Esta semana os traemos el
segundo capítulo del libro de Sonia Pozo “Ángel Guardián” ¿Qué os parece? ¿Os
está gustando??
Os recuerdo que mañana es el último día para votar en el concurso al que se ha presentado con su primera novela. ¡Todos a votar! ¡Ánimo!
Sin darme cuenta, me
encuentro reflexionando. ¿Por qué Mer no podría hablar conmigo? Los Aspirantes
nunca hemos sido problemáticos. Al menos, no demasiado.
Veo mi reflejo
distorsionado en las paredes de cristal. Me sorprende encontrar notables ojeras
que no había observado tener antes. El pelo negro ondulado y siempre
encrespado, a pesar de los constantes cepillados. Ojos con iris indistinguibles
de las pupilas, como túneles nocturnos. Sobre la superficie de cristal mi piel
tiene un aspecto aún más desvaído que de costumbre, fruto de la escasez de sol
durante varios años. Apenas unas horas a la semana es permitido en el
reglamento.
No soy muy alta, pero en el
Refugio ha sido demostrado que eso no importa. En una pelea suelo tener mayor
velocidad que la mayoría de mis rivales, lo que a veces puede marcar la
diferencia entre la victoria y la derrota.
Nunca me ha gustado coger
cariño a las cosas, sobre todo después del accidente de mis padres. Me cuesta
confiar en la gente, pero aquí he encontrado amigas en las que sí puedo
confiar. Ellas son especiales para mí. Son lo único que me queda. Y ahora quizá
no las vuelva a ver. Solo una de mis tres amigas está aquí, conmigo,
posiblemente en otra sala idéntica a la que he estado hace solo unos pocos
minutos. Mis únicos parientes vivos eran mis padres y mi hermano pequeño, pero
murieron todos en el incendio. No sé como logré sobrevivir. Debería estar
muerta, con ellos. Si hubiera estado muerta, no estaría aquí. Quizá sería mejor
que estuviese muerta.
Llego a la puerta que me
separa del resto del mundo. Vuelvo la mirada atrás, hacia las decenas de
puertas idénticas que llenan el estrecho pasillo. De vez en cuando oigo pasos
procedentes de las habitaciones a los lados, un grito, un gemido. No soy la
única que lo ha pasado mal ahí dentro. Tampoco creo que sea la primera en salir
de ahí, pero tampoco la última.
Sacudo la cabeza
bruscamente, como para deshacerme de esas ideas, y atravieso la puerta
rápidamente. Me gustaría enterrar en lo más profundo de mí lo que ha pasado allí
dentro, enterrarlo como si fuera un recuerdo olvidado, un mal sueño.
Pensaba que volvería a la
misma sala de partida de antes, la habitación por la que he entrado está
mañana, dispuesta a pasar dos semanas, —difíciles y duras, eso no puede
cambiarse por ningún medio— y a sobrevivir a ellas como sea posible. Pero
esta parte del recinto no es así. Estoy en una sala más normal que las
anteriores en las que he estado. Paredes altas y suelo de piedra antigua. Mucho
mejor.
En aquella amplia
habitación están sentados ya cinco chicos y siete chicas. En una esquina, junto
a una pequeña pizarra colgada en la pared, esta Marcus. Me da un lado de la
cara, y veo su marcada cicatriz, de un color algo más pálido que el resto de su
rostro. Es aún más horrible de cerca.
En la pizarra están
escritos veintitrés de nuestros nombres. Ignoro por qué faltan dos. Ahora tengo
algo más importante en lo que pensar.
Veo a mi única amiga de
este grupo de personas sola, sentada en un rincón, con las piernas
cruzadas, y las manos abrazándose a sí misma. Voy hacia ella y le toco
suavemente el hombro.
Ella se sobresalta y aparta
de un manotazo mi mano antes de ser capaz de reconocerme, antes de darse cuenta
de que soy yo.
—Mitchie— digo— ¿Qué ha
pasado? ¿Estás bien?
Ella se aparta las manos de
la cara y me mira. Tiene los ojos grises totalmente contraídos. Casi no se le
ve el negro de los ojos. Parece aterrorizada. ¿Mitchie? ¿Aterrorizada? Ella
siempre ha sido la más valiente de las cinco.
—Frío— susurra— Tengo…
frío.
La miro alarmada y le cojo
una mano, al tiempo que tomo su temperatura con el dorso de la mano. Está
congelada. Me quito la chaqueta y se la pongo. Ella tiene los ojos vidriosos, y
no responde. La piel de su cuerpo tiene un extraño color translúcido. Me pongo
de pie.
—¿Qué le habéis hecho?—
exijo saber a gritos a Marcus.
Él la mira sin cambiar la
expresión dura del rostro.
—Probablemente no le hayan
extraído correctamente todo el líquido de prueba— dice, observándola con
fingido interés.
—¿Se le pasará?— pregunto,
inquieta.
Marcus abre la boca para
contestar, pero de repente ladea la cabeza y se lleva la mano al oído. Me doy
cuenta de que tiene una especie de auricular.
