro y se reían. Parecía que fuesen amigas de toda la vida.
Mitchie pone los ojos en blanco.
—Sinceramente, me dan igual sus amistades falsas— dice secamente Mitchie, y añade— Lo que queremos saber, ¿te reconoció o no?
Kalie nos mira preocupada.
—Creo que sí— responde ella, y le tiembla la voz al hablar— Todo fue muy rápido. Yo estaba en mi cama, cuando ellas entraron. Estaba sola en la habitación, las otras dos chicas no estaban. Mi amiga se acercó a mi cama, con Kassandra detrás. Dijo: “Kalie, ¿Conoces a Kassandra?” Yo negué con la cabeza y traté de ocultar lo máximo posible mi cara. Pero no me salió muy bien que digamos. Kassandra se acercó a mí, y me ofreció la mano. Entonces vio mi rostro. Enseguida su cara se ensombreció un tanto, y se me quedó mirando, sin decir nada. Yo no pude aguantar más. Me despedí rápidamente de ellas, y salí, sin ni siquiera mirar atrás. No dijo nada acerca de mí, tampoco dio señales de reconocerme. Y si lo supo, lo disimuló muy bien.
Cuando Kalie termina de hablar, nosotras nos quedamos en silencio. Al final yo soy la primera en romperlo.
—¿Y qué piensas hacer?— digo, quizá un poco más bruscamente de lo que pretendía— Es decir, nosotras te dejaríamos quedarte a dormir en nuestra habitación, pero teniendo en cuenta que vivimos con ella, no creo que fuese una buena idea.
Kalie esboza una pequeña sonrisa.
—La verdad, yo tampoco creo fuese una gran idea— responde, y su sonrisa se hace más visible.
—¿Y entonces que pretendes con esto?— pregunta Mitchie, con aire aburrido, devolviendo la atención al techo de madera de la habitación— Sabes que ella puede venir en cualquier momento, después de todo, también es su habita…
Unos rudos golpes interrumpen a Mitchie en mitad de la frase.
Kalie suelta un leve chillido, que suena como “Kass”, y se levanta de un salto de la cama. Mitchie aparta la vista del techo y la clava en la puerta. Pero la que más se sobresalta soy yo, pues estaba apoyada en la puerta. Dios, casi me da un infarto. Menos mal que ha llamado, no sé que hubiera hecho si hubiera abierto sin llamar estando yo allí.
Me doy la vuelta para abrir la puerta, dejando atrás las miradas de Mitchie y Kalie, esta última tenía la mano tapándose la boca. Hay que ver, que floja es esta chica. Si no fuera porque es mi amiga, no la podría ni ver. No soporto a los débiles.
Doy la vuelta a la manija de la puerta y la abro.
No es Kassandra. Es Marcus.
Oigo un suspiro de alivio detrás de mí, pero no añado nada.
—¿Estáis todos los miembros de la habitación ocho?— pregunta Marcus–
—No– respondo yo— Falta Kassandra Johnson.
Marcus alza una ceja.
—Pensaba que en la habitación solo erais tres.
Le miro fríamente, y señalo a Kalie.
—Lo somos— dice Mitchie— Ella no es de nuestra habitación, es de la siete— señala con la cabeza a Kalie.
Marcus clava la mirada en Kalie, que se la sostiene algo temblorosamente.
—¿Sabes— empieza Marcus, con un tono extremadamente peligroso— que no podéis salir de vuestras habitaciones sin permiso? Y mucho menos a la de otras personas. Para algo están los horarios.
Kalie cruza una mirada con nosotras.
—Ya me iba— dice a toda prisa, echando rápidamente a andar hacia la puerta.
Marcus la sujeta por el cuello de la camisa.
—Espera un momento— dice, y se vuelve hacia nosotras— La cena será adelantada media hora. Espero vuestra asistencia con puntualidad.
Se vuelve hacia Kalie y entrecierra los ojos.
—Y tú— dice, con un tono de voz afilado— La próxima vez que te pille merodeando por el pasillo, o en la habitación que no debes, te convertiré en una Excluida. En tu mano está.
Dicho esto, suelta a Kalie y se va, dando un portazo.
Kalie no se hace de rogar más. Se despide rápidamente con la mano, abre la puerta de un tirón y se marcha, cerrándola a su espalda.
Mitchie y yo intercambiamos una mirada impresionada.
—¿Una Excluida?— pregunta Mitchie— Sabía que podía pasar, pero no por semejante chiquillada.
No puedo hacer otra cosa que asentir.

