Doy
varias vueltas antes de encontrar el camino al comedor. Hasta que me acostumbre
a este horrible laberinto, lo voy a pasar mal. Los oscuros y enrevesados
pasillos están alumbrados únicamente por una lúgubre luz amarillenta procedente
de los candelabros, firmemente amarrados a la pared. Es todo tan diferente a la
sala en la que he estado esta misma mañana… esa sala parece estar a miles de
años luz. Esa zona del edificio era moderna, predominaba el cristal, el metal y
el vidrio. En cambio, este lugar es más parecido a mi antigua residencia. De
madera, piedra, algo de mármol y todo lleno de polvo.
En
fin.
Otra
razón más de mi tardanza son los corredizos que comunican las diferentes salas.
Por Dios, son todos iguales, ¿Cómo quieren que me oriente así?
Por un
maravilloso milagro logro encontrar un pequeño y rajado cartel que indica
“Comedor” y una flecha que indica cómo llegar hasta él. Suspiro aliviada.
En las
puertas, apelotonados, están casi todos los alumnos que vi al salir de mi
Prueba Mental. Distingo un retazo de cabello castaño muy oscuro, y piel
bronceada. Kass. Ella está apoyada en la pared con los brazos cruzados y el
ceño fruncido levemente, mirando un grupito de chicas tontas que parlotean sin
parar a grandes voces. Busco con la mirada el cabello castaño de Mitchie, pero
no veo rastro de ella por ninguna parte. Entonces Kass alza la mirada y me ve,
una expresión de alivio se extiende por su rostro. Yo creía que estaba enfadada
conmigo por mencionar a su hermana, pero no parece ser así. En cuanto nos
juntamos empiezo a hablar.
—¿Por
qué estamos aquí esperando todos?— digo a modo de saludo.
Ella
lanza una mirada de reojo al grupito de adolescentes que se agrupan en torno a
la puerta del comedor.
—Al
parecer no podemos entrar a comer hasta que Marcus venga— dice Kass, de mala
gana.
Alzo
una ceja.
—¿En
serio?— contesto— Menuda estupidez.
Kass
suspira.
—Ya
ves…— dice, cerrando los ojos y apoyándose de nuevo en la pared— Te ha costado
poco encontrar el sitio.
Yo
vuelvo la cabeza para mirarla y suspiro.
—No te
creas— digo— He dado más vueltas que un tiovivo.
Ella
se encoge de hombros. Vaya conversación más interesante. Me siento un tanto
incómoda.
Me
acuerdo de Mitchie de repente.
—Por
cierto— digo a Kass— ¿Dónde está Mitchie? ¿La has visto?
Kass asiente
con la cabeza y se encoje de hombros.
—Cuando
llegamos le preguntó a esa— dice señalando a una mujer en la pared
contraria a la nuestra— Donde estaba el baño y se fue sin decir mucho más— dice
con un tono de voz aburrido.
Yo me
fijo en la mujer que estaba señalando. Me es muy familiar…
Entonces
ella vuelve la cabeza y me encuentro mirándola directamente. En su rostro hay
plasmada una expresión preocupada.
Oh,
que tonta he sido.
Cómo
no reconocer a la mujer que me inyecto un líquido ardiente que me abrasó las
venas.
Cómo
no recordar a Mer.
Pasa
un instante en el que las dos nos quedamos mirándonos, la una a la otra, hasta
que al final yo aparto la mirada, molesta. De repente se me ha olvidado todo lo
que quería decirle.
Me
vuelvo un instante para preguntar algo a Kass, que me mira expectante desde la
pared, sin saber porque de repente parezco tan alterada. Bueno, en cierto modo,
lo estoy. Vuelvo a mirar hacia delante, buscando las palabras adecuadas para
hablar con Mer.
Pero
no hace falta, porque Mer se ha ido.
Hace
dos segundos estaba aquí, y ahora ya no está. La busco por la sala poniéndome
de puntillas, pero no hay ni rastro suyo. Se ha ido. Me vuelvo confusa para
hablar con Kass, pero en vez de eso, me encuentro con unas manos frías que me
tapan los ojos.
—¡Búh!—
dice la voz de Mitchie— ¿Sabes quién soy?
Yo me
vuelvo al oír su voz, le hago cosquillas en el cuello y ella se ríe.