—Está bien— murmura para sí
mismo.
Le veo coger un borrador de
pizarra y borrar el nombre de Ellie Darksky. ¿Qué significa eso? ¿Ellie ha
muerto? No. No puede ser eso. Seguro que no.
Marcus se quita el
auricular del oído y se vuelve a dirigir a mí.
—Se le pasará en una o dos
horas, en el mejor de los casos. En el peor, es probable que muera— dice, como
quién anuncia el tiempo que hace fuera.
—¿Qué? — estoy gritando
pero no me importa— ¡Esto es culpa vuestra! ¡Dale algo! ¡Dale medicina!
Él me lanza una mirada
divertida y saca del bolsillo una pequeña cajita de pastillas blancas y azules,
y me la tira al brazo, con pésima puntería. Me sorprende que haya cedido.
—Dale dos de esas— dice,
mientras da vueltas entre sus dedos a la cremallera de su chaqueta— Ayudará a
depurar lo que haya quedado del líquido de prueba.
La recojo como si me fuera
la vida en ello. Mitchie es la única que me importa aquí. No puede morirse.
Abro la cajita y saco dos
pastillas. Una se me cae y se rompe. Lanzo una maldición. La tiro hacia un lado
con el pie y saco otra.
Mitchie no responde. Esta
flácida en mis brazos. Le abro con cuidado la boca y le meto las pastillas. Le
muevo la mandíbula y le obligo a tragar. Ella abre un poco los ojos. A través
de sus oscuras pestañas, veo que sus pupilas han vuelto a su tamaño normal.
Suspiro aliviada, y la dejo en el suelo.
Me levanto para devolverle
las pastillas a Marcus, y veo que la mayoría de los muchachos de la sala están
igual que Mitchie. Fríos, inmóviles. Marcus esta borrando otros dos nombres, y
no me ha visto. Aprovecho para meterles en la boca a los jóvenes más cercanos
otras dos pastillas. Ellos parecen estar mejor que Mitchie, porque son capaces
de tragar solos. Se empiezan a incorporar. La medicina de Marcus realmente
funciona. Pero Mitchie sigue sin levantarse.
Le devuelvo rápidamente las
pastillas a Marcus, que las acepta sin decir una palabra, y vuelvo al lado de
Mitchie. Parece estar un poco mejor.
Suspiro aliviada de nuevo.
Ella parece reaccionar al
ligero sonido que he emitido, y abre los ojos. Nos miramos y la abrazo. Creo
que las dos estamos llorando.
—Creía que ibas a morir...
— le digo temblorosa, apartándole un mechón de castaño pelo de los ojos.
Ella me mira con ojos
vidriosos.
—No creo que haya faltado
mucho— dice, con voz débil.
La vuelvo a abrazar y le
sonrío aliviada.
—Pues claro que te he
salvado— digo, burlona— ¿Con quién iba a hablar estas semanas si no estabas tú?
Ella me mira sonriendo. Me
encanta como sonríe; se le forman dos pequeños hoyuelos en las mejillas, y le
devuelve un poco su aspecto de antes.
—Seguro que ha sido por
eso— dice risueña.
Le ayudo a incorporarse, y
nos quedamos sentadas una al lado de la otra, como cuando éramos más pequeñas.
Mitchie es como una hermana más para mí, al igual que las otras. En la pizarra
quedan solo dieciocho nombres.
Dieciocho…
¿Eso significa que han
muerto siete el primer día?
“Vamos bien, entonces”
pienso irónica.
De repente recuerdo que el
nombre de Mitchie podía haber desaparecido de esa pizarra también, y me pongo
seria. Esto no es un juego.
A pesar de haber salido
mucho mejor parada que Mitchie, tengo un terrible dolor de cabeza que no me lo
quita nadie. Me palpita dolorosamente el cráneo; es como tener otro pequeño
corazón latiendo en la cabeza.
Quedamos dieciocho.
Solo es el primer día, solo
han pasado unas horas. ¿Cuantos más nos dejarán definitivamente durante en
estas dos semanas?
Llevo sentada con Mitchie
sin moverme alrededor de veinte minutos. No hablamos mucho; estamos demasiado
exhaustas para ello.
Entonces sacan los
cadáveres.
Tanto Mitchie como yo nos
tapamos la boca, horrorizadas. Entonces me doy cuenta de lo poco preparadas
para esto que estábamos en realidad. En el Refugio siempre nos habían tratado
bien. Jamás habíamos visto un muerto entre sus paredes. Tal vez un par de
narices rotas, o una pelea acabada en las manos. Pero esto...
Esto es asesinato. No se
puede expresar con otra palabra.
Los cuerpos están colocados
en una estrecha camilla y tienen un aspecto horrible. Sus pieles están
azuladas, como el color del líquido que nos han inyectado. Los ojos, están
abiertos y en blanco. Sigo hipnotizada la trayectoria de un cadáver en
particular. Uno de sus brazos cuelga de su improvisada camilla. Allí, con el
rostro vuelto hacia un lado y la piel de un color tan surrealista como la de
los demás, está el chico delgaducho y alto que estaba conmigo. Su boca, abierta
ligeramente, deja ver unos dientes largos.
Un fino hilillo de sangre
se le escurre por la barbilla.
Se los llevan rápidamente,
pero aún puedo ver el cuerpo de la pequeña Ellie una última vez. Veo un retazo
de pelo rubio trenzado y atado con una finita cuerda azul antes de que
desaparezcan de nuestras vidas para siempre.
Rezo una corta oración,
dirigida a esos siete que han muerto hoy.
Y recuerdo que mañana
mismo, yo podría estar en una de esas camillas, camino de un cementerio. O un
vertedero.
Ya no estoy segura de poder
sobrevivir a mi Periodo de Prueba. Y creo que Mitchie está pensando exactamente
lo mismo. Tiene la misma expresión de horror que debo tener yo.
—Leia— me susurra.
Yo me inclino a su lado.
—Puede que no lo
consigamos— dice, y se la ve realmente asustada.
¿Mitchie? ¿Asustada? Esto
tiene que ser una pesadilla. Ella nunca nos había dejado entrever su miedo.
Ella no le temía a nada.
Le cojo las manos. Ya no
están tan alarmantemente frías; su temperatura va subiendo poco a poco.
—Oh, Mitchie— susurro— No
digas eso. Nosotras lo lograremos. Pasaremos nuestro Periodo de Prueba y
tendremos un ángel guardián. Como Bethany. Nadie podrá siquiera pensar en
hacernos daño entonces.
Ella asiente con la mirada
perdida.
—Sí, como Beth… — dice,
pensativa— ¿Sabes? A veces la oigo gritar por la noche, en sueños.
Yo esbozo una tensa
sonrisa.
—Lo sé— respondo—
Duermo con ella.
Mitchie lanza una risita.
—Oh. Mierda, es cierto. Lo
había olvidado. No sé en qué estaba pensando— dice frotándose la frente.
Ambas nos reímos por primera
vez en ese día. Es una sensación extraña, después de estar sumidas a tanta
presión. Me gusta. Sienta bien olvidarlo todo. Olvidar que estaremos
encarceladas durante dos semanas, que quizá no volvamos a ver el sol más, o que
probablemente muramos en el intento.
Sacudo la cabeza intentando
apartar esos pensamientos. No puedo permitirme pensar así si quiero sobrevivir.
Marcus se levanta del suelo
y empieza a hablar a voz en grito, sobresaltándonos a todos.
—Bien— dice— Sois los
dieciocho que habéis sobrevivido a la prueba mental de hoy. No podéis alegraros
todavía— sigue hablando— Cada tres días tendréis otra prueba como esta, y
muchos de vosotros caeréis definitivamente.
Mi cabeza da vueltas. ¿Otra
hora infernal, en aquella sala? ¿Cada tres días? No iba a poder aguantar tanto.
El único consuelo que podía hallar, era que volvería a hablar con Mer.
Necesitaba hablar de un tema urgente con ella. Mientras mi cabeza procesaba esa
nueva información, Marcus mencionaba los nombres de los que habían sobrevivido
a la primera prueba. Oigo vagamente alguno de ellos: Theresa Bell, John Steven,
Kassandra Johnson… También oigo los nuestros: Mitchie Windsound y Leia
Sunshine.
Cuando acaba se coloca en
el centro de la habitación.
—Esta tarde íbamos a hacer
un ejercicio de resistencia física, pero por problemas que no os incumben…
—dice esto dejando que cualquier pregunta sería muy mal bienvenida —… no
podremos realizar. Así que ahora procederemos a asignar vuestras habitaciones
y después podréis bajar a comer. Esta tarde tendréis tiempo libre. Os
aconsejo que lo aprovechéis bien.
Dicho esto, se aparta y
vuelve a la pared en la que estaba apoyado antes. Introduce una mano en el
bolsillo y saca una lista enrollada, que cuelga de un clavo en la pared.
—Tenéis indicaciones en el
plano— señala, y se va, dejándonos solos.
Soy de las primeras en
reaccionar. Antes de que ninguno se dé cuenta, yo ya he cruzado la habitación y
estoy enfrente de la lista. Busco rápidamente mi nombre, pero encuentro el de
Mitchie primero.
Estamos juntas. Y con otra
chica que se llama Kassandra. He oído su nombre antes. Miro rápidamente el
plano de debajo y me aparto rápidamente del cartel, para que los demás puedan
ver.
Agarró del brazo de Mitchie
y la arrastro a la salida. Le cuento que estamos juntas y donde debemos ir para
encontrar la habitación.
Recorremos pasillos
interminables y por causa de algún milagro sobrenatural conseguimos llegar a
nuestra habitación.
Efectivamente, en la tosca
puerta de madera, están talladas nuestras iniciales: L.S, M.W, K.J. Entramos.
Es un poco más grande