lunes, 16 de febrero de 2015

Capítulo 4 "El Ángel Guardián"

Doy varias vueltas antes de encontrar el camino al comedor. Hasta que me acostumbre a este horrible laberinto, lo voy a pasar mal. Los oscuros y enrevesados pasillos están alumbrados únicamente por una lúgubre luz amarillenta procedente de los candelabros, firmemente amarrados a la pared. Es todo tan diferente a la sala en la que he estado esta misma mañana… esa sala parece estar a miles de años luz. Esa zona del edificio era moderna, predominaba el cristal, el metal y el vidrio. En cambio, este lugar es más parecido a mi antigua residencia. De madera, piedra, algo de mármol y todo lleno de polvo.
En fin.
Otra razón más de mi tardanza son los corredizos que comunican las diferentes salas. Por Dios, son todos iguales, ¿Cómo quieren que me oriente así?
Por un maravilloso milagro logro encontrar un pequeño y rajado cartel que indica “Comedor” y una flecha que indica cómo llegar hasta él. Suspiro aliviada.
En las puertas, apelotonados, están casi todos los alumnos que vi al salir de mi Prueba Mental. Distingo un retazo de cabello castaño muy oscuro, y piel bronceada. Kass. Ella está apoyada en la pared con los brazos cruzados y el ceño fruncido levemente, mirando un grupito de chicas tontas que parlotean sin parar a grandes voces. Busco con la mirada el cabello castaño de Mitchie, pero no veo rastro de ella por ninguna parte. Entonces Kass alza la mirada y me ve, una expresión de alivio se extiende por su rostro. Yo creía que estaba enfadada conmigo por mencionar a su hermana, pero no parece ser así. En cuanto nos juntamos empiezo a hablar.

 
—¿Por qué estamos aquí esperando todos?— digo a modo de saludo.
Ella lanza una mirada de reojo al grupito de adolescentes que se agrupan en torno a la puerta del comedor.
—Al parecer no podemos entrar a comer hasta que Marcus venga— dice Kass, de mala gana.
Alzo una ceja.
—¿En serio?— contesto— Menuda estupidez.
Kass suspira.
—Ya ves…— dice, cerrando los ojos y apoyándose de nuevo en la pared— Te ha costado poco encontrar el sitio.
Yo vuelvo la cabeza para mirarla y suspiro.
—No te creas— digo— He dado más vueltas que un tiovivo.
Ella se encoge de hombros. Vaya conversación más interesante. Me siento un tanto incómoda.
Me acuerdo de Mitchie de repente.
—Por cierto— digo a Kass— ¿Dónde está Mitchie? ¿La has visto?
Kass asiente con la cabeza y se encoje de hombros.
—Cuando llegamos le preguntó a esa— dice señalando a una mujer en la pared contraria a la nuestra— Donde estaba el baño y se fue sin decir mucho más— dice con un tono de voz aburrido.
Yo me fijo en la mujer que estaba señalando. Me es muy familiar…
Entonces ella vuelve la cabeza y me encuentro mirándola directamente. En su rostro hay plasmada una expresión preocupada.
Oh, que tonta he sido.
Cómo no reconocer a la mujer que me inyecto un líquido ardiente que me abrasó las venas.
Cómo no recordar a Mer.


Pasa un instante en el que las dos nos quedamos mirándonos, la una a la otra, hasta que al final yo aparto la mirada, molesta. De repente se me ha olvidado todo lo que quería decirle.
Me vuelvo un instante para preguntar algo a Kass, que me mira expectante desde la pared, sin saber porque de repente parezco tan alterada. Bueno, en cierto modo, lo estoy. Vuelvo a mirar hacia delante, buscando las palabras adecuadas para hablar con Mer.
Pero no hace falta, porque Mer se ha ido.
Hace dos segundos estaba aquí, y ahora ya no está. La busco por la sala poniéndome de puntillas, pero no hay ni rastro suyo. Se ha ido. Me vuelvo confusa para hablar con Kass, pero en vez de eso, me encuentro con unas manos frías que me tapan los ojos.
—¡Búh!— dice la voz de Mitchie— ¿Sabes quién soy?
Yo me vuelvo al oír su voz, le hago cosquillas en el cuello y ella se ríe.
No menciono el hecho de que acabo de ver a una mujer desaparecer delante de mí, como si hubiese estado hecha de polvo fino. Si la veo de nuevo, tengo que preguntarle cómo lo ha hecho.
—¿Dónde estabas?— pregunto— Pensé que me habías abandonado.
La miro fingiendo estar dolida y ella se vuelve a reír.
En ese momento Marcus dobla la esquina, caminando tranquilamente, con exasperante lentitud, y las manos en los bolsillos de los vaqueros. Creo que lo hace para fastidiarnos.
Llega al centro de la sala y se pone las manos en la boca, como un amplificador improvisado.
—¡Formad una fila, si queréis comer algún día!— dice Marcus con su voz grave. Nos mira a todos con una terrorífica sonrisa y mira el reloj—  De hecho, os quedan quince minutos para hacerlo.
Todos los Aspirantes empezamos a movernos para colocarnos en una fila de mala gana, gruñendo y quejándonos por lo bajo. Oigo frases como: “¿Y porque tenemos que esperar todavía más si solo quedan quince minutos?” y “No es justo, él ha llegado tarde”.  No creo que Marcus tenga muy agudizado el sentido de la justicia.
Nuestro entrenador sigue esperando con esa repelente característica sonrisa, y hasta que no se hace el silencio más absoluto no comienza a hablar de nuevo. Ahora estoy segura. Lo hace para fastidiarnos.
—Y os aconsejo que esta tarde estéis presentables— dice, regodeándose— A las cinco os espero a todos en la sala de entrenamiento. Asistirán los ángeles guardianes elegidos de este año, y si pretendéis ser Asignados a alguno de ellos, más os vale causar buena impresión.
En la sala se forma una repentina tensión aún peor de la que se notaba en la sala posterior a la Prueba Mental. ¿Conoceremos a nuestros posibles ángeles guardianes? ¿Tan pronto? Pensaba que solo los conocerían los que lograsen completar el Periodo de Prueba. Beth no nos avisó nada de esto.
Un instante después de oír las palabras de Marcus, un sudor frío me empieza a bajar por las palmas de las manos.
Marcus se retira, y abre una de las grandes puertas del comedor. La cola de gente va disminuyendo, a medida de que los hambrientos chicos van entrando. Mitchie y yo estamos casi de las últimas. Kass ha empujado ferozmente hasta estar en uno de los primeros puestos de la fila y nos ha dejado atrás. Cuanto compañerismo tiene esta chica.
Pasan unos minutos hasta que nos toca el turno a nosotras, y mientras tanto Mitchie y yo hemos estado fijándonos en nuestros compañeros. Hay una chica rubia, esbelta, de ojos azules delante de nosotras. Me recuerda un poco a Ainhoa. Me pregunto cómo estará la pequeña Ainhoa. Bueno, no es pequeña, tan solo un año menor que nosotras, pero es la más joven de las cuatro. Ella tendrá que pasar su Periodo de Prueba el año que viene, o dentro de dos, según elija. Espero llegar viva hasta entonces, para desearle suerte.
De todas formas, no estoy totalmente segura de poder contar con ello. Creo que mínimo la mitad de los adolescentes que están todavía en la fila me sacan por lo menos cabeza y media, y unos cuantos kilos.
La chica rubia es la siguiente en entrar. Nunca antes la había visto, pero tampoco me extraña. Pocas veces coincidimos con la gente que vive aquí, aunque no son pocos.
La mayoría de personas, cuando son Asignados, se marcha de aquí, normalmente por dos razones: porque los recuerdos de su Periodo de Prueba les atormentan, o se van en busca de la libertad, con sus ángeles guardianes siempre fieles a su lado. Una de las condiciones para ser aceptado aquí es esa, sólo se puede salir del recinto unas pocas horas, sólo los domingos, y sin alejarse demasiado. Los ángeles nos quieren tener controlados, pues sería catastrófico cruzarnos en el camino de un ángel oscuro, y la verdad, pienso que tienen razón.
Pocas veces ha ocurrido. Que los ángeles puros se encontrasen con los oscuros. Pero cuando ha ocurrido, ha sido terrible. Los ángeles oscuros no atienden a razones o suplicas; su único objetivo es ser reconocidos los iguales de los ángeles puros, no inferiores. Y las únicas personas capaces de ello son el Parlamento Divino. Formado principalmente por arcángeles, de rango mucho mas superior que nuestros ángeles guardianes. Y dicen que nosotros, los Unidos, que es cómo se nos llama a los Asignados y a sus ángeles guardianes, tenemos el poder de derrotarlos, aunque no sepamos cómo.
Sinceramente, yo creo que son tonterías. Nadie puede derrotar a los ángeles oscuros excepto los arcángeles, y ellos no moverán un dedo para ayudarnos. Después de todo, ¿A ellos que les importa si nos destruimos entre nosotros? A ellos no les va afectar de ningún modo que la raza humana sea masacrada hasta extinguirse.
Es inútil pretender lo contrario. Ellos podrían salvar toda la humanidad con un simple chasquido de sus dedos, pero eso no va a pasar. Algunos desgraciados han intentado apelar a su sentido de la compasión, pero parece ser que ellos no tienen o ya no les queda de eso. Lo único que hemos encontrado de los que lo intentaron, ha sido un montón de harapos ensangrentados.
Recuerdo el último encuentro de los ángeles oscuros y los puros. Eso produjo este lugar. Nosotros vivimos en una “ciudad”, —o más bien los restos de ella— como consecuencia de una de esas batallas. Los estúpidos humanos no se atreven a pasar por aquí. Murió demasiada gente inocente en esta batalla. Ellos desconocen la existencia de este mundo tan distinto del suyo. Saben que algo no funciona correctamente aquí. Se mantienen alejados. Quizá crean que está maldito. Puede que sea verdad. Pero maldito o no, las ruinas de lo que antiguamente podría haber sido una esplendorosa ciudad, nos han proporcionado una ligera protección de los ángeles oscuros, ya que ellos no pueden entrar aquí. Es terreno protegido. Sospecho que los de arriba pueden tener algo que ver con ello.
Recuerdo también el último día que vi a Chloe con vida.

Era la mañana anterior a su Periodo de Prueba, y tanto ella como Beth estaban aterradas. Mitchie, Ainhoa y yo, les preparamos una sorpresa. Una especie de picnic en una de las pocas zonas de la ciudad que no están consumidas por la guerra. Allí todavía quedaba una pequeña zona de prado verde.
Ese día fue sábado, pero nosotras, aun sabiendo los riesgos que corríamos, salimos del recinto sin permiso de nuestros superiores. Eso podría habernos causado muchos problemas, y ahora que lo pienso, podría haber sido una de las razones de la muerte temprana de Chloe. Beth nos dijo que sucumbió el segundo día, es decir, el lunes. Pobrecita. No quiero saber cómo murió. Tampoco nos dejaron ver su cuerpo frío, y sin vida. Ni siquiera a Beth.
Ese día fue 30 de noviembre.
El primer domingo de cada diciembre da comienzo el Periodo de Prueba, un tiempo que marca definitivamente, de una forma u otra, a un grupo de adolescentes.
Nosotras estábamos sentadas en un viejo mantel a cuadros rojos y blancos que Ainhoa había robado por la mañana de la cocina. Habíamos traído un escaso suministro de comida que habíamos conseguido a base de algo de trabajo extra en la cocina.
Ninguna tenía mucho apetito. No fue hasta que Mitchie se tiró casi toda el agua encima de la ropa y exhaló por el frío del agua helada en su piel,  hasta que rompimos el tenso silencio con nuestras risas. Estuvimos hablando durante tres horas, hasta que se nos acabó el tiempo, y tuvimos que volver a la residencia. Pasó demasiado rápido. Poco antes de irnos del verde prado, les dimos nuestro regalo, como muestra de que ellas lo conseguirían, y si no era así, de que nunca las olvidaríamos.
Eran cinco collares de metal, cada uno con una finita cuerda de cuero para llevarlo al cuello.
No recuerdo como los conseguimos.
Cada collar tenía una pequeña placa de fino metal, no sabría decir que tipo era, con un símbolo diferente cada uno.
Cuando se lo entregamos, ellas lloraron emocionadas, y se dieron cuenta de que siempre íbamos a estar con ellas, aunque ellas nunca más estuvieran allí.
Pocas horas después, todo había acabado para una de ellas.


—¿A qué demonios se supone que estas esperando?— la voz irritada de Marcus me trae de nuevo a la realidad, y me doy cuenta de que he estado parada en el umbral de la puerta, bloqueando el acceso a los demás, que me miran malhumorados desde el umbral.
Me fijo también en que Mitchie estaba intentando hacerme entrar a base de empujones desde hace un buen rato. Bajo la cabeza para no ver las miradas asesinas de las personas que esperan impacientes detrás de mí, y murmuro una disculpa entre dientes.
Paso la puerta, y me doy la vuelta para esperar a Mitchie, ignorando por completo la cruel mirada que Marcus me está dando ahora mismo. Perfecto, solo falta que el primer día me coja manía. Me van a ir de perlas estos días.
Mitchie me coge del brazo y me empuja hasta el asiento libre más próximo que ve, con el ceño fruncido y una expresión de profundo desacuerdo. Me imagino que ahora vendrá la típica charla de “¿Por qué has hecho eso?”
No me equivocaba.
Según nos sentamos ella me suelta el brazo y yo lo miro. Tengo marcados los cuatro dedos con los que me ha agarrado, y un par de marcas de uñas. Tal vez debería haberle enseñado esa habilidad a Marcus, seguro que le habría pasado directamente a la última prueba.
—Dime, ¿En que estabas pensando al hacer eso?— dice Mitchie de mal humor, golpeando la mesa vacía con un puño. Un par de Aspirantes sentados en la mesa de enfrente nos miran escépticos— ¡Tu estúpida cabezonería podría haberte costado la expulsión! ¿No lo entiendes? No podemos permitirnos un solo error ¡Ni uno solo!
Yo la miro frunciendo el ceño, pero no respondo.
Creo que Mitchie tiene ganas de pegarme, pero si las tiene, se contiene. Pone los ojos en blanco.
—Ah, por favor— dice ella, despectiva− La próxima vez que quieras meterte con alguien, hazlo con alguien que no tenga tu vida pendiendo de un hilo.
Yo me encojo de hombros.
—De acuerdo− digo, haciendo una mueca de aceptación— Lo haré.
Las comisuras de la boca de Mitchie se elevan un poco, casi imperceptiblemente, pero lo hacen. Lo sabía, ella no puede enfadarse conmigo.
Se levanta de su silla de un salto, y yo la miro extrañada.
—¿Adónde vas?— pregunto alzando una ceja.
—Tía, estamos en el comedor— dice sonriendo— Voy a comer.
La miro todavía sin comprender nada, pero entonces miro de reojo nuestra desgastada mesa de madera, vacía, y luego la barra donde tres ancianas están sirviendo la comida con un cazo.
Ella vuelve a sonreír por mi ignorancia, y me hace un gesto para que me levante. Yo obedezco y le sigo a la barra donde sirven la comida.
Cogemos una bandeja de acero inoxidable del gran montón que hay al comienzo de la fila, y nos ponemos a la cola detrás de cuatro Aspirantes más.
Pasan otros dos minutos hasta que nos toca, y creo que nos quedarán unos cinco minutos para comer. Genial.
Recogemos un paquetito que nos ofrece una señora, que contiene un tenedor, una cuchara y un cuchillo, todo esto envuelto con una servilleta de papel.
La segunda señora nos sirve un cazo de humeante sopa de verduras, que no tiene muy buen aspecto, Mitchie trata de pedir poco, pero la anciana mujer no la escucha o no puede oír bien ya, porque le echa lo mismo o más que a los demás. Ella suelta un suspiro de resignación.
La última señora nos echa un muslo entero de pollo, al que miro un tanto asqueada. Nunca he comido tanto, y tampoco creo que hoy vaya a ser el día que lo intente. En cambio, Mitchie mira con deseo el suyo. Ella come como dos personas adultas. No me molesto en coger el postre, ya que no creo que tenga ni tiempo ni ganas de acabarme todo lo que me han servido. Mitchie, en cambio, se coge un cuenco de lo que parece arroz con leche. No entiendo cómo puede comer tanto.
Una vez servidas, nos dirigimos a la única mesa que queda vacía y nos sentamos. Dos mesas más adelante está Kassandra, que parece que hecho amigos nuevos, dejándonos a nosotras de lado, y se ha ido con ellos. Peor para ella. Pero luego que no nos venga a nosotras. Está charlando animadamente con una chica de cabello liso castaño oscuro. De hecho, la chica es una de las del grupo que antes estaba mirando despectivamente.
Empezamos a comer en silencio, cuando se acerca la chica de pelo rubio que estaba delante de mí en la cola, con su bandeja firmemente sujeta en sus manos, y una expresión nerviosa en el rostro.
La chica de cabellos de oro se nos acerca, con la bandeja de latón bailando entre sus manos.
—¿Os importa que me siente con vosotras?— dice, con voz tímida— El resto de las mesas están llenas.
La miro con una ligera compasión. Las chicas tímidas como ella tienen problemas para hacer amigos. Lo sé, porque cuando llegué aquí yo era una de ellas, pero entonces conocí a mis amigas y se me fue toda timidez.
Aparto una silla para que se siente.
—Claro que no— digo haciéndole una seña hacia la silla— Yo soy Leia.
Mitchie sonríe.
—Mitchie Windsound— dice, ofreciéndole la mano— Encantada de conocerte.
Ella sonríe aliviada. Seguramente pensaba que iba a ser más difícil hacer algún amigo aquí. Estrecha la mano que Mitchie le estaba tendiendo.
—Yo soy Kalie— dice ella— Duermo en la habitación siete.
—Nosotras en la ocho— digo, señalando la llave que sobresale peligrosamente en el bolsillo del jersey de Mitchie— Puedes pasarte cuando quieras.
Ella sonríe agradecida, pero de pronto parece reparar en algo.
—¿La habitación ocho?— pregunta alzando una ceja— ¿No es allí donde duerme Kassandra Johnson?
Mitchie y yo nos miramos.
—Sí— decimos prácticamente a la vez— Es nuestra compañera de cuarto.
Ella hace una mueca.
—Creía que ella…— dice, su voz suena extraña.
—¿Ella qué?— pregunta Mitchie, curiosa.
—Nada— dice rápidamente Kalie, sonrojándose un tanto— Solo es que ella no fue muy “amable” conmigo— dice, y mira hacia donde Kass se está riendo sonoramente— Solo os puedo aconsejar que tengáis cuidado con ella. Ella formaba parte del grupo al que expulsaron por hacer explotar el laboratorio, pero ella salió indemne del tema, y la mayoría de sus compañeros fueron exiliados de aquí. Ahora ella trata de ganar seguidores aquí, como hizo antes.
Mitchie y yo alzamos una ceja suspicazmente.
—¿Y tú como sabes todo eso?— pregunta Mitchie, con los ojos entrecerrados.
Ella se encoge de hombros.
—Lo sé porque me críe en el mismo orfanato que ella— dice indiferente.
—¿Kass se crió en un orfanato? − pregunto, y Kalie asiente— Eso significa… ¿Chloe Johnson también se crió contigo?
Ella asiente de nuevo.
—Era la hermana mayor de Kass, y debo decir, la que tenía que soportar todas sus estúpidas bromas. Una vez trató de quemar su sudadera favorita, pero una instructora le pilló, le cruzó la cara de un bofetón, y le hizo remendar todos los rotos de la ropa que los residentes del orfanato teníamos, que no eran pocos— Kalie cierra los ojos y sonríe ligeramente, como si el recuerdo fuese muy agradable.
Mitchie abre mucho los ojos, asombrada.
—No creía que ella fuese así— dice, francamente sorprendida.
Yo asiento, igual de asombrada que Mitchie por la historia que Kalie nos acaba de contar.
—Lo mismo digo— coincido— Las apariencias engañan.