No
menciono el hecho de que acabo de ver a una mujer desaparecer delante de mí,
como si hubiese estado hecha de polvo fino. Si la veo de nuevo, tengo que
preguntarle cómo lo ha hecho.
—¿Dónde
estabas?— pregunto— Pensé que me habías abandonado.
La
miro fingiendo estar dolida y ella se vuelve a reír.
En ese
momento Marcus dobla la esquina, caminando tranquilamente, con exasperante
lentitud, y las manos en los bolsillos de los vaqueros. Creo que lo hace para
fastidiarnos.
Llega
al centro de la sala y se pone las manos en la boca, como un amplificador
improvisado.
—¡Formad
una fila, si queréis comer algún día!— dice Marcus con su voz grave. Nos mira a
todos con una terrorífica sonrisa y mira el reloj— De hecho, os quedan
quince minutos para hacerlo.
Todos
los Aspirantes empezamos a movernos para colocarnos en una fila de mala gana,
gruñendo y quejándonos por lo bajo. Oigo frases como: “¿Y porque tenemos que
esperar todavía más si solo quedan quince minutos?” y “No es justo, él ha
llegado tarde”. No creo que Marcus tenga muy agudizado el sentido de la
justicia.
Nuestro
entrenador sigue esperando con esa repelente característica sonrisa, y hasta
que no se hace el silencio más absoluto no comienza a hablar de nuevo. Ahora
estoy segura. Lo hace para fastidiarnos.
—Y os
aconsejo que esta tarde estéis presentables— dice, regodeándose— A las cinco os
espero a todos en la sala de entrenamiento. Asistirán los ángeles guardianes
elegidos de este año, y si pretendéis ser Asignados a alguno de ellos, más os
vale causar buena impresión.
En la
sala se forma una repentina tensión aún peor de la que se notaba en la sala
posterior a la Prueba Mental. ¿Conoceremos a nuestros posibles ángeles
guardianes? ¿Tan pronto? Pensaba que solo los conocerían los que lograsen
completar el Periodo de Prueba. Beth no nos avisó nada de esto.
Un
instante después de oír las palabras de Marcus, un sudor frío me empieza a
bajar por las palmas de las manos.
Marcus
se retira, y abre una de las grandes puertas del comedor. La cola de gente va
disminuyendo, a medida de que los hambrientos chicos van entrando. Mitchie y yo
estamos casi de las últimas. Kass ha empujado ferozmente hasta estar en uno de
los primeros puestos de la fila y nos ha dejado atrás. Cuanto compañerismo
tiene esta chica.
Pasan
unos minutos hasta que nos toca el turno a nosotras, y mientras tanto Mitchie y
yo hemos estado fijándonos en nuestros compañeros. Hay una chica rubia,
esbelta, de ojos azules delante de nosotras. Me recuerda un poco a Ainhoa. Me
pregunto cómo estará la pequeña Ainhoa. Bueno, no es pequeña, tan solo un año
menor que nosotras, pero es la más joven de las cuatro. Ella tendrá que pasar
su Periodo de Prueba el año que viene, o dentro de dos, según elija. Espero
llegar viva hasta entonces, para desearle suerte.
De
todas formas, no estoy totalmente segura de poder contar con ello. Creo que
mínimo la mitad de los adolescentes que están todavía en la fila me sacan por
lo menos cabeza y media, y unos cuantos kilos.
La
chica rubia es la siguiente en entrar. Nunca antes la había visto, pero tampoco
me extraña. Pocas veces coincidimos con la gente que vive aquí, aunque no son
pocos.
La
mayoría de personas, cuando son Asignados, se marcha de aquí, normalmente por
dos razones: porque los recuerdos de su Periodo de Prueba les atormentan, o se
van en busca de la libertad, con sus ángeles guardianes siempre fieles a su
lado. Una de las condiciones para ser aceptado aquí es esa, sólo se puede salir
del recinto unas pocas horas, sólo los domingos, y sin alejarse demasiado. Los
ángeles nos quieren tener controlados, pues sería catastrófico cruzarnos en el
camino de un ángel oscuro, y la verdad, pienso que tienen razón.
Pocas
veces ha ocurrido. Que los ángeles puros se encontrasen con los oscuros. Pero
cuando ha ocurrido, ha sido terrible. Los ángeles oscuros no atienden a razones
o suplicas; su único objetivo es ser reconocidos los iguales de los ángeles puros,
no inferiores. Y las únicas personas capaces de ello son el Parlamento Divino.
Formado principalmente por arcángeles, de rango mucho mas superior que nuestros
ángeles guardianes. Y dicen que nosotros, los Unidos, que es cómo se nos llama
a los Asignados y a sus ángeles guardianes, tenemos el poder de derrotarlos,
aunque no sepamos cómo.
Sinceramente,
yo creo que son tonterías. Nadie puede derrotar a los ángeles oscuros excepto
los arcángeles, y ellos no moverán un dedo para ayudarnos. Después de todo, ¿A
ellos que les importa si nos destruimos entre nosotros? A ellos no les va
afectar de ningún modo que la raza humana sea masacrada hasta extinguirse.
Es
inútil pretender lo contrario. Ellos podrían salvar toda la humanidad con un
simple chasquido de sus dedos, pero eso no va a pasar. Algunos desgraciados han
intentado apelar a su sentido de la compasión, pero parece ser que ellos no
tienen o ya no les queda de eso. Lo único que hemos encontrado de los que lo
intentaron, ha sido un montón de harapos ensangrentados.
Recuerdo
el último encuentro de los ángeles oscuros y los puros. Eso produjo este lugar.
Nosotros vivimos en una “ciudad”, —o más bien los restos de ella— como
consecuencia de una de esas batallas. Los estúpidos humanos no se atreven a
pasar por aquí. Murió demasiada gente inocente en esta batalla. Ellos
desconocen la existencia de este mundo tan distinto del suyo. Saben que algo no
funciona correctamente aquí. Se mantienen alejados. Quizá crean que está
maldito. Puede que sea verdad. Pero maldito o no, las ruinas de lo que
antiguamente podría haber sido una esplendorosa ciudad, nos han proporcionado
una ligera protección de los ángeles oscuros, ya que ellos no pueden entrar
aquí. Es terreno protegido. Sospecho que los de arriba pueden tener algo que
ver con ello.
Recuerdo
también el último día que vi a Chloe con vida.
Era la
mañana anterior a su Periodo de Prueba, y tanto ella como Beth estaban
aterradas. Mitchie, Ainhoa y yo, les preparamos una sorpresa. Una especie de
picnic en una de las pocas zonas de la ciudad que no están consumidas por la
guerra. Allí todavía quedaba una pequeña zona de prado verde.
Ese
día fue sábado, pero nosotras, aun sabiendo los riesgos que corríamos, salimos
del recinto sin permiso de nuestros superiores. Eso podría habernos causado
muchos problemas, y ahora que lo pienso, podría haber sido una de las razones
de la muerte temprana de Chloe. Beth nos dijo que sucumbió el segundo día, es
decir, el lunes. Pobrecita. No quiero saber cómo murió. Tampoco nos dejaron ver
su cuerpo frío, y sin vida. Ni siquiera a Beth.
Ese
día fue 30 de noviembre.
El
primer domingo de cada diciembre da comienzo el Periodo de Prueba, un tiempo
que marca definitivamente, de una forma u otra, a un grupo de adolescentes.
Nosotras
estábamos sentadas en un viejo mantel a cuadros rojos y blancos que Ainhoa
había robado por la mañana de la cocina. Habíamos traído un escaso suministro
de comida que habíamos conseguido a base de algo de trabajo extra en la cocina.
Ninguna
tenía mucho apetito. No fue hasta que Mitchie se tiró casi toda el agua encima
de la ropa y exhaló por el frío del agua helada en su piel, hasta que
rompimos el tenso silencio con nuestras risas. Estuvimos hablando durante tres
horas, hasta que se nos acabó el tiempo, y tuvimos que volver a la residencia.
Pasó demasiado rápido. Poco antes de irnos del verde prado, les dimos nuestro
regalo, como muestra de que ellas lo conseguirían, y si no era así, de que
nunca las olvidaríamos.
Eran
cinco collares de metal, cada uno con una finita cuerda de cuero para llevarlo
al cuello.
No
recuerdo como los conseguimos.
Cada
collar tenía una pequeña placa de fino metal, no sabría decir que tipo era, con
un símbolo diferente cada uno.
Cuando
se lo entregamos, ellas lloraron emocionadas, y se dieron cuenta de que siempre
íbamos a estar con ellas, aunque ellas nunca más estuvieran allí.
Pocas
horas después, todo había acabado para una de ellas.
—¿A
qué demonios se supone que estas esperando?— la voz irritada de Marcus me trae
de nuevo a la realidad, y me doy cuenta de que he estado parada en el umbral de
la puerta, bloqueando el acceso a los demás, que me miran malhumorados desde el
umbral.
Me
fijo también en que Mitchie estaba intentando hacerme entrar a base de
empujones desde hace un buen rato. Bajo la cabeza para no ver las miradas
asesinas de las personas que esperan impacientes detrás de mí, y murmuro una
disculpa entre dientes.
Paso
la puerta, y me doy la vuelta para esperar a Mitchie, ignorando por completo la
cruel mirada que Marcus me está dando ahora mismo. Perfecto, solo falta que el
primer día me coja manía. Me van a ir de perlas estos días.
Mitchie
me coge del brazo y me empuja hasta el asiento libre más próximo que ve, con el
ceño fruncido y una expresión de profundo desacuerdo. Me imagino que ahora
vendrá la típica charla de “¿Por qué has hecho eso?”
No me
equivocaba.
Según
nos sentamos ella me suelta el brazo y yo lo miro. Tengo marcados los cuatro
dedos con los que me ha agarrado, y un par de marcas de uñas. Tal vez debería
haberle enseñado esa habilidad a Marcus, seguro que le habría pasado
directamente a la última prueba.
—Dime,
¿En que estabas pensando al hacer eso?— dice Mitchie de mal humor, golpeando la
mesa vacía con un puño. Un par de Aspirantes sentados en la mesa de enfrente
nos miran escépticos— ¡Tu estúpida cabezonería podría haberte costado la
expulsión! ¿No lo entiendes? No podemos permitirnos un solo error ¡Ni uno solo!
Yo la
miro frunciendo el ceño, pero no respondo.
Creo
que Mitchie tiene ganas de pegarme, pero si las tiene, se contiene. Pone los
ojos en blanco.
—Ah,
por favor— dice ella, despectiva− La próxima vez que quieras meterte con
alguien, hazlo con alguien que no tenga tu vida pendiendo de un hilo.
Yo me
encojo de hombros.
—De
acuerdo− digo, haciendo una mueca de aceptación— Lo haré.
Las
comisuras de la boca de Mitchie se elevan un poco, casi imperceptiblemente,
pero lo hacen. Lo sabía, ella no puede enfadarse conmigo.
Se
levanta de su silla de un salto, y yo la miro extrañada.
—¿Adónde
vas?— pregunto alzando una ceja.
—Tía,
estamos en el comedor— dice sonriendo— Voy a comer.
La
miro todavía sin comprender nada, pero entonces miro de reojo nuestra
desgastada mesa de madera, vacía, y luego la barra donde tres ancianas están
sirviendo la comida con un cazo.
Ella
vuelve a sonreír por mi ignorancia, y me hace un gesto para que me levante. Yo
obedezco y le sigo a la barra donde sirven la comida.
Cogemos
una bandeja de acero inoxidable del gran montón que hay al comienzo de la fila,
y nos ponemos a la cola detrás de cuatro Aspirantes más.
Pasan
otros dos minutos hasta que nos toca, y creo que nos quedarán unos cinco
minutos para comer. Genial.
Recogemos
un paquetito que nos ofrece una señora, que contiene un tenedor, una cuchara y
un cuchillo, todo esto envuelto con una servilleta de papel.
La
segunda señora nos sirve un cazo de humeante sopa de verduras, que no tiene muy
buen aspecto, Mitchie trata de pedir poco, pero la anciana mujer no la escucha
o no puede oír bien ya, porque le echa lo mismo o más que a los demás. Ella
suelta un suspiro de resignación.
La
última señora nos echa un muslo entero de pollo, al que miro un tanto asqueada.
Nunca he comido tanto, y tampoco creo que hoy vaya a ser el día que lo intente.
En cambio, Mitchie mira con deseo el suyo. Ella come como dos personas adultas.
No me molesto en coger el postre, ya que no creo que tenga ni tiempo ni ganas
de acabarme todo lo que me han servido. Mitchie, en cambio, se coge un cuenco
de lo que parece arroz con leche. No entiendo cómo puede comer tanto.
Una
vez servidas, nos dirigimos a la única mesa que queda vacía y nos sentamos. Dos
mesas más adelante está Kassandra, que parece que hecho amigos nuevos,
dejándonos a nosotras de lado, y se ha ido con ellos. Peor para ella. Pero
luego que no nos venga a nosotras. Está charlando animadamente con una chica de
cabello liso castaño oscuro. De hecho, la chica es una de las del grupo que
antes estaba mirando despectivamente.
Empezamos
a comer en silencio, cuando se acerca la chica de pelo rubio que estaba delante
de mí en la cola, con su bandeja firmemente sujeta en sus manos, y una
expresión nerviosa en el rostro.
La
chica de cabellos de oro se nos acerca, con la bandeja de latón bailando entre
sus manos.
—¿Os
importa que me siente con vosotras?— dice, con voz tímida— El resto de las
mesas están llenas.
La
miro con una ligera compasión. Las chicas tímidas como ella tienen problemas
para hacer amigos. Lo sé, porque cuando llegué aquí yo era una de ellas, pero
entonces conocí a mis amigas y se me fue toda timidez.
Aparto
una silla para que se siente.
—Claro
que no— digo haciéndole una seña hacia la silla— Yo soy Leia.
Mitchie
sonríe.
—Mitchie
Windsound— dice, ofreciéndole la mano— Encantada de conocerte.
Ella
sonríe aliviada. Seguramente pensaba que iba a ser más difícil hacer algún
amigo aquí. Estrecha la mano que Mitchie le estaba tendiendo.
—Yo
soy Kalie— dice ella— Duermo en la habitación siete.
—Nosotras
en la ocho— digo, señalando la llave que sobresale peligrosamente en el
bolsillo del jersey de Mitchie— Puedes pasarte cuando quieras.
Ella
sonríe agradecida, pero de pronto parece reparar en algo.
—¿La
habitación ocho?— pregunta alzando una ceja— ¿No es allí donde duerme Kassandra
Johnson?
Mitchie
y yo nos miramos.
—Sí—
decimos prácticamente a la vez— Es nuestra compañera de cuarto.
Ella
hace una mueca.
—Creía
que ella…— dice, su voz suena extraña.
—¿Ella
qué?— pregunta Mitchie, curiosa.
—Nada—
dice rápidamente Kalie, sonrojándose un tanto— Solo es que ella no fue muy
“amable” conmigo— dice, y mira hacia donde Kass se está riendo sonoramente—
Solo os puedo aconsejar que tengáis cuidado con ella. Ella formaba parte del
grupo al que expulsaron por hacer explotar el laboratorio, pero ella salió
indemne del tema, y la mayoría de sus compañeros fueron exiliados de aquí.
Ahora ella trata de ganar seguidores aquí, como hizo antes.
Mitchie
y yo alzamos una ceja suspicazmente.
—¿Y tú
como sabes todo eso?— pregunta Mitchie, con los ojos entrecerrados.
Ella
se encoge de hombros.
—Lo sé
porque me críe en el mismo orfanato que ella— dice indiferente.
—¿Kass
se crió en un orfanato? − pregunto, y Kalie asiente— Eso significa… ¿Chloe
Johnson también se crió contigo?
Ella
asiente de nuevo.
—Era
la hermana mayor de Kass, y debo decir, la que tenía que soportar todas sus
estúpidas bromas. Una vez trató de quemar su sudadera favorita, pero una
instructora le pilló, le cruzó la cara de un bofetón, y le hizo remendar todos
los rotos de la ropa que los residentes del orfanato teníamos, que no eran
pocos— Kalie cierra los ojos y sonríe ligeramente, como si el recuerdo fuese
muy agradable.
Mitchie
abre mucho los ojos, asombrada.
—No
creía que ella fuese así— dice, francamente sorprendida.
Yo
asiento, igual de asombrada que Mitchie por la historia que Kalie nos acaba de
contar.
—Lo
mismo digo— coincido— Las apariencias engañan.
Kalie
abre los ojos, y me brinda una sonrisa adorable. De repente, tengo unas ganas
terribles de proteger a esta chica de todo esto.
—Estoy
totalmente de acuerdo contigo— dice. Por sus ojos pasa una tristeza repentina,
y la sonrisa de su alegre rostro desaparecen.
Mitchie
parece darse cuenta de algo de pronto.
—¿Y
qué te hizo a ti?— pregunta, no muy segura de si debe meterse en asuntos
privados de otras personas.
Kalie
se encoge de hombros, resignada.
—Trató
de matarme— dijo simplemente.
Mitchie
y yo nos miramos confusas.
—¿Matarte?
¿Kass?— pregunto confusa. Eso tiene que ser un error. Es demasiado— ¿Qué
hiciste para que ella te hiciese eso?
Ella
se encoge de hombros de nuevo.
—Estábamos
en la habitación comunitaria— dice, recordando— Yo estaba hablando con una
amiga que vivía allí entonces. Ella se acercó a la cama de mi amiga y trató de
humillarla públicamente. Yo me puse delante de ella, y le impedí acercarse a
ella. No le sentó bien que estropease su broma. En la siguiente excursión que
hicimos fuimos a comer a la montaña, y ella trató de tirarme por el
despeñadero. Eso le costó la expulsión del orfanato. No la volví a ver, hasta
que llegué aquí. Realmente espero que ella no sepa que estoy aquí— termina
Kalie, haciendo una mueca.
Mitchie
y yo nos miramos horrorizadas. Kass me había parecido una chica normal. Y
pensar que habíamos tratado de ser amigas…
—¿Cuándo
fue eso? — pregunta Mitchie.
Kalie
se lo piensa durante un instante.
—Hace
tres años. Quizá cuatro. Teníamos alrededor de catorce años, entonces.
Mitchie
parece comprender un tanto.
—Los
adolescentes hacíamos cada cosa con catorce años— suspira— Puede que se le haya
olvidado tu accidente.
Kalie
hace una mueca.
—Sería
una sorpresa agradable, para variar— dice, y empieza a comer.
Yo ya
me he acabado la sopa, que no sabía a nada, y estoy tratando de comerme el
muslo de pollo, aunque después de la historia de Kalie, sabe a goma en mi boca.
Le paso el resto de mi comida a Mitchie, que me mira agradecida y empieza a
atacar el pollo con ambas manos.
Un
chico de la mesa de enfrente de nosotras se gira, y observa a Mitchie
comer el pollo, asqueado. Parece el típico chico snob que duerme en sábanas
tejidas con hilo de oro y come comida de reyes. Bueno, pues aquí no va a poder
ser.
Mitchie
se fija en la mirada del muchacho de la mesa de adelante, y frunce el ceño, sin
dejar la carne en el plato.
—¿Qué
pasa?— dice, despectiva, con un tono ligeramente feroz— ¿Nunca has visto a
nadie comerse un muslo de pollo con las manos? Porque yo puedo enseñarte como
se hace— dice, y empieza a comer el pollo, intentando ser lo más grosera
posible.
El
chico se gira, claramente asqueado, y ya no vuelve a mirarnos.
Yo me
río.
—¡Mitchie!
¡Para!— digo, sin dejar de reírme.
—Se lo
merecía— farfulla Mitchie, tratando de tragar toda la comida que se le acumula
en la boca.
En ese
momento, Marcus se levanta y empieza a hablar a no precisamente bajas voces.
Mitchie
se atraganta con la comida, y yo trato de ayudarla con un vaso de agua,
mientras ella no deja de toser. Marcus nos mira, y me reconoce como la chica
que ha montado el escándalo en la fila.
Parece
estar contando hasta diez por dentro, pienso, divertida.
Cuando
consigo que Mitchie deje de toser, y la ayudo a incorporarse, Marcus se vuelve
de nuevo hacia todos los Aspirantes, incluida Kassandra, que observa la escena
con fingido interés.
—Bien—
empieza Marcus, todavía de mal humor. Me pregunto qué fue lo que le hizo
ser como es ahora, malhumorado y hostil. Puede que siempre haya sido as— Espero
que estéis listos. Tenéis quince minutos para arreglaros, os quiero a todos a
las tres en la sala de reuniones. Los ángeles están llegando.
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