Mitchie vuelve a subirse a su cama y se tapa hasta los hombros, mientras echa aliento en las manos y se las frota, tratando de entrar un poco en calor.
Yo hago lo mismo. Estoy helada. Lo peor de todo es que la temperatura de la habitación bajará durante la noche, y esto será un congelador.

Aún recuerdo la primera noche que pasé aquí, en el Refugio.

Había amanecido una mañana fría y nublada de invierno.  Era diecisiete de febrero.
Habían pasado casi cuatro años desde el accidente. Desde entonces yo había estado viviendo en las calles mayoritariamente. Los primeros meses la policía me había dado casa, hasta que mis heridas sanaron. Luego lo dejaron de mi cuenta. Pasé por varios hogares, pero no me quedaba mucho tiempo. Finalmente acabé en uno de los orfanatos de la zona, porque los policías que tiempo atrás me dieron refugio, me encontraron vagando por las calles. Allí fue donde estuve dos años y medio viviendo pobremente. Traté de escaparme varias veces, pero la instructora siempre me encontraba, y entonces me pegaba. Odiaba mi vida.
Pero entonces llegaron ellos.
Eran dos hombres. Altos, regios, con aire importante. Dijeron ser mis tíos lejanos, y que se ocuparían de mí. A la instructora le dio igual. Supongo que estaba contenta de librarse por fin de mí. A mí tampoco me producía reparo dejar aquella cárcel, en la que había pasado los peores años de mi vida.
Me mandaron empaquetar mis escasas pertenencias, y ese mismo día abandoné el orfanato.
Poco después de salir me llevaron a un parque a hablar, y me contaron la verdad. Me dijeron que ellos eran ángeles puros, y que podían ofrecerme hogar, comida, y todo lo que necesitará para vivir. La única condición era que no podría salir del recinto sin permiso, que entrenaría diariamente para algo que ellos llamaron tu “Periodo de Prueba”. Yo no sabía qué era eso, y estaba desesperada. Acepté.
Luego ellos me trajeron aquí.
Recuerdo cuando llegamos. Una señora alta, musculosa, y con aspecto severo se ocupó de mí. Tenía el pelo castaño y muy corto, poco más largo que un chico. Se presentó como mi entrenadora, Maia. Me llevó a través de incontables pasillos, y subimos varias plantas, hasta llegar a una recubierta de puertas. Cada puerta tenía un número, y estaban por todos lados.
Pasamos por una que estaba abierta, dentro cuatro chicos hablaban en voz muy alta, y al pasar yo se callaron y me siguieron con la mirada hasta que doblé la esquina, con una expresión curiosa en el rostro. No me extraña que me mirasen, llevaba el pelo negro encrespado, ropas remendadas y un aspecto lamentable. Eran los vestigios que me había dejado el orfanato.
Llegamos a una habitación en la que ponía el número trescientos doce, y de la que salía un gran barullo. La mujer revisó la lista, asintió y llamó a la puerta. Al instante, el jaleo cesó, y se oyeron murmullos de “Chhist, callaros, puede ser Maia”
Una chica de pelo  moreno, que le caía hasta debajo de los hombros, y de ojos almendrados, puede que un poco mayor que yo, abrió la puerta y se quedó apoyada en el umbral de la puerta, con expresión interrogante.
Yo miré a Maia, que observaba el desordenado cuarto con una expresión de profundo disgusto, y luego observé el dormitorio.
No era muy grande, pero había tres camas, y en ellas, estaban otras tres chicas, aparte de la que nos había abierto la puerta. Las paredes estaban cubiertas por un feo papel de  pared de colores claros, que se entrecruzaban dando un aspecto extraño a la habitación. Por un rincón asomaba otra puerta, y supuse que sería el baño. El techo de la habitación era de madera, sujeto por unas feas vigas de hierro, algo oxidado. El suelo era de madera también, probablemente de roble, por el aspecto. Cada cama tenía una colcha de diferente color, al lado de un pequeño tocador  por cama, dos de ellos decorados con fotos o pequeños objetos de decoraciones, pero el último vacío.
La entrenadora Maia se adelantó y se dirigió a la chica de pelo moreno, que sigue apoyada en la puerta.
Chloe, haz el favor de cerrar la puerta, por favor, no se tiene que enterar todo el mundo de que estáis aquí— dijo, con una voz firme, pero a la vez algo maternal.

La que debía de ser Chloe cerró la puerta, y se dejó caer en una cama, al lado de una muchacha, más pequeña que ella, rubia.
La chica que estaba recostada en la segunda cama añadió, mientras se levanta:
—¿Por qué, May?— preguntó inocentemente, bostezando— ¿Hemos hecho algo malo?
Maia frunció el ceño.
No me llames así— replicó— Sabes que lo odio.
La chica se sentó en la cama.
Sí— contestó sonriendo— Sí que lo sé.
Maia puso los ojos en blanco.
—¿No deberían estar Mitchie y Ainhoa en su habitación?— preguntó, señalando a la chica tumbada en la cama de al fondo, y entrecerrando los ojos.
La chica rubia, Ainhoa, recuerdo, resopló sonoramente.
Enseguida nos vamos— contestó ella, y se volvió a tumbar en la cama. Las otras chicas se rieron.
Pero que vamos a hacer con vosotras…— dijo Maia, negando lentamente con la cabeza— En fin, no es eso a lo que venía.
Las chicas la miraron interrogativamente, y Maia me hizo adelantarme unos pasos.
Si no me equivoco— comenzó Maia— Aquí solo duermen Chloe y Bethany, ¿Verdad?– dos de las chicas asintieron— Tenéis una cama libre ¿Cierto?
Las chicas volvieron a asentir.
Bueno, pues os presento a Leia Sunshine— dijo Maia, dándome una palmada en la espalda— Vuestra nueva compañera de cuarto. Os dejo para que os conozcáis. Y vosotras— dijo, señalando a la chica rubia y a otra de pelo largo color castaño chocolate, que no había abierto la boca desde que habíamos entrado— Salid de aquí y regresad a vuestro cuarto. No quiero volver a repetirlo.
Y se fue dejándome sola con esas chicas, que me observaron un instante, y se acercaron a saludarme.
La primera era la chica que había estado sosteniendo la puerta.
Hola— dijo, ofreciéndome la mano— Soy Chloe Johnson. Encantada de conocerte.
Yo le acepté la mano.
Nada más irse  Chloe, se acercó la chica rubia, la que parecía más pequeña que el resto, e ignoró mi mano extendida, cambiándolo por un gran abrazo.
Bienvenida— dijo con una gran sonrisa— Soy Ainhoa.
La chica que le había tomado el pelo a Maia se presentó como Bethany, y la chica que estaba tumbada en la última cama, absorta en un libro, como Mitchie.
Me empezaron a hacer preguntas sobre de donde venía, y como había acabado aquí, algo cohibidas al principio, pero en seguida empezamos a reírnos, y a hacer bromas. Las chicas comenzaron a contar historias absurdas, de cómo acabaron ellas aquí. La chica del fondo, Mitchie, recuerdo, apartó el libro de un golpe y soltó un suspiro de frustración.
—¿No sabrás latín, verdad Leia?— me preguntó, poniendo cara de perrito abandonado. Yo negué con la cabeza y esbozó una— Maldita sea. Estas tampoco saben— dijo señalando a las tres chicas— ¿Será posible? Incultas. Vergüenza debería daros. Si vosotras no hacéis los deberes de clase, ¿De quién voy a copiarlos yo después?
Todas nos reímos. Me acerqué a la cama donde estaba tumbada Mitchie y cogí el libro.
Oh, vamos, no puede ser tan difi…— me callé cuando leí las primeras palabras— Diablos, ¿qué es esto? ¡No sé ni pronunciarlo!
Las chicas se rieron. Mitchie suspiró.
Bienvenida a mi mundo— dijo, con una ligera sonrisa.

El recuerdo de aquella primera noche tan especial me hace sonreír. Cuando conocí a estas chicas tan especiales, que me han acompañado estos años, y que me guiaron y me enseñaron todo esto cuando llegué por primera vez.
Fui la última de las cinco en llegar.
—Leia— oigo la voz de Mitchie— ¡Leia! ¿Me estás oyendo?
Salgo de mi ensoñación de golpe.
—¿Mmm?— digo vagamente.
—Dios, Leia, llevo hablando como los últimos cinco minutos, dime que has oído algo de lo que he dicho…
Yo niego con la cabeza, y entonces recuerdo que está en la cama de arriba y no me está viendo. Me pego mentalmente por ser tan tonta.
—La verdad es que no— digo, poniendo un tono inocente— ¿Podrías repetirlo?
Se oye un gruñido procedente de la cama de arriba.
—Agg, Leia, eres un desastre— dice, fingiendo estar enfadada.
Yo golpeo la cama de arriba con la palma de la mano.
—Eso ya lo sé— contesto sonriendo, solo para mí— Y no trates de fingir que estás enfadada, no funciona.
Mitchie vuelve a gruñir.
—Odio cuando haces eso— contesta ella, y por su tono, sé que ella también esta sonriendo.
—Eso también lo sé— le digo, mientras me impulso para levantarme de la cama, y me quedo a la altura de sus ojos. Le saco la lengua.
Ella también me saca la lengua.
—Y bueno, ¿qué era eso tan importante que me estabas contando?— pregunto.
Ella se incorpora en la cama.
—Nadie dijo que fuera importante— me replica ella.
Pongo los ojos en blanco.
—Solo decía que tendríamos que pensar en ir levantándonos— dice, soltando un gran bostezo.
Alzo las cejas.
—¿Por qué tan temprano?— me quejo— Sólo son las ocho y cuarto.
Mitchie niega con la cabeza, y esboza una sonrisilla de suficiencia.
—A mi me parece que no— contesta ella, señalándome el reloj de pulsera que llevo en la muñeca.
Sigo su mirada, y suelto una exclamación ahogada.
—¡Dios, Mitchie!— exclamo consternada— ¡Son las nueve y cuarto! ¿Por qué no me has avisado?
Ella se quita de encima las mantas y me mira, sonriendo de medio lado.
—En realidad, sí lo he hecho— se excusa ella— Cuatro veces.
Me paso las manos por el pelo, intentando hacer la imposible tarea de alisar un tanto mi pelo.
—¿A qué estas esperando?— le digo a Mitchie, que todavía está bajando de la cama, mientras me hago una coleta— ¡Mueve tu trasero de la cama!
Ella me responde farfullando por lo bajo.
—¿Me estás replicando?— digo, imitando de Maia.
Mitchie se ríe, y baja de la cama.
—Si te oyese Maia… — me dice, y sonríe— De todas formas, yo ya estoy preparada, ¿Nos vamos?
Yo asiento, y salgo de la habitación, mientras Mitchie rebusca por su cama hasta que encuentra las llaves. Cierra la puerta y da dos vueltas a la llave para asegurarse de que está bien cerrada.

Caminamos hasta el comedor hablando animadamente, y a mitad del camino Kalie se une a nosotras.
—¿Estaba todavía Kassandra en tu dormitorio? — pregunta Mitchie, repentinamente interesada.
Kalie suelta una risita ahogada.
—Sinceramente, no he estado en la habitación— responde ella, en tono confidencial—No me atrevía a ir.
Yo la miro, sorprendida.
—¿No recuerdas la amenaza de Marcus?— pregunto, mordiéndome el labio.
—¿Y dónde has estado entonces?— pregunta a la vez Mitchie.
—He estado en la zona de baños públicos. He conocido a una chica y he estado hablando con ella— dice bajando la cabeza, avergonzada. Pongo los ojos en blanco.
Marcus se presenta puntualmente esta vez, y pasamos al comedor en una fila de nuevo.

La comida transcurre entre risas y ruido procedente de cada adolescente de la sala. Kalie vuelve a sentarse con nosotras en la que ya consideramos nuestra mesa, y comemos juntas, hablando sobre nimiedades.
Las verduras de la cena son asquerosas. Lo único que realmente me gustó fue las manzanas rojas que ofrecieron de postre.
Cuando Marcus se asegura de que el tiempo de comer ha pasado, antes de levantarnos a dejar las bandejas, nos interrumpe.
—Os recuerdo que mañana es vuestro primer día de verdad— dice, amenazador— Hoy ha sido una prueba, mañana será el primer día de verdad. Os aconsejo que descanséis lo que podáis, os hará falta.
Con esas palabras, Marcus se despide y sale del comedor. Nosotras nos encogemos de hombros, y después de dejar nuestras bandejas en la larga torre que hay a la salida, salimos del comedor en dirección a nuestros cuartos.

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