Hemos cambiado el
texto correspondiente al primer capítulo. Nosotros contábamos con una primera edición que nos pasó la autora antes de publicarlo, un borrador
(como los autores de verdad).
A nosotros ya nos encantaba la versión del borrador pero Sonia ha corregido unas cuantas cosas para que todo estuviera perfecto. Por eso, os volvemos a poner el primer artículo, pero esta vez en la edición final.
Perdón por el error. A final de semana os pondremos el capitulo 2.
Lo prometido es deuda, y aunque nos haya
costado un poco más de lo que os habíamos dicho….por fin os presentamos el
primer capítulo del libro de Sonia Pozo.
Ya sabéis que Sonia, alumna de ESO del Colegio Salesianos Los Boscos ha escrito su primera novela. El texto actualmente está como finalista en el concurso de “Los Premios Watty” en el que os pedimos vuestra colaboración para votar semanalmente. VER ARTÏCULOEXPLICATIVO DE CÓMO VOTAR
En la misma página de los libros podéis leer el libro entero, pero como estamos tan contentos de contar con una escritora entre nuestras aulas, hemos pensado compartir el libro con vosotros poco a poco. (La autora nos da su permiso)
CAPÍTULO 1
Hoy es el día.
Hoy es el día en el que comienza mi Periodo de Prueba.
Llevo preparándome para esto desde que era una niña. Desde
que mis padres murieron en el incendio y fui rescatada por ellos. Por los
ángeles.
Esta mañana, todos los Asignados nos han deseado suerte. No
los volveremos a ver hasta dentro de dos semanas, o quizá no los volvamos a ver
más. Nunca han sobrevivido todos los Aspirantes al Periodo de Prueba.
Una de mis mejores amigas pasó su Periodo de Prueba el año
pasado. Como premio por ello, Beth recibió un ángel guardián, encargado de
protegerla frente al cruel Exterior. Pero aún así, todavía hay noches en las
que se despierta de madrugada, atormentada por terribles pesadillas. Durante
esas noches, ninguna de nosotras duerme. Solíamos quedarnos despiertas junto a
ella, y pasábamos las horas hablando, hasta el amanecer.
Del grupo que entró el año pasado solo sobrevivieron cinco,
contándole a ella. Bethany sufrió mucho. A los ángeles les da igual si
sobrevive uno más o uno menos, o en qué condiciones. Teniendo todo esto en
cuenta, estoy aterrada.
Estamos colocados en una larga fila horizontal. A mi
derecha, una chica de cabello color miel, quizá uno o dos años mayor que yo, se
agarra las manos con fuerza. A mi izquierda, un chico que rondará también mis
dieciséis años, mira obstinadamente al frente, con el ceño fruncido.
Anualmente, da comienzo el Periodo de Prueba. Un pequeño
grupo de nosotros es elegido para participar. No importa la edad, el sexo, la
altura, o el peso. Tampoco si eres rubio, moreno o pelirrojo. Cuando el
encargado de prepararte considera que eres lo suficientemente fuerte como para
superarlo, tu nombre es citado en la lista.
Y una vez dentro, no hay vuelta atrás.
A tan sólo unas horas para que se hiciese pública la lista
de este año, la entrenadora de la zona E, —la nuestra— vino hasta donde
Ainhoa, Mitchie y yo nos preparábamos para otra jornada de entrenamiento, y me
llevó aparte. Bethany había dejado de entrenar con nosotras
cuando fue Asignada a un ángel, y pocas veces se nos unía.
Recuerdo ver cada músculo de su espalda tensarse, y haber arqueado las cejas. Maia puso
una mano sobre mi hombro, y yo alcé la mirada para mirarle a los ojos, un par de decímetros por
encima de mi cabeza.
—Leia, escúchame bien.— dijo, y diminutas arrugas se formaron
entre sus cejas.—Tengo que dar los nombres de la lista antes de esta noche.
La miré confusa. No entendí por qué me estaba diciendo eso
en ese momento. Ella continuó, implacablemente.
—Había pensado en ti.— soltó, yendo al
grano.
Entonces comprendí. La boca se me secó. Ni se me había
pasado por la cabeza semejante posibilidad. Tenía dieciséis años, por Dios. Es
cierto que no había censo de edad, pero los Aspirantes solían rondar los
dieciocho años. Aunque siempre había excepciones. Como Chloe. Como yo.
—Pero he preferido consultarlo contigo antes de firmar nada. Podríamos
dejarlo para el próximo año…
Me rasqué la barbilla en un gesto dubitativo.
—¿Me ves capaz de conseguirlo?— inquirí, y era una duda sincera.
Quería saber si merecía la pena intentarlo.
—¿Me ves realmente preparada?
—¿Te ves tú preparada?— contestó Maia. Odiaba
cuando la gente hacía eso. No puedes contestar a una pregunta con otra
pregunta. Se pasó un mechón de pelo rebelde por detrás de la oreja. Solo hacía
eso cuando estaba indecisa.
Sopesé mis
posibilidades.
Sabía que antes o después debía someterme al Periodo de
Prueba: era uno de los requisitos del Refugio. Si elegía afrontarlo este año,
no tendría que preocuparme por él nunca más, tanto si lo lograba, como si
fallaba en el intento. En cambio, si elegía el año siguiente, los nervios me
afectarían poco a poco; podía prever eso. Si esperaba al año siguiente,
contaría con una mayor preparación, y una menor posibilidad de fallar.
Con miles de pros y contras rondando
mi cabeza, contesté con la inseguridad coloreando mi voz.
—Quiero hacerlo este año.
Ella me miró ladeando la cabeza.
—¿Estás segura?— preguntó, dejando
de lado su habitual tono arisco y adoptando uno más humano.— Una vez tomada la decisión, no habrá
vuelta atrás.
Asentí con la
cabeza. Todo eso no era nuevo para mí. Temía que si me detenía a pensarlo más
detenidamente, acabaría echándome atrás.
—Estoy segura.— contuve el aire— Da mi nombre.
Maia suspiró.
—Que sea lo que Dios quiera.
Pocas horas después, anunciaron la lista. Ellos trajeron un
miembro del cielo para conmemorar la ocasión. Un ángel mensajero.
Esa ocasión, fue la segunda en la que vi a un ángel de verdad.
Nos reunieron a todos en la sala de los anuncios, y nos
hicieron sentarnos las butacas, con el ángel situado en el centro de nosotros,
sobre el estrado.
Arcael, —dijeron que se llamaba— no se demoró demasiado.
Su voz clara y aterciopelada recitó cada nombre dos veces
antes de desaparecer de la misma forma en la que había venido.
—Lyla Daor.
La mencionada se levantó a petición del ángel y se colocó
tras él.
—Thomas Larquiel.
Un muchacho fornido siguió a la anterior muchacha.
—Mitchie Windsound.
Lo primero que pasó por mi cabeza cuando oí el nombre de mi
amiga fue que había sido un error. Ella se levantó con cierto aire culpable y
la cabeza gacha, y se colocó en la progresiva fila.
Mientras más nombres eran pronunciados, y sus respectivos
poseedores se colocaban tras el ángel, mi amiga me hacía señas con las manos,
gestos de disculpa.
Era demasiado serio. Ella tenía que habérnoslo contado.
—Daniel Sweot.
Mitchie bajó la vista hasta sus manos, y busqué con la
mirada a Ainhoa, situada detrás de mí. Ella intercambió conmigo una expresión
de tristeza y me apretó la mano.
—Leia Sunshine.
Mis amigas sí sabían que yo había aceptado el reto. Ellas me
miraron esbozando una sonrisa de ánimo, antes de que me colocase junto a
Mitchie.
El ángel acabó de recitar la lista, y nosotros nos quedamos
de pie, mientras los demás aplaudían. Es algo reglamentario. Todos sabemos lo
que conlleva la responsabilidad del Periodo de Prueba.
Dos días después, la larga fila de Aspirantes esperaba para
atravesar la alta puerta de madera de roble que nos separaría del resto del
recinto durante dos largas semanas. Ainhoa me apretó con fuerza la mano, y me
dio un largo abrazo. Esbozó una sonrisa triste, sabiendo que aquella podría ser
la última vez que hablásemos, que nos viésemos. Sacudí la cabeza. No podía
permitirme pensar así.
Ainhoa acarició mi collar con dedos suaves, sonrió por
última vez, y se marchó a despedirse de Mitchie, que esperaba unos cuantos
lugares por detrás de mí.
Beth se acercó a donde yo esperaba, mordiéndome las uñas. A
diferencia de la de Ainhoa, su sonrisa era tranquilizadora, alegre. Sus ojos
brillaban y supe que estaba conteniendo las ganas de llorar.
Se lanzó a mi cuello sin previo aviso, y me abrazó con
fuerza. Noté algo húmedo bajar por mi cuello, y supe que sus intentos por
contener las lágrimas habían fallado. Se apartó de mí, secándose los ojos. Ella
más que nadie sabía a que nos enfrentamos. Yo sonreí, algo que la ayudó a
recuperar la compostura.
—¿Un último consejo?— pregunté, esperanzada.
—Sé más lista que ellos.— dijo Bethany con
voz temblorosa— Da lo máximo. Sé
que puedes hacerlo. Vas a lograr superarlo. Confía en mí.
En ese momento una alarma estridente comenzó a sonar, y las
puertas se abrieron. Bethany me dio un último abrazo y se alejó de la fila,
despidiéndome con la mano.
Antes de que las puertas nos encierren definitivamente, veo
a mis dos amigas abrazarse.
Y estamos dentro.
Inspiro profundamente.
El encargado de dar comienzo al Periodo de Prueba atraviesa
la entrada con pasos fuertes y seguros. Su cabello deja entrever que un día fue
negro como el carbón, y ahora luce de un color más claro, vetado con ligeros
trazos de gris. Va vestido con lo que parece un traje. Se coloca en mitad de la
sala y nos mira a todos con ojos brillantes de cruel diversión.
Empieza a caminar a lo largo de la fila, observándonos uno a
uno con una expresión neutra, pero no oculta por completo la malicia de sus
ojos. Cuando termina vuelve al centro de la habitación.
—Estáis aquí— comienza con voz áspera— Para someteros al
Periodo de Prueba. No todos lo pasareis. Los que sobrevivan serán asignados a
un ángel guardián. Él tendrá el deber de protegeros con su vida. Compartiréis
vuestros poderes. Seréis como una sola persona. —a mi lado, el muchacho se
inclina ligeramente hacia delante, ansioso. Noto como muchos más hacen el mismo
gesto— El ángel guardián os preparará para la gran guerra que se avecina— en
ese momento, el seleccionador se gira y vemos una larga cicatriz que le
atraviesa desde el párpado hasta llegar al pómulo. Le hace parecer más
intimidante— Yo soy Marcus, y supervisaré parte de vuestro entrenamiento.
Normalmente todos nos habríamos puesto a hablar sobre
las palabras del seleccionador, pero estamos en el Periodo de Prueba. Aquí, un
paso en falso significa la muerte.
Un Asignado le da a Marcus la lista con nuestros
nombres. En uno de esos casilleros está escrito mi nombre con sumo cuidado.
Marcus coge la lista y se pasea tranquilamente por la sala,
ojeando el trozo de papel hasta que se para y dice:
—Bueno, basta de perder el tiempo. Comencemos.
Me tiemblan las rodillas. Me estoy mordiendo las uñas como
una loca, cosa que normalmente odio hacer.
—Michael Well.
Un muchacho de cabello rubio pálido y ojos color avellana se
separa del grupo y comienza a andar a paso ligero hacia la puerta de piedra que
tenemos enfrente de nosotros. Cuando la cruza desaparece de nuestra vista.
—Ellie Darksky.
La que debe ser Ellie esta tan nerviosa o más que yo. Camina
tensamente hasta el centro de la habitación, donde tropieza y cae. Se oyen unas
crueles risitas que son sofocadas rápidamente. Entonces ocurre. Me llaman.
—Leia Sunshine.
El nombre resuena como eco en las altas paredes de piedra de
la sala. Oigo mi nombre como desde muy lejos. Siento las piernas de
gelatina, y me sudan las manos. Me las seco disimuladamente en los vaqueros.
Intento avanzar con paso firme, pero creo que no me sale muy bien. Llego hasta
la puerta, y me detengo para mirar la fila que tengo detrás. Acaban de llamar a
otra chica, que ya está viniendo. Me marcho rápidamente.
Al final del pasillo hay algo semejante a una recepción. La
mujer que está detrás de la mesa, alza la vista y pregunta:
—¿Leia?
Yo asiento. Ella me hace un gesto para que la siga, se
levanta y me guía a través de una galería. Cuando nos vamos, veo a otra mujer
vestida de forma similar a la que camina delante de mí, sustituirla y esperar a
la siguiente chica. Esta aparece con una expresión asustada en el rostro, pero
se nota que intenta ocultarlo. Cruzamos miradas antes de que la puerta
corredera de cristal que me rodea nos tape la vista.
Recorremos un estrecho pasillo, y sigo a la mujer hasta que
entra en una habitación a un lado del corredor. Esta tiene el número quince
grabado sobre una pequeña placa de cristal transparente. A lo largo de la
interminable galería hay infinidad de puertas que deben de desembocar en
habitaciones similares a la que acabo de entrar yo.
Vuelvo la cabeza hasta donde la mujer del buzo azul
industrial toquetea una máquina llena de cables y botones en una esquina.
Me señala una de las sillas que hay colocadas en mitad de la sala.
Camino mirándola fijamente, intentando ver lo que está
haciendo. En cuanto me siento, ella me ata una correa a la cintura y sujeta mis
manos a los reposabrazos. Vale, si cree que voy a escapar, tenemos un problema.
La mujer sale de la habitación y me quedo sola. Ahora puedo
observar mejor donde me encuentro. Es muy diferente al resto de salas en las
que he estado del Refugio. Las habitaciones allí están hechas mayoritariamente
de piedra muy antigua. Esta, sin embargo, es una sala cuadrada, con impecables
paredes blancas, y una gruesa puerta de metal por la que hemos entrado,
enfrente de mí. No se ven cerraduras a primera vista, ni salidas de ningún
tipo, excepto esa puerta. Estoy atrapada.
Giro la cabeza hacia atrás. A ambos lados de mí, formando un
triángulo a mi espalda, cabecero con cabecero, hay otras dos sillas más,
idénticas a la mía. ¿Para qué se molestan en traer más mobiliario para una sola
persona? Que estupidez.
El chasquido metálico de la puerta al abrirse me saca de mi
error. Un chico alto, pecoso, y tembloroso irrumpe en la habitación, seguido de
otra mujer de traje idéntico al que portaba la señora que me ha acompañado a
mí. Ésta lleva además un ajustado gorro de material desechable azul cubriéndole
la cabeza. Le da un aspecto extraño, como si fuera una enfermera ayudante en
una complicada operación. Ayuda a acomodarse al chico en la silla de mi
derecha, abrocha las correas de cuero del asiento y se acerca a uno de los tres
monitores que hay en la pequeña sala.
Solo unos segundos después, otra chica más entra seguida de
su vigilante. Es la muchacha que ha mirado como me marchaba por el pasillo hace
solo un par de minutos. Ambas nos saludamos con un movimiento de cabeza.
Las delgadas pero prietas sujeciones que mantienen mis manos
quietas se hunden poco a poco en la piel, y no permiten moverlas ni un solo
milímetro. Tienen todo esto bien preparado.
La chica se sitúa en la silla a mi izquierda
voluntariamente, sin mirar de nuevo a la mujer que la observa perspicaz.
Estando sumida en mis pensamientos, la mujer que se ocupa de
mí vuelve portando una cajita de metal.
—¿Para qué es eso?—pregunto, olvidando que no estoy sola. No
me importa que los otros piensen que soy una cobarde.
Silencio.
—¿Qué vas a hacerme?— vuelvo a intentar.
Nada. La mujer no me ha dirigido palabra desde que he
entrado en la recepción. Vuelve a su anterior puesto de control y sigue
toqueteando cables. Me pregunto para qué servirán.
Cierro los ojos.
Entonces un sonido de pasos que se dirigen hacia mí me hacen
abrirlos de nuevo. La mujer se vuelve, y se acerca a mi silla. Me coloca la
mano sobre en el estómago, y susurra algo a mi oído, mientras finge estar
recolocando las correas de mi cintura.
—Es una prueba— dice con un tono de voz irracionalmente humano.
Es extraño. Por su ausencia de palabras y sus movimientos robóticos, resulta
chocante que hable con un tono de voz tan normal.
Yo asiento.
—Esta prueba— continúa ella— Sirve para determinar tu
capacidad de resistencia psicológica y nos enseña de que estás hecha— ella
aparta la mirada rápida y evasivamente, lo que no me hace esperar nada bueno.
Se vuelve a levantar del suelo donde se había sentado, y se
aleja de mi lado. Noto que echa una mirada a las otras mujeres, y suspira al
ver que las dos están absortas en su trabajo con los otros Aspirantes, de los
que ya han empezado a ocuparse.
Reflexiono sobre sus palabras. Antes de que me dé cuenta,
ella está de vuelta conmigo. Lleva dos finos cables conectados a agujas
intravenosas, que me introduce en las muñecas sin que me dé tiempo a decir
palabra. Siento un dolor agudo.
Me sacudo en mi asiento.
—No te muevas.— dice, y esta vez, su tono es duro.
Ella saca otra jeringa del bolsillo de su mono y me lo
inyecta en el hombro.
Algo desagradable empieza a colorear mis venas, resultado de
la sustancia que ahora corre por mis venas.
Por los tubos diminutos conectados a mis muñecas veo
circular desde la máquina a la que están conectados, acercándose a mí, un
líquido de un color azul… como el anticongelante. Me agito en mi asiento.
—¡No te muevas!— repite de nuevo, y me obliga a
reclinarme de nuevo contra la silla.
El líquido se introduce en mis venas, y el anterior dolor
aumenta. Aumenta hasta ser abrasador.
Pero no voy a dejar que el Periodo de Prueba se lleve mi cuerpo
el primer día. Aguantaré lo que sea. Pasaré mi Periodo de Prueba y tendré un
ángel guardián. Pienso hacerlo.
Aprieto los puños y alzo la cabeza. La mujer me mira
impasible desde una pared de la habitación. Por un momento me parece ver pasar
por sus ojos algo parecido a… ¿Tristeza?
Debo haberlo imaginado. La mujer tiene el rostro tan
inexpresivo como siempre.
En ese momento dejo de sentir mariposas en el estómago y me
olvido de los dos muchachos situados a menos de dos metros de mí.
No puedo más. El dolor abrasa en mi interior. Siento que me
estoy derritiendo. No sé que me habrán hecho, pero me está matando. Lo siento
dentro de mí.
Oigo un grito agudo, un grito de chica, muy cerca de mí.
Por el rabillo del ojo veo que el chico a mi derecha se
mueve de una forma extraña... Exhalando bruscamente, su pecho se alza y
desciende. Puede que no sepa mucho sobre él, pero sé que lo está pasando peor
que yo.
De repente, el monitor del ordenador del muchacho se ilumina
con una luz roja. Vuelvo a mirar hacia atrás, hacia el muchacho que ya no se
mueve en su silla de dentista.
Siento como mis ojos se abren desmesuradamente. Miro
suplicante a la mujer encargada de mí, que se retuerce un rizo oscuro
nerviosamente, mirando el monitor de la pantalla.
Lo vuelvo a intentar.
—A...yu…da— consigo gemir— No…pue…do…
Mi cabeza deja de resistirse. Mi visión se vuelve borrosa, y
aparecen puntos negros en los bordes. El dolor es insoportable.
Entonces, cuando creo que definitivamente me voy al otro
barrio, el monitor de mi pantalla empieza a brillar y pitar ruidosamente. La
mujer suspira aliviada cerrando los ojos, y se lleva una mano al pecho.
“Hey” me gustaría poder decirle “Sigo aquí. Y me estoy
muriendo”
La mujer parece acordarse de mí de repente, y
apresuradamente teclea algo en el teclado. El cegador dolor disminuye un poco,
y veo salir por los tubos de nuevo, el líquido azul mezclado con fluido color
escarlata. Sangre.
Cuando se ha asegurado de que ha salido todo, me saca con
cuidado las agujas, y las limpia con una toallita desinfectante. Luego las
vuelve a meter a la caja de metal.
Cierro los ojos.
—¿Ya… está?— digo haciendo un esfuerzo. Hasta hablar me
cuesta toda una vida.
No esperaba que la mujer contestase a mi pregunta, pero
tenía que intentarlo.
Me sorprende su reacción. Se sobresalta un tanto, y mira a
ambos lados, como intentando ver algo fuera de la habitación. Me doy cuenta de
que la habitación debe estar vigilada desde algún otro lugar, y que
probablemente no le esté permitido hablar conmigo.
Entonces se acerca a mi cama y me suelta las correas de
cuero. Me masajeo las muñecas doloridas, y bajo la mirada hacia ellas. Un fino
anillo de piel en carne viva me recorre ambas manos como un brazalete. Pero no
importa. Ahora soy libre. Podría salir corriendo y nadie me cogería.
Ah, espera, no puedo. Sigo encerrada en esta maldita cámara.
—Has acabado la prueba mental— dice sobresaltándome.
Miro de reojo el monitor, que aún sigue brillando
furiosamente, pero, este, de color verde brillante, con un montón de números
confusos, y tablas indescifrables para mi ojo inexperto arremolinándose en la
pantalla.
La mujer me agarra la mano, trayéndome de nuevo a la
realidad. Me ayuda a levantarme, y caminamos hasta la puerta cerrada. Posa su
palma desnuda en una baldosa de la pared. Esta brilla un instante, y la mujer
aparta su mano del panel.
La puerta se abre.
Miro hacia atrás las cuatro personas que aún quedan en la
habitación. El cuerpo inmóvil del chico. La chica de los puños apretados y
respiración entrecortada, que suelta en ese momento un gemido, y las mujeres
encargadas de la chica y de mí. La otra señora ha desaparecido.
Antes de que la mujer se separe de nuevo de mí, le agarro la
muñeca.
—Espera, ¿Cómo te llamas?
Ella suspira antes de que las puertas se cierren por
completo. Todavía oigo decir suavemente:
—Mer.
Ya no se oye más. Silencio. Me vuelvo y veo el pasillo que
hemos recorrido para llegar aquí. Me levanto del suelo y exhalo.
Echo a andar hacia la puerta por la que he entrado, al fondo
del pasillo.
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