Kalie abre los ojos, y me brinda una sonrisa adorable. De repente, tengo unas ganas terribles de proteger a esta chica de todo esto.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo— dice. Por sus ojos pasa una tristeza repentina, y la sonrisa de su alegre rostro desaparecen.
Mitchie parece darse cuenta de algo de pronto.
—¿Y qué te hizo a ti?— pregunta, no muy segura de si debe meterse en asuntos privados de otras personas.
Kalie se encoge de hombros, resignada.
—Trató de matarme— dijo simplemente.
Mitchie y yo nos miramos confusas.
—¿Matarte? ¿Kass?— pregunto confusa. Eso tiene que ser un error. Es demasiado— ¿Qué hiciste para que ella te hiciese eso?
Ella se encoge de hombros de nuevo.
—Estábamos en la habitación comunitaria— dice, recordando— Yo estaba hablando con una amiga que vivía allí entonces. Ella se acercó a la cama de mi amiga y trató de humillarla públicamente. Yo me puse delante de ella, y le impedí acercarse a ella. No le sentó bien que estropease su broma. En la siguiente excursión que hicimos fuimos a comer a la montaña, y ella trató de tirarme por el despeñadero. Eso le costó la expulsión del orfanato. No la volví a ver, hasta que llegué aquí. Realmente espero que ella no sepa que estoy aquí— termina Kalie, haciendo una mueca.
Mitchie y yo nos miramos horrorizadas. Kass me había parecido una chica normal.  Y pensar que habíamos tratado de ser amigas…
—¿Cuándo fue eso? — pregunta Mitchie.
Kalie se lo piensa durante un instante.
—Hace tres años. Quizá cuatro. Teníamos alrededor de catorce años, entonces.
Mitchie parece comprender un tanto.
—Los adolescentes hacíamos cada cosa con catorce años— suspira— Puede que se le haya olvidado tu accidente.
Kalie hace una mueca.
—Sería una sorpresa agradable, para variar— dice, y empieza a comer.


Yo ya me he acabado la sopa, que no sabía a nada, y estoy tratando de comerme el muslo de pollo, aunque después de la historia de Kalie, sabe a goma en mi boca. Le paso el resto de mi comida a Mitchie, que me mira agradecida y empieza a atacar el pollo con ambas manos.
Un chico de la mesa de enfrente  de nosotras se gira, y observa a Mitchie comer el pollo, asqueado. Parece el típico chico snob que duerme en sábanas tejidas con hilo de oro y come comida de reyes. Bueno, pues aquí no va a poder ser.
Mitchie se fija en la mirada del muchacho de la mesa de adelante, y frunce el ceño, sin dejar la carne en el plato.
—¿Qué pasa?— dice, despectiva, con un tono ligeramente feroz— ¿Nunca has visto a nadie comerse un muslo de pollo con las manos? Porque yo puedo enseñarte como se hace— dice, y empieza a comer el pollo, intentando ser lo más grosera posible.
El chico se gira, claramente asqueado, y ya no vuelve a mirarnos.
Yo me río.
—¡Mitchie! ¡Para!— digo, sin dejar de reírme.
—Se lo merecía— farfulla Mitchie, tratando de tragar toda la comida que se le acumula en la boca.
En ese momento, Marcus se levanta y empieza a hablar a no precisamente bajas voces.
Mitchie se atraganta con la comida, y yo trato de ayudarla con un vaso de agua, mientras ella no deja de toser. Marcus nos mira, y me reconoce como la chica que ha montado el escándalo en la fila.
Parece estar contando hasta diez por dentro, pienso, divertida.
Cuando consigo que Mitchie deje de toser, y la ayudo a incorporarse, Marcus se vuelve de nuevo hacia todos los Aspirantes, incluida Kassandra, que observa la escena con fingido interés.

—Bien— empieza Marcus, todavía de  mal humor. Me pregunto qué fue lo que le hizo ser como es ahora, malhumorado y hostil. Puede que siempre haya sido as— Espero que estéis listos. Tenéis quince minutos para arreglaros, os quiero a todos a las tres en la sala de reuniones. Los ángeles están llegando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario