Os dejamos el capítulo 5 del libro "El Ángel Guardián". Como ya sabéis es la primera novela de Sonia Pozo, alumna del Colegio Salesianos Los Boscos
La sala queda en silencio.
¡DISFRUTAD!
La sala queda en silencio.
Pero
de repente, como si se hubiera activado un interruptor, el sonido vuelve a la
habitación.
El
ruido de sillas arrastrándose y de adolescentes que echan a correr a gritos
hacia sus habitaciones inunda toda la sala. Mitchie y yo nos levantamos de un
salto y echamos a correr a paso ligero detrás de los demás, con Kalie
pisándonos los talones. Ella se detiene en la puerta anterior a la nuestra,
toca en la frágil madera con los nudillos y nos da una última sonrisa antes de
que doblemos la esquina y la perdamos de vista.
Nos detenemos frente a nuestra puerta y observo las letras talladas en la placa gastada, mientras Mitchie rebusca frenéticamente en sus bolsillos hasta encontrar la llave. La saca del bolsillo trasero de sus pantalones, y me la muestra, orgullosa. Me la tira al pecho, la atrapo al vuelo, y la introduzco en la cerradura. Los ojos de Mitchie vuelan hacia las nuevas letras talladas rústicamente en la puerta. Alza una ceja, y parece comprender. Dibuja el contorno de las letras con un dedo.
—¿Es...?—
pregunta ella, dudosa.
—Sí—
respondo firmemente. No añado nada más, y sé que lo entiende.
Mitchie
las observa unos instantes sin decir palabra.
—¿Para
esto te quedaste antes?— pregunta, con el rostro lo más neutro posible, mientras
se muerde el labio y acaricia el rayo rodeado por un círculo que muestra su
collar. El collar que le dimos.
Yo
asiento con la cabeza, termino de dar la vuelta a la llave en la cerradura, y
la puerta se abre con un chasquido.
Las
luces de dentro están apagadas, y todo está tal y como estaba antes de irnos.
Mitchie se pone de puntillas para alcanzar el interruptor de la luz. Lo acciona
y las luces tenues aportan un poco de claridad a la habitación.
Kassandra
todavía no ha llegado. Seguro que está en la habitación de sus amigos nuevos.
Bueno, si de mí depende, puede quedarse allí todo el tiempo que quiera.
Una
sonrisa malvada aparece en el rostro de Mitchie, y sin preguntar nada, sé que
se le ha ocurrido algo.
Toma
la llave de mi cama, y se encamina a la puerta, pero antes de hacer nada me
mira como pidiendo mi consentimiento. Entonces adivino que es lo que va a
hacer.
Sonrío
y asiento.
Ella
sigue sonriendo cuando mete la llave en la cerradura y le da dos vueltas. Luego
la quita y me la vuelve a dar.
—Kass
te va a matar— comento, sonriendo.
Mitchie
se encoje de hombros, indiferente.
—Que
lo intente— responde ella.
Nos
cambiamos de ropa, y nos ponemos lo más formal que logramos encontrar. Aunque
la verdad, aquí no hay mucho para elegir. Me deshago la coleta y me cepillo el
pelo para que caiga suelto por la espalda, como siempre lo ha hecho. No hay
forma de que parezca arreglado. Suspiro, y obsrvo a mi amiga de reojo,
haciéndose un recogido precioso. Siempre he querido tener sus manos. Y su pelo.
Lo comparo con el mío. Una encrespada maraña de pelo ondulado y rebelde negro,
contra una preciosa cascada de suave pelo del color del chocolate.
Cuando
apenas quedan cinco minutos para que nos tengamos que marchar, llaman a la
puerta. Mitchie y yo intercambiamos miradas cómplices, y seguimos preparándonos
sin hacer ruido. Luego nos tumbamos en la cama.
Siguen
llamando a la puerta, más insistente e impacientemente.
Hacemos
sufrir a Kassandra dos largos minutos más, hasta que da la hora de irse.
Entonces Mitchie se acerca al baño, y abre y cierra la puerta de un portazo.
Cogemos las llaves y abrimos.
Kass
está sentada en la pared de enfrenten en el pasillo, con las piernas extendidas
por delante. En su rostro se refleja una expresión de ira al vernos, pero el
gesto cambia por una sonrisa algo molesta en cuanto dirigimos la vista a ella.
Creo que piensa que no hemos visto su cara.
Kass
se levanta de un salto, y pone un pie en la puerta para evitar que se cierre.
Luego se da la vuelta y nos mira.
—Pensé
que no estabais dentro— dice, con voz calmada— He estado llamando, y no me ha
contestado nadie.
Mitchie
y yo intercambiamos miradas de fingida curiosidad.
—Estábamos
en el baño.
—¿Las
dos juntas?
—Por
supuesto que sí. En realidad nos gustamos. ¿A que sí, Leia?
—Pensaba
que era un secreto— digo, siguiéndole el juego y haciendo un gesto de fingida
sorpresa con la mano. Ella suelta una risita.
—Y de
todas formas, solo estábamos cambiándonos— dice Mitchie, parpadeando
inocentemente— No te hemos oído, ¿Verdad que no, Leia?
Yo niego
con la cabeza.
—No,
no te hemos oído— respondo yo, con las manos en la espalda— Será por el ruido
que hace el agua del grifo.
Kass
nos examina de arriba a abajo.
—Pues
yo no os veo mojadas— dice, alzando una ceja.
Me río
por dentro.
—Hombre,
claro que no— dice Mitchie— Eso es porque nos hemos secado. Por cierto, supongo
que te tendrás que cambiar, y duchar, o algo, y quedan unos minutos para la
hora de Marcus.
Kass
mira alarmada su reloj.
—¡Mierda!—
dice— ¡Es verdad!
Con
esas palabras le quita de las manos a Mitchie las llaves, que había estado
sosteniéndolas frente a mi cara para que las cogiera yo y me aparta de un
empujón. Mitchie la observa entrar a la habitación.
Kassandra
cierra la puerta de un portazo.
Mitchie
y yo sonreímos, saboreando la expresión en el rostro de Kass. No tiene precio.
Mitchie
me coge del brazo y echamos a andar hacia la sala de reuniones, hablando sin
parar. Acaricio con dos dedos mi collar en forma de estrella de cinco puntas y
pienso que a Chloe le habría gustado la broma.
Esta
vez tardamos poco tiempo en encontrar la sala de reuniones. Uno, porque ya
hemos estado allí, y dos, porque Mitchie me ha hecho repasar concienzudamente
el mapa antes de salir.
Andamos
a paso ligero, casi corremos, puesto que nos estamos quedando sin tiempo. Si
nosotras estamos llegando por los pelos, me imagino como llegará Kassandra.
Recorremos largos corredores pobremente iluminados, y bajamos varios pisos
antes de tomar el pasillo que nos dirigirá a la sala de reuniones.
El
aire se torna húmedo conforme bajamos, y cuando llegamos al último piso, es
difícil respirar.
En la
esquina antes de llegar a la sala nos espera Kalie, sus ojos azules pareciendo
casi transparentes por la tenue iluminación. Se le ilumina la cara al vernos, y
corre a nuestro encuentro como una niña pequeña. Es demasiado inocente.
Llega
hasta nosotras, sonriendo como de costumbre, y se retira un mechón de flequillo
rubio de la cara con una mano, impacientemente.
—¿Dónde
estabais?— pregunta, soltando todo el aire— Ha llegado casi todo el mundo.
Faltáis vosotras, Kassandra y otro chico.
Kalie
mira las escaleras, por donde baja corriendo un muchacho de cabello oscuro y
ojos verdes, y pasa a nuestro lado como una exhalación, dejándonos atrás en
seguida, y perdiéndose dentro de la sala, donde reina un gran jaleo.
Kalie
se vuelve de nuevo hacia nosotras.
—Pues
ahora solo vosotras y Kassandra— dice, suspirando— ¿La habéis visto? Bueno, da
igual, será mejor que entremos ya.
Mitchie
y yo nos lanzamos una mirada cómplice, y decidimos sin intercambiar ni una sola
palabra contarle donde estaba Kass y porque, a Kalie, que nos espera impaciente
dando golpes con el pie en el suelo. Nosotras echamos a andar detrás de ella, y
enseguida la alcanzamos.
La
sala esta tal y como yo la recordaba. Techo alto, habitación alumbrada
pobremente, parece ser que aquí la iluminación no es su punto fuerte, y suelo
irregular de piedra, al igual que las paredes.
Nos
deslizamos contra el suelo de una de las paredes, procuro no elegir en la que
me pareció que Mitchie iba a dejarme sola, como Chloe, y nos sentamos en un
círculo, con las piernas cruzadas.
—¿No
le íbamos a decir algo a Kalie, Leia? — pregunta Mitchie, alzando una ceja.
Kalie
da un bote, sobresaltada. Seguramente piensa que ya nos hemos hartado de ella, o
algo así. La gente como ella, es muy predecible.
—Eehh...
—digo, recordando— ¡Ah, sí!
Mitchie
sonríe de medio lado, lo que solo sirve para que Kalie tense los hombros. Hay
que admitir que la sonrisa de Mitchie tiene una pinta extraña, promete
problemas. Pero no son para Kalie.
Mi
amiga le cuenta toda la historia solo haciendo pausas para tomar aire,
gesticulando y riendo.
Cuando
terminamos, Kalie se tapa la boca con la mano.
—Oh,
moriría por poder haber visto su expresión— dice, sonriendo.
—Te lo
aseguro, fue tremenda— digo conteniendo la risa— Trató de ocultar su
"ligera" molestia, pero no le salió bien. Nos cerró la puerta de un
portazo en la cara.
Ella
se vuelve a reír.
—¿Y
qué os dijo?— pregunta Kalie, curiosa.
Mitchie
sonríe.
—La
verdad es que no dijo mucho, pero por su cara creo que le habría gustado
pegarnos. Quizá con un bate.
Las
tres nos reímos, y lo que quedaba de tensión en la espalda de Kalie, desaparece
por completo.
De
repente, Kassandra hace su aparición por la puerta, corriendo, vestida con un
pantalón de chándal y una camiseta ajustada, y el pelo cayendo por la espalda,
chorreando, empapándole la camiseta.
Mitchie
alza una ceja, y sigue con la mirada a Kass, quien ni siquiera nos mira, pasa a
nuestro lado corriendo, y se sienta al lado de las chicas de antes. Yo me
encojo de hombros.
—Mírala—
dice Mitchie— Ahí está.
Kalie
se da la vuelta y mira de reojo a Kassandra, que ya ha entablado conversación
con esas chicas. Esta chica no pierde el tiempo.
Estamos
un rato sentadas en la pared, sin hablar mucho. Hace tiempo que ha pasado la
hora en la que habíamos quedado, pero no hay rastro de Marcus ni de ningún
ángel. Quizá todo haya sido un truco para traernos hasta aquí.
Aquí
todo es posible.
Pasan
otros cinco minutos antes de que aparezca Marcus, que llega corriendo, sin
aliento.
Su
manía de llegar tarde a todos los sitios es desquiciante.
—¡Poneos
de pie!— exclama Marcus, de muy malos modos— ¿Qué hacéis ahí repantingados? ¿Os
parece eso una forma de conocer a vuestros superiores? Maldita sea vuestra
ignorancia.
Nosotras
nos ponemos de pie de un bote, y vemos que la mayoría de las personas de la
habitación hacen lo mismo. Kassandra, en cambio, se levanta despacio, sin
prisa, del suelo. Una expresión de ira se posa en el rostro de Marcus, y fija
la vista en Kass, que al ver la mirada amenazante de Marcus, termina de
levantarse rápidamente, con una expresión asustada. No es muy lista, pero
tampoco es tan tonta como para ponerse en el camino de Marcus. Bueno, pues eso
demuestra que es un poco más espabilada que yo. Todavía recuerdo la mirada
penetrante y furiosa de Marcus en el comedor.
Marcus
nos hace colocarnos en dos filas, los más bajitos delante, y los más altos
atrás. Al final acabo en un lateral de la fila de delante, con Kalie a un lado
y otro chico que no conozco al otro.
Cuando
nuestro instructor se ha asegurado de que ya no puede hacer más, da un toque a
uno de los guardias que bloquean la puerta para que la abra. Los guardias no se
hacen rogar ni un segundo, lo que parece animar un poco el estado de ánimo de
Marcus.
Pienso,
y no es probable que esté equivocada, que Marcus ama darnos órdenes. ¿Se siente
importante? ¿Quizá respetado? Pues lo único que está consiguiendo es que todos
los Aspirantes lo odiemos a más no poder. Bueno, por lo menos, en mi caso,
aunque no creo que los demás piensen de forma diferente. Me inclino un poco
hacia delante, y veo las caras de todos los Aspirantes. Hay de todo, desde
rostros neutros, pasando por cautelosos, hasta aterrados. Marcus se da la
vuelta, desviando la atención de los guardias, y me mira.
—Tú—
dice, de malos modos— Échate para atrás, ¿qué estas mirando?— pregunta,
mirándome directamente. Obedezco, molesta con él y conmigo misma, por ser tan
susceptible a las órdenes.
El
guardia termina de abrir la puerta, y esta se abre con un chasquido.
En el
umbral solo hay una persona, con un aspecto totalmente normal. Bueno quizá un
poco más alto que una persona normal, y bastante más fuerte. ¿Y ya está? ¿Eso
es un ángel? ¿No se suponía que debería tener... no sé, alas?
El
hombre se aparta de la puerta, y al instante empieza a entrar más personas.
Todas andan con paso uniforme, vestidas de forma diferente cada una.
Cuento
diez personas, todos hombres.
¿Y eso
porque? ¿No creen que las mujeres seamos capaces de proteger a un humano?
¿Creen acaso que las mujeres son más débiles que los hombres? Porque eso no
tiene ni pizca de verdad. Las mujeres podemos ser tan fuertes o más que los
hombres. Eso es discriminación.
Ningún
hombre me llama la atención. ¿Esos son ángeles? Toda la vida entrenando para
finalmente ser Asignada a uno de ellos… No sé, me esperaba algo más...
espectacular. Es decir, son ángeles.
Todos
ellos son altos, su tez es muy pálida, y no parecen ser muy diferentes a
cualquiera de nosotros. Quizá más altos que nosotros. Sí, definitivamente sí.
Mi
mirada se pasea por todos ellos.
Veo
unos ojos marrones, otros, color caramelo, pero no me quedo mirando a nadie.
Ellos tampoco me prestan atención a nosotros. Oigo susurros a mi alrededor,
provenientes de mis compañeros curiosos.
Sigo
mirando distraídamente a todos los ángeles, que nos observan con los ojos
entrecerrados. Entonces, mi mirada se cruza con otra, y ya no se despega de
ahí. El portador de esos ojos azules me observa, pensativo. De, repente, me
encuentro atrapada en aquel contacto visual con aquel ángel, incapaz de
cortarlo.
Sacudo
la cabeza, y me deshago de su hipnótica mirada.
Cuando
vuelvo de nuevo la vista hacia el misterioso chico, él ya no me mira. Parece
absorto en otra cosa.
Le
observo mejor.
Mechones
de desordenado cabello rubio se le rizan a la altura de la nuca, y le dan un
aspecto casual, y a la vez arreglado. Si me lo hubiese cruzado en la calle
jamás habría pensado que él era un ángel. Tendrá dos años más que yo, calculo.
Su
rostro está cuidadosamente neutro, pero aún así, es guapísimo. Una ligera
sonrisa asoma en su rostro, y me sonrojo un tanto. Si él supiera lo que estaba
pensando...
¿Pero
que estoy diciendo?
Él es
un ángel guardián. Además, no me he pasado toda la vida evitando a los chicos
para que venga un estúpido ángel a fastidiarlo todo.
Aparto
la mirada, molesta.
No
puedo permitirme estropearlo todo. No ahora. Ni por él.
Marcus
me saca de mi violenta ensoñación.
—Bueno,
pues estos son ángeles guardianes que puede que algún día os ganéis— dice,
agitando una mano, como si todo eso fuera muy aburrido.
Marcus
empieza a nombrarlos, y los ángeles se van adelantando al oír su nombre.
"Nathaniel"
Un ángel se adelanta.
"Raphael"
Otro se une al primero
"Gabriel"
Otro ángel más da un paso para adelante.
"Castiel"
Es él.
El ángel.
Este
da un paso hacia delante, firme, y se sitúa al lado de sus compañeros.
Mitchie
me da un empujón cariñoso en el hombro, me vuelvo, y ella me sonríe
pícaramente. Creo que me ha visto observarle.
De
todas formas, ¿sólo diez? ¿Sólo diez ángeles para dieciocho Iniciados? Marcus
parece leer mi mirada.
—Estaréis
viendo— comienza Marcus, regodeándose en nuestra propia cara— Que ellos son
solo diez. ¿Sabéis que significa eso?— pregunta, con una terrorífica sonrisa—
¿Queréis que os lo diga?
¿Se
cree qué somos estúpidos? Bueno, teniendo cuenta la expresión del chico que
tengo al lado, probablemente sí.
—Pues
significa—continua él— Que es probable que la mitad, si no más, de los que
estáis aquí, moriréis antes de que se cumplan las dos semanas.
Se
hace el silencio total en la sala.
El
ángel alza una ceja, y sonríe de medio lado, divertido. Es evidente que no toma
en serio a Marcus. Bueno, si yo fuera él, probablemente tampoco lo haría.
Pasamos
como una hora y media escuchando el aburrido discurso de Marcus, sobre que si
somos muy afortunados de contar con esta oportunidad, y cosas así. Oh, muy
afortunados. Afortunados, o más bien obligados, por presentarse al Periodo de
Prueba, donde es muy probable que acabemos en un ataúd antes de que acabe la
semana. Oh, sí, súper afortunados.
Poco
tiempo después, Marcus pide una demostración a los ángeles, y ellos se encogen
de hombros.
¿Una
demostración de qué?
Los
ángeles se alinean en dos filas, paralelas a nosotros.
Después,
uno a uno, van alzando lentamente la cabeza.
Y
entonces lo veo.
Una
fina sombra del color de las nubes en verano, parece desprendérseles de la
espalda. Sus alas.
Ellos
extienden sus grandes alas, impecablemente blancas, mientras nosotros
observamos, hipnotizados. Me gustaría pasar las manos por esas suaves alas
parecidas al algodón. Pero algo me dice que no sería buena idea. Le observo; él
está con los ojos cerrados y una suave sonrisa en sus labios.
Es
simplemente hermoso.
Pero
antes de que me dé cuenta, todo ha acabado. Ellos vuelven a ocultar sus alas, y
empiezan a salir por la puerta.
Él se
vuelve antes de salir y le observo por última vez. Después se marchan, sin
dejar rastro tras de sí, como si nunca hubiesen estado aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario