Os dejamos el tercer capítulo del libro "El ángel guardián" de SOnia Pozo. Como sabés, hace poco nos enteramos que se convirtió en ganadora de los Premio Watty en la categoria ciencia ficción-fantasía con esta novela.
Animaos y seguid leyendo. ¡Cada vez está más interesante!
Estoy
tumbada bocarriba en la cama de abajo de mi litera, mirando el mugriento techo
de mi cuarto. Hay una gran telaraña encima del candelabro usado que nos hace de
lámpara, y da la única iluminación de la sala. Aunque parece haber sido
limpiado minuciosamente, todavía se nota el efecto del paso del tiempo y el uso
que ha afectado a esta habitación. Una de las paredes tiene un agujero en el
que cabría mi dedo meñique sin problemas. En pocas palabras, creo que prefería
mi otra habitación, la que compartía con Bethany. Era algo más pequeña que
esta, pero por lo menos siempre estaba limpia y bien cuidada. Todavía no hay ni
rastro de Kassandra, y Mitchie está en el cuartucho de baño duchándose. Yo
estoy tumbada a lo ancho en vez de a lo largo, con las piernas en la pared y la
cabeza asomando por el borde, con mi cabello barriendo el suelo, absorta en mis
macabros pensamientos sobre lo que serán estas dos semanas.
Animaos y seguid leyendo. ¡Cada vez está más interesante!
CAPÍTULO 3
De
repente oigo un grito procedente del cuarto de baño, y me levanto de un salto,
golpeándome la cabeza con la dura barra de hierro de la litera.
Maldigo
a altas voces. Seguro que mañana se habrá hinchado. Corro al cuarto de baño,
haciendo caso omiso del dolor punzante de mi cabeza. Me acerco a la puerta, y
dejo mi cabeza asomarse un poco. Veo a Mitchie tiritando, y tapándose con la
toalla sin perder segundo. Tiene el ceño fruncido profundamente.
Alzo
una ceja, confusa.
—¿Qué
ha pasado?— pregunto— He oído los gritos desde la litera.
Mitchie
me mira malhumorada.
—¡Es
esta estúpida ducha!— exclama ella— Me estaba dando una ducha caliente…
—No me
digas más— añado yo, sonriendo de medio lado— Y entonces el agua se tornó fría
de pronto.
Ella
asiente indignada.
Yo me
llevo la mano a la boca para tratar de ocultar una gran carcajada. No lo
consigo.
—¿Y tú
de qué te ríes?— pregunta Mitchie haciendo una mueca.
Me
acerco a ella y le doy un golpecito amistoso en el hombro.
—Me
río de ti, tonta— añado haciéndole burla— Con amor. Anda que no saberlo…
Ella
me devuelve el golpe y me abraza por detrás, mojándome toda la espalda.
—¡Oye!—
exclamo divertida— ¡No deberías haber hecho eso!
Me
acerco al lavabo y lleno mis manos con agua. Ella intenta retroceder diciendo:
“¡No, Leia, no lo hagas!” Y entonces le tiro el agua helada entre la toalla y
la espalda.
Ella
suelta una exclamación ahogada y dice:
—¡Ah,
Leia, frío!— dice, y corre también al lavabo— ¡Esta me la pagas!
Salgo
corriendo del baño, pero ella me sigue de cerca. Siento una explosión de agua
helada en la nuca y grito, divertida.
Entre
salpicón y salpicón pasan los minutos, y nosotras no nos cansamos. Entonces
alguien abre la puerta, y nosotras nos quedamos congeladas donde estamos,
caladas hasta los huesos como estamos, y sin saber qué decir. Es Kassandra.
Genial. Ahora pensará que estamos tenemos algún problema psicológico.
Mitchie
y yo nos miramos unos segundos, y entonces ella avanza hacia Kassandra, con una
gran sonrisa y la mano extendida.
—Hola—
dice, poniendo voz de niña que no ha roto un plato en su vida— Soy Mitchie
Windsound. Encantada.
Kassandra
parece impresionada, y nos mira a las dos con una sonrisa medio cohibida. Al
final, acepta la mano de Mitchie y dice:
—Hola,
soy Kassandra, pero prefiero Kass— dice, con un gesto extraño— Creo que será
mejor que limpiéis este desastre pronto.
Mitchie
alza una ceja. La conozco, estoy segura de que ha tachado a Kass de aburrida, a
pesar de haberla conocido desde hace unos pocos segundos.
—¿Y
eso porqué, si puede saberse?— pregunta Mitchie. Su voz suena fría de pronto.
Kass
se retuerce nerviosamente un mechón de pelo oscuro, y se muerde el labio. Me
recuerda a alguien, pero ahora no podría decir a quién. Ella mira hacia atrás,
por encima de su hombro, hacia la puerta.
—Es
Marcus— dice— Cuando os fuisteis él volvió a la sala y dijo que pasaría por
cada habitación, revisando que todo estaba bien y entregando los horarios.
Kass
se gira y saca la cabeza por la puerta, asomándose ligeramente al pasillo,
donde se oye un barullo incesante. Se vuelve y nos mira frunciendo el ceño.
—De
hecho, — dice— ya viene.
Mitchie
y yo miramos el suelo mojado, luego a nosotras mismas, y finalmente cruzamos
una mirada de horror. Como Marcus vea este estropicio, vamos a tener problemas.
Mitchie
es la primera en reaccionar. De una sola vez coge a Kass de la muñeca y la
obliga a entrar a la habitación prácticamente a tirones. La chica se sorprende
por la fuerza de mi amiga, y tropieza al entrar. Mitchie rápidamente cierra la
puerta por donde Kassandra ha entrado y se apoya en ella.
Unos
pocos segundos después se oyen unos gritos en el pasillo, a alguien
aporreando nuestra puerta.
—¡Habitación
ocho!— dice la grave voz de Marcus.
Bajo
la vista a la llave de color dorado que tengo en la mano. Un reluciente ocho
negro brilla en la mitad. Miro a las otras, que me observan inquietas.
—Sí,
nos dice a nosotras— digo.
Entonces
Mitchie toma una decisión en una milésima de segundo.
—¡Danos
un segundo!— dice, poniendo voz de niña engreída— ¡Nos estamos cambiando!
Al
otro lado de la puerta se oyen unas claras maldiciones irritadas que suenan muy
como: “Niñas estúpidas”
—Está
bien— dice Marcus, a regañadientes— ¡Os doy dos minutos!
Se
oyen pasos alejándose, y unos pocos segundos después, golpes en la puerta
contigua a la nuestra.
Nosotras
reaccionamos como activadas por un resorte. Kassandra entra al baño a por
toallas secas, Mitchie cierra el grifo del lavabo, que seguía abierto y entra a
cambiarse rápidamente, tirando la toalla húmeda, al pequeño cubo de la ropa
sucia, mientras yo trato de secar el suelo con mi propia sudadera. Ya la lavaré
luego.
Kass
sale del baño escondida detrás de una torre de toallas, que probablemente sean
las necesarias para esta primera semana. Ya arreglaremos ese problema luego.
Tenemos cosas más importantes en las que pensar.
Unos
minutos después nosotras seguimos frotando concienzudamente el vasto suelo de
madera, con Kass a mi lado y Mitchie todavía en el baño. Observando
detenidamente veo porque me parecía ligeramente conocida Kassandra. Tiene su
misma tez color café, los mismos ojos, y la misma expresión inocente que ella.
Cuanto he tardado en darme cuenta. No ha sido hasta que ha estado arrodillada
junto a mí, exactamente en la misma posición que ella.
Chloe.
Su
recuerdo me atraviesa como un cuchillo, dolorosamente. Chloe había formado
parte de mi grupo de amigas. Solíamos ser cinco. Ella era de la misma edad que
Bethany, aunque no tuvo la misma suerte que ella. Chloe murió en su Periodo de
Prueba.
Recuerdo
haber estado parada en frente de la sala por la que saldrían los ya Asignados,
con un ángel guardián a sus espaldas, a mi lado Mitchie y Ainhoa, igual de
nerviosas que yo. Recuerdo ver a Beth y sentir un alivio infinito. Empecé a
preocuparme cuando Chloe no salió. Beth nos lo dijo. Que Chloe no lo había
logrado. Entonces llegaron las lágrimas.
Aparto
ese recuerdo de mi mente rápidamente. Chloe está muerta, Ya no se puede hacer
nada por ella. Aun así, Kass sigue recordándome mucho a ella. Quizá se
conocieran. Me siento con las piernas cruzadas, mirándola a la cara. Sí, estoy
segura. Es clavada a ella.
Kass,
viéndome mirarla, se para y me mira.
—¿Qué
pasa?— pregunta nerviosamente— ¿Soy yo? ¿He hecho algo malo?
Me lo
pienso antes de responder.
—No,
no…— digo, distraída— Solo es que me recuerdas mucho a alguien…
Sus
hombros se relajan visiblemente.
—… ¿No
conocerías por casualidad, a una chica, dos años mayor que yo, llamada Chloe,
verdad? Ella murió el año pasado.
El
trapo que ella estaba sosteniendo cae al suelo.
—¿Si
la conocía?— dice con voz temblorosa— Claro que la conocía. Chloe Johnson era
mi hermana.
Pasamos
unos tensos instantes mirándonos la una a la otra, sin saber que decir. Miro
sus ojos enrojecidos y me muerdo un labio. Si es que siempre tengo que meterme
donde no me llaman. Estoy a punto de murmurar una disculpa, pero la puerta del
baño se abre, interrumpiendo mi inexistente excusa y Mitchie elige ese momento
preciso para salir silbando. Ella ya esta vestida, el pelo seco cayéndole por
la espalda en una cascada de rizos color chocolate. Nos mira a ambas un
instante, y sé que se ha dado cuenta de que algo no iba bien.
No
soporto la tensión entre nosotras.
Me
levanto de un salto, recojo las primeras prendas de ropa que veo en mi cama y
me encierro en el baño. Noto la penetrante mirada de Kassandra clavada en mi
nuca, pero en ningún momento vuelvo la vista atrás, ya que no creo ser capaz de
soportar su mirada, hasta que la vasta puerta de madera del baño nos corta el
contacto visual.
Una
vez me he asegurado de que está bien cerrada, me siento contra la pared, con
las piernas por delante, y apoyo la cabeza en las frías baldosas del baño.
Quiero llorar, pero no vienen a mí las lágrimas. Quiero llorar por Chloe,
porque ella no se merecía lo que le pasó. Eso es solo un recordatorio más de
que esto no es un juego. Nunca lo ha sido.
Me
levanto del suelo y me desvisto rápidamente, el aire helado me congela los
huesos. Me meto a la ducha y pongo el agua más caliente que soy capaz de
soportar. Es un cambio agradable del frío de fuera al calor de la ducha. Dejo
que con el agua que corre por mi cuerpo, fluyan mis pensamientos. Trato de
despejarme la mente, frotándome las sienes.
Cuando
creo que me he tranquilizado lo suficiente, apago el grifo y me envuelvo en una
de las últimas toallas que quedan limpias. No sé que ha sido de los dos minutos
de Marcus. La verdad, me da igual. Por las paredes caen pequeñas gotas de agua,
allí por donde ha salpicado. El espejo está totalmente empañado, lo que hace
imposible que pueda verme.
Dibujo
su nombre con grandes letras en el espejo, dejando un surco con mis dedos.
Chloe. Como la echo de menos.
Suspiro,
y me visto rápido con las sosas prendas oscuras de mi bolsa de tela. Hago una
mueca. Me hago una coleta alta con el oscuro pelo empapado cayéndome rebelde
por la espalda.
Cuando
estoy lo bastante preparada para afrontar la mirada de Kass, abro la puerta de
un tirón y salgo. Mitchie y Kass están sentadas en la única cama libre,
charlando animadamente. Doy gracias a Mitchie en silencio por no hacer que
tuviera forzar conversación con Kass. Además, es probable que Kass ahora me
odie.
Me
siento al lado de Mitchie, pasando las piernas entre las barras de metal. Capto
fragmentos aislados de la conversación, pero en cuanto abro la boca para hablar
se oyen golpes furiosos en la puerta.
Debe
de ser Marcus, que ha vuelto.
Sus
dos minutos se han alargado un tanto. Como treinta minutos de más. Me levanto
impulsándome con la escalera de la litera y voy hacia la puerta. Tengo que
correr los dos cerrojos de oxidado metal que Mitchie ha puesto.
Efectivamente,
es Marcus.
No
parece estar de muy buen humor. Pensándolo bien, nunca lo está.
Entra
como una exhalación a nuestra habitación, como si fuera la suya propia. Se
coloca en medio de la vieja alfombra. Hay que ver qué manía de estar en medio
de todo tiene.
Nos
observa detenidamente, su mirada pasa de una a otra. Le sostengo la mirada. Me
recuerda un poco a cuando estábamos en aquellas filas, esperando a ser
nombrados. Parece que fue hace mil años, aunque solo fue hace unas pocas horas.
Me estremezco un tanto al recordarlo.
—Bien—
dice— Miembros de la habitación ocho.
Nos
habla como si fuéramos soldados rebeldes a los que hay que dar órdenes. Ahogo
una sonrisa.
—Como
ya sabéis— comienza Marcus— Estáis en vuestro Periodo de Prueba. Aquí
las reglas son estrictas. No se permite ni la más mínima infracción— me
mira a mí en esta última frase. Lo que faltaba.— Los horarios son
imprescindibles. Se os entregará a cada habitación dos planos y un horario, que
deberéis cumplir rigurosamente. Nos vemos a las siete de mañana, niñas.
Mitchie
abre la boca para protestar acerca de lo último, pero Marcus ya se ha ido,
dejando a mi amiga con la queja en la boca. Tres papeles yacen en la pequeña
mesita de noche.
Dos
son los plano, como ha dicho, en los que se marcan una parte desconocida del
lugar donde yo había vivido durante años. Es enorme, teniendo cuenta el recinto
en el que he estado viviendo yo. Tiene pasillos enrevesados, pasadizos sin
salida, e infinitas salas de entrenamiento. También hay un comedor, y otras
salas públicas.
El
otro es un horario. Lo cojo y le echo una ojeada por encima. Alzo una ceja.
Madre mía. Menudo horario. Las otras miran mi cara de asombro, la curiosidad
plasmada en su rostro. Agito el horario delante de ellas.
—Menuda
semana nos espera— digo, ofreciéndoselo para que lo lean.
Kass
empieza a leerlo en voz alta.
LUNES:
6:30-
Despertar
7:00-Desayuno
7:30-
Aseo
8:00-
Entrenamiento (Físico)
14:00-
Comida
14:30-
Descanso
16:00-
Entrenamiento (Físico)
21:00-
Aseo
22:00-
Cena
23:00-
Reposo
El
horario se repite sucesivamente todos los días, excepto que los miércoles, viernes
y domingos uno de los entrenamientos físicos se cambiaba por prueba mental, y
los domingos tenemos el día sin restricciones; ese día podremos hacer lo que
queramos.
Madre
mía.
Socorro.
Cuando
Kass termina de leer, las tres tenemos la misma cara de horror. Si no morimos
en las pruebas mentales, lo haremos en el entrenamiento. Dios… No voy a poder
con eso.
Mitchie
es la primera en reaccionar, mirando su reloj.
—Son
las dos menos cuarto— dice— ¿Creéis que tendremos que ir hoy también siguiendo
el horario?
Yo
asiento.
—Supongo
que sí— murmuro.
Kass
me pone una mano en el hombro, y yo la miro sorprendida.
—Estoy
de acuerdo con Leia— afirma Kassandra— Será mejor que nos vayamos ya, no me
creo capaz de encontrar el comedor fácilmente— dice soltando una risita.
Antes
de salir, Mitchie coge el plano y las llaves. Entonces yo me acuerdo de algo.
—Ir
yendo— les digo, al ver que me esperan en la puerta— No os preocupéis, cogeré
el otro plano y nos veremos allí en unos minutos.
Ellas
se encogen de hombros y salen de la habitación, dejándome sola. Cuando me
aseguro de que se han ido, rebusco en los bolsillos de mi sudadera sucia. Ahí
está. Mi inseparable navajita.
La
cojo y me dirijo a la puerta, donde están talladas nuestras iniciales.
Junto
la L.S empiezo a dibujar otras dos letras más.
C.J
Algo
del vacío que siento en mi interior se llena, casi imperceptiblemente.
Devuelvo
la navajita a su sitio, y cojo el plano.
Salgo
de mi habitación, echando una última mirada atrás.
Las
nuevas iniciales talladas brillan en la pared por el reflejo de la luz.
Me
detengo un instante observándolas, y echo a andar por el pasillo.
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