Aquí os dejamos el capítulo 6 de "El Ángel Guardián"
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CAPÍTULO 6
Poco después de que ellos se hubieran ido, Marcus nos hizo regresar a nuestros dormitorios, y nosotros no pusimos pegas a su orden.
Poco
recuerdo del viaje de vuelta a nuestras habitaciones. Estaba demasiado absorta
en mis pensamientos para darme o querer darme cuenta de algo. Recuerdo a
Mitchie parloteando sin parar, moviendo las manos al hablar, emocionada, como
una niña de trece años. Simplemente fingí que la escuchaba, pero capté
fragmentos de su conversación: que si este es guapo, o que el de más allá la
había mirado. Puse los ojos en blanco. Mitchie siempre ha sido incorregible en
esos temas.
Kalie,
a mi lado, avanzaba con la cabeza gacha, con la mirada perdida. Con una sola
ojeada, supe que ella estaba tan sumida en sus pensamientos como yo en los míos.
Esbocé una leve sonrisa cuando me di cuenta de que las únicas que estaban
escuchando a Mitchie son las dos chicas que caminaban detrás de nosotras. Pero
tampoco es que le hicieran mucho caso.
Estoy
tumbada en la cama, bocabajo, presa de un aburrimiento supremo. Me he vuelto a
poner ropa cómoda. Mitchie está tumbada encima de mí. Bueno, no encima de mí,
sino encima de la cama de arriba de nuestra litera, y yo veo como se le cuela
el pelo por el huequito entre la litera y la pared. Kass probablemente esté en
la habitación de sus nuevas amigas, cosa que no me extrañaría nada.
Oímos
golpes suaves en la puerta.
“Kassandra”
pienso.
Me
doy la vuelta en la cama hasta quedar bocarriba y paso el dedo por el borde de
la cama de arriba.
—Mitch—
digo.
Se oye
el frufrús de las sábanas al moverse Mitchie.
—¿Mmm?—
responde ella, somnolienta.
—¿Abres
tú?— pregunto, con un tono inocente.
—No
tengo otra cosa que hacer.
Suspiro
y me siento en la cama. Con Mitchie es imposible discutir. Me froto las manos
heladas, en un desesperado intento de entrar en calor.
Me
levanto de la cama, y al instante siguiente maldigo. Estoy descalza. Dios, que
frío esta el suelo. A pesar de tener en la cama un par de mantas, estas son muy
finas y abrigan tanto como papel de fumar.
Empiezo
a caminar hacia la puerta, pensando en diferentes modos de asesinar a Mitchie.
Noto el ruido de las sábanas de nuevo, me giro y veo a Mitchie sentada, con la
manta subida hasta la cintura, esperando a que abra la puerta.
—Leia—
murmura muy bajito — Si es Kassandra pégale con un palo.
Suelto
una carcajada al oír a Mitchie, me vuelvo hacia la puerta, y giro la llave,
abriéndola despacio.
En el
umbral estaba Kalie, con la mano alzada para volver a llamar. Al verme baja la
mano y sonríe, nerviosa.
—
¿Puedo pasar ?— pregunta, retirándose un mechón de pelo rubio de la cara.
Yo
me hago a un lado de la puerta, invitándola a entrar.
Ella
pasa mirando alrededor y se deja caer en mi cama pesadamente. Se aparta un
mechón de pelo de la cara de un soplido. Se da cuenta de que tanto Mitchie como
yo la miramos, Mitchie desde el hueco de la cama de arriba y yo todavía desde
el umbral de la puerta.
—Bueno…—
dice Mitchie— ¿Cómo tú por aquí?
Ella
se toquetea un lado de la base del cuello y se encoje de hombros.
—No
sabía qué hacer, ni adonde ir— responde Kalie, mordiéndose el labio— Ella vino,
¿Sabes?
Mitchie
frunce el ceño.
—¿Quién
vino?— pregunta Mitchie, rascándose distraída la barbilla— ¿Adonde vino? ¿Aquí?
Kalie
niega con la cabeza.
—No,
aquí no— responde ella, cerrando los ojos y recostándose en la cama— Fue
Kassandra. Ella vino a mi habitación.
Alzo
una ceja, y Mitchie y yo intercambiamos una mirada por encima de la cabeza de
Kalie.
—¿Y…bueno,
que pasó?— pregunto, metiéndome las manos en los bolsillos de los pantalones.
—¿Te
reconoció?— pregunta a su vez Mitchie.
Kalie
suspira suavemente, y abre los ojos.
—La
verdad es que no lo sé— murmura Kalie— Entró a la habitación con una de mis
compañera. Llevaba una mano puesta sobre su hombro y se reían. Parecía que
fuesen amigas de toda la vida.
Mitchie
pone los ojos en blanco.
—Sinceramente,
me dan igual sus amistades falsas— dice secamente Mitchie, y añade— Lo que
queremos saber, ¿te reconoció o no?
Kalie
nos mira preocupada.
—Creo
que sí— responde ella, y le tiembla la voz al hablar— Todo fue muy rápido. Yo
estaba en mi cama, cuando ellas entraron. Estaba sola en la habitación, las
otras dos chicas no estaban. Mi amiga se acercó a mi cama, con Kassandra
detrás. Dijo: “Kalie, ¿Conoces a Kassandra?” Yo negué con la cabeza y traté de
ocultar lo máximo posible mi cara. Pero no me salió muy bien que digamos.
Kassandra se acercó a mí, y me ofreció la mano. Entonces vio mi rostro.
Enseguida su cara se ensombreció un tanto, y se me quedó mirando, sin decir
nada. Yo no pude aguantar más. Me despedí rápidamente de ellas, y salí, sin ni
siquiera mirar atrás. No dijo nada acerca de mí, tampoco dio señales de
reconocerme. Y si lo supo, lo disimuló muy bien.
Cuando
Kalie termina de hablar, nosotras nos quedamos en silencio. Al final yo soy la
primera en romperlo.
—¿Y
qué piensas hacer?— digo, quizá un poco más bruscamente de lo que pretendía— Es
decir, nosotras te dejaríamos quedarte a dormir en nuestra habitación, pero
teniendo en cuenta que vivimos con ella, no creo que fuese una buena idea.
Kalie
esboza una pequeña sonrisa.
—La
verdad, yo tampoco creo fuese una gran idea— responde, y su sonrisa se hace más
visible.
—¿Y
entonces que pretendes con esto?— pregunta Mitchie, con aire aburrido,
devolviendo la atención al techo de madera de la habitación— Sabes que ella
puede venir en cualquier momento, después de todo, también es su habita…
Unos
rudos golpes interrumpen a Mitchie en mitad de la frase.
Kalie
suelta un leve chillido, que suena como “Kass”, y se levanta de un salto de la
cama. Mitchie aparta la vista del techo y la clava en la puerta. Pero la que
más se sobresalta soy yo, pues estaba apoyada en la puerta. Dios, casi me da un
infarto. Menos mal que ha llamado, no sé que hubiera hecho si hubiera abierto
sin llamar estando yo allí.
Me doy
la vuelta para abrir la puerta, dejando atrás las miradas de Mitchie y Kalie,
esta última tenía la mano tapándose la boca. Hay que ver, que floja es esta
chica. Si no fuera porque es mi amiga, no la podría ni ver. No soporto a los
débiles.
Doy la
vuelta a la manija de la puerta y la abro.
No es
Kassandra. Es Marcus.
Oigo
un suspiro de alivio detrás de mí, pero no añado nada.
—¿Estáis
todos los miembros de la habitación ocho?— pregunta Marcus–
—No–
respondo yo— Falta Kassandra Johnson.
Marcus
alza una ceja.
—Pensaba
que en la habitación solo erais tres.
Le
miro fríamente, y señalo a Kalie.
—Lo
somos— dice Mitchie— Ella no es de nuestra habitación, es de la siete— señala
con la cabeza a Kalie.
Marcus
clava la mirada en Kalie, que se la sostiene algo temblorosamente.
—¿Sabes—
empieza Marcus, con un tono extremadamente peligroso— que no podéis salir de
vuestras habitaciones sin permiso? Y mucho menos a la de otras personas. Para
algo están los horarios.
Kalie
cruza una mirada con nosotras.
—Ya me
iba— dice a toda prisa, echando rápidamente a andar hacia la puerta.
Marcus
la sujeta por el cuello de la camisa.
—Espera
un momento— dice, y se vuelve hacia nosotras— La cena será adelantada media
hora. Espero vuestra asistencia con puntualidad.
Se
vuelve hacia Kalie y entrecierra los ojos.
—Y tú—
dice, con un tono de voz afilado— La próxima vez que te pille merodeando por el
pasillo, o en la habitación que no debes, te convertiré en una Excluida. En tu
mano está.
Dicho
esto, suelta a Kalie y se va, dando un portazo.
Kalie
no se hace de rogar más. Se despide rápidamente con la mano, abre la puerta de
un tirón y se marcha, cerrándola a su espalda.
Mitchie
y yo intercambiamos una mirada impresionada.
—¿Una
Excluida?— pregunta Mitchie— Sabía que podía pasar, pero no por semejante
chiquillada.
No
puedo hacer otra cosa que asentir.
Mitchie
vuelve a subirse a su cama y se tapa hasta los hombros, mientras echa aliento
en las manos y se las frota, tratando de entrar un poco en calor.
Yo
hago lo mismo. Estoy helada. Lo peor de todo es que la temperatura de la
habitación bajará durante la noche, y esto será un congelador.
Aún
recuerdo la primera noche que pasé aquí, en el Refugio.
Había
amanecido una mañana fría y nublada de invierno. Era diecisiete de
febrero.
Habían
pasado casi cuatro años desde el accidente. Desde entonces yo había estado
viviendo en las calles mayoritariamente. Los primeros meses la policía me había
dado casa, hasta que mis heridas sanaron. Luego lo dejaron de mi cuenta. Pasé
por varios hogares, pero no me quedaba mucho tiempo. Finalmente acabé en uno de
los orfanatos de la zona, porque los policías que tiempo atrás me dieron
refugio, me encontraron vagando por las calles. Allí fue donde estuve dos años
y medio viviendo pobremente. Traté de escaparme varias veces, pero la
instructora siempre me encontraba, y entonces me pegaba. Odiaba mi vida.
Pero
entonces llegaron ellos.
Eran
dos hombres. Altos, regios, con aire importante. Dijeron ser mis tíos lejanos,
y que se ocuparían de mí. A la instructora le dio igual. Supongo que estaba
contenta de librarse por fin de mí. A mí tampoco me producía reparo dejar
aquella cárcel, en la que había pasado los peores años de mi vida.
Me
mandaron empaquetar mis escasas pertenencias, y ese mismo día abandoné el
orfanato.
Poco
después de salir me llevaron a un parque a hablar, y me contaron la verdad. Me
dijeron que ellos eran ángeles puros, y que podían ofrecerme hogar, comida, y
todo lo que necesitará para vivir. La única condición era que no podría salir
del recinto sin permiso, que entrenaría diariamente para algo que ellos
llamaron tu “Periodo de Prueba”. Yo no sabía qué era eso, y estaba desesperada.
Acepté.
Luego
ellos me trajeron aquí.
Recuerdo
cuando llegamos. Una señora alta, musculosa, y con aspecto severo se ocupó de
mí. Tenía el pelo castaño y muy corto, poco más largo que un chico. Se presentó
como mi entrenadora, Maia. Me llevó a través de incontables pasillos, y subimos
varias plantas, hasta llegar a una recubierta de puertas. Cada puerta tenía un
número, y estaban por todos lados.
Pasamos
por una que estaba abierta, dentro cuatro chicos hablaban en voz muy alta, y al
pasar yo se callaron y me siguieron con la mirada hasta que doblé la esquina,
con una expresión curiosa en el rostro. No me extraña que me mirasen, llevaba
el pelo negro encrespado, ropas remendadas y un aspecto lamentable. Eran los
vestigios que me había dejado el orfanato.
Llegamos
a una habitación en la que ponía el número trescientos doce, y de la que salía
un gran barullo. La mujer revisó la lista, asintió y llamó a la puerta. Al
instante, el jaleo cesó, y se oyeron murmullos de “Chhist, callaros, puede ser
Maia”
Una
chica de pelo moreno, que le caía hasta debajo de los hombros, y de ojos
almendrados, puede que un poco mayor que yo, abrió la puerta y se quedó apoyada
en el umbral de la puerta, con expresión interrogante.
Yo
miré a Maia, que observaba el desordenado cuarto con una expresión de profundo
disgusto, y luego observé el dormitorio.
No era
muy grande, pero había tres camas, y en ellas, estaban otras tres chicas,
aparte de la que nos había abierto la puerta. Las paredes estaban cubiertas por
un feo papel de pared de colores claros, que se entrecruzaban dando un
aspecto extraño a la habitación. Por un rincón asomaba otra puerta, y supuse
que sería el baño. El techo de la habitación era de madera, sujeto por unas
feas vigas de hierro, algo oxidado. El suelo era de madera también,
probablemente de roble, por el aspecto. Cada cama tenía una colcha de diferente
color, al lado de un pequeño tocador por cama, dos de ellos decorados con
fotos o pequeños objetos de decoraciones, pero el último vacío.
La
entrenadora Maia se adelantó y se dirigió a la chica de pelo moreno, que sigue
apoyada en la puerta.
—Chloe, haz el
favor de cerrar la puerta, por favor, no se tiene que enterar todo el mundo de
que estáis aquí— dijo, con una voz firme, pero a la vez algo maternal.
La que
debía de ser Chloe cerró la puerta, y se dejó caer en una cama, al lado de una
muchacha, más pequeña que ella, rubia.
La chica
que estaba recostada en la segunda cama añadió, mientras se levanta:
—¿Por qué, May?—
preguntó inocentemente, bostezando— ¿Hemos hecho algo malo?
Maia
frunció el ceño.
—No me llames así—
replicó— Sabes que lo odio.
La
chica se sentó en la cama.
—Sí— contestó
sonriendo— Sí que lo sé.
Maia
puso los ojos en blanco.
—¿No deberían estar
Mitchie y Ainhoa en su habitación?— preguntó, señalando a la chica tumbada en
la cama de al fondo, y entrecerrando los ojos.
La
chica rubia, Ainhoa, recuerdo, resopló sonoramente.
—Enseguida nos
vamos— contestó ella, y se volvió a tumbar en la cama. Las otras chicas se
rieron.
—Pero que vamos a
hacer con vosotras…— dijo Maia, negando lentamente con la cabeza— En fin, no es
eso a lo que venía.
Las
chicas la miraron interrogativamente, y Maia me hizo adelantarme unos pasos.
—Si no me equivoco—
comenzó Maia— Aquí solo duermen Chloe y Bethany, ¿Verdad?– dos de las chicas
asintieron— Tenéis una cama libre ¿Cierto?
Las
chicas volvieron a asentir.
—Bueno, pues os
presento a Leia Sunshine— dijo Maia, dándome una palmada en la espalda— Vuestra
nueva compañera de cuarto. Os dejo para que os conozcáis. Y vosotras— dijo,
señalando a la chica rubia y a otra de pelo largo color castaño chocolate, que
no había abierto la boca desde que habíamos entrado— Salid de aquí y regresad a
vuestro cuarto. No quiero volver a repetirlo.
Y se
fue dejándome sola con esas chicas, que me observaron un instante, y se
acercaron a saludarme.
La
primera era la chica que había estado sosteniendo la puerta.
—Hola— dijo,
ofreciéndome la mano— Soy Chloe Johnson. Encantada de conocerte.
Yo le
acepté la mano.
Nada
más irse Chloe, se acercó la chica rubia, la que parecía más pequeña que
el resto, e ignoró mi mano extendida, cambiándolo por un gran abrazo.
—Bienvenida— dijo
con una gran sonrisa— Soy Ainhoa.
La
chica que le había tomado el pelo a Maia se presentó como Bethany, y la chica
que estaba tumbada en la última cama, absorta en un libro, como Mitchie.
Me
empezaron a hacer preguntas sobre de donde venía, y como había acabado aquí,
algo cohibidas al principio, pero en seguida empezamos a reírnos, y a hacer
bromas. Las chicas comenzaron a contar historias absurdas, de cómo acabaron
ellas aquí. La chica del fondo, Mitchie, recuerdo, apartó el libro de un golpe
y soltó un suspiro de frustración.
—¿No sabrás latín,
verdad Leia?— me preguntó, poniendo cara de perrito abandonado. Yo negué con la
cabeza y esbozó una— Maldita sea. Estas tampoco saben— dijo señalando a las
tres chicas— ¿Será posible? Incultas. Vergüenza debería daros. Si vosotras no
hacéis los deberes de clase, ¿De quién voy a copiarlos yo después?
Todas
nos reímos. Me acerqué a la cama donde estaba tumbada Mitchie y cogí el libro.
—Oh, vamos, no
puede ser tan difi…— me callé cuando leí las primeras palabras— Diablos, ¿qué
es esto? ¡No sé ni pronunciarlo!
Las
chicas se rieron. Mitchie suspiró.
—Bienvenida a mi
mundo— dijo, con una ligera sonrisa.
El
recuerdo de aquella primera noche tan especial me hace sonreír. Cuando conocí a
estas chicas tan especiales, que me han acompañado estos años, y que me guiaron
y me enseñaron todo esto cuando llegué por primera vez.
Fui la
última de las cinco en llegar.
—Leia— oigo
la voz de Mitchie— ¡Leia! ¿Me estás oyendo?
Salgo
de mi ensoñación de golpe.
—¿Mmm?—
digo vagamente.
—Dios,
Leia, llevo hablando como los últimos cinco minutos, dime que has oído algo de
lo que he dicho…
Yo
niego con la cabeza, y entonces recuerdo que está en la cama de arriba y no me
está viendo. Me pego mentalmente por ser tan tonta.
—La
verdad es que no— digo, poniendo un tono inocente— ¿Podrías repetirlo?
Se oye
un gruñido procedente de la cama de arriba.
—Agg,
Leia, eres un desastre— dice, fingiendo estar enfadada.
Yo
golpeo la cama de arriba con la palma de la mano.
—Eso
ya lo sé— contesto sonriendo, solo para mí— Y no trates de fingir que estás
enfadada, no funciona.
Mitchie
vuelve a gruñir.
—Odio
cuando haces eso— contesta ella, y por su tono, sé que ella también esta
sonriendo.
—Eso
también lo sé— le digo, mientras me impulso para levantarme de la cama, y me
quedo a la altura de sus ojos. Le saco la lengua.
Ella
también me saca la lengua.
—Y
bueno, ¿qué era eso tan importante que me estabas contando?— pregunto.
Ella
se incorpora en la cama.
—Nadie
dijo que fuera importante— me replica ella.
Pongo
los ojos en blanco.
—Solo
decía que tendríamos que pensar en ir levantándonos— dice, soltando un gran
bostezo.
Alzo
las cejas.
—¿Por
qué tan temprano?— me quejo— Sólo son las ocho y cuarto.
Mitchie
niega con la cabeza, y esboza una sonrisilla de suficiencia.
—A mi
me parece que no— contesta ella, señalándome el reloj de pulsera que llevo en
la muñeca.
Sigo
su mirada, y suelto una exclamación ahogada.
—¡Dios,
Mitchie!— exclamo consternada— ¡Son las nueve y cuarto! ¿Por qué no me has
avisado?
Ella
se quita de encima las mantas y me mira, sonriendo de medio lado.
—En
realidad, sí lo he hecho— se excusa ella— Cuatro veces.
Me
paso las manos por el pelo, intentando hacer la imposible tarea de alisar un
tanto mi pelo.
—¿A
qué estas esperando?— le digo a Mitchie, que todavía está bajando de la cama,
mientras me hago una coleta— ¡Mueve tu trasero de la cama!
Ella
me responde farfullando por lo bajo.
—¿Me
estás replicando?— digo, imitando de Maia.
Mitchie
se ríe, y baja de la cama.
—Si te
oyese Maia… — me dice, y sonríe— De todas formas, yo ya estoy preparada, ¿Nos
vamos?
Yo
asiento, y salgo de la habitación, mientras Mitchie rebusca por su cama hasta
que encuentra las llaves. Cierra la puerta y da dos vueltas a la llave para
asegurarse de que está bien cerrada.
Caminamos
hasta el comedor hablando animadamente, y a mitad del camino Kalie se une a
nosotras.
—¿Estaba
todavía Kassandra en tu dormitorio? — pregunta Mitchie, repentinamente
interesada.
Kalie
suelta una risita ahogada.
—Sinceramente,
no he estado en la habitación— responde ella, en tono confidencial—No me
atrevía a ir.
Yo la
miro, sorprendida.
—¿No
recuerdas la amenaza de Marcus?— pregunto, mordiéndome el labio.
—¿Y
dónde has estado entonces?— pregunta a la vez Mitchie.
—He
estado en la zona de baños públicos. He conocido a una chica y he estado
hablando con ella— dice bajando la cabeza, avergonzada. Pongo los ojos en
blanco.
Marcus
se presenta puntualmente esta vez, y pasamos al comedor en una fila de nuevo.
La
comida transcurre entre risas y ruido procedente de cada adolescente de la
sala. Kalie vuelve a sentarse con nosotras en la que ya consideramos nuestra
mesa, y comemos juntas, hablando sobre nimiedades.
Las
verduras de la cena son asquerosas. Lo único que realmente me gustó fue las
manzanas rojas que ofrecieron de postre.
Cuando
Marcus se asegura de que el tiempo de comer ha pasado, antes de levantarnos a
dejar las bandejas, nos interrumpe.
—Os
recuerdo que mañana es vuestro primer día de verdad— dice, amenazador— Hoy ha
sido una prueba, mañana será el primer día de verdad. Os aconsejo que
descanséis lo que podáis, os hará falta.
Con
esas palabras, Marcus se despide y sale del comedor. Nosotras nos encogemos de
hombros, y después de dejar nuestras bandejas en la larga torre que hay a la
salida, salimos del comedor en dirección a nuestros cuartos.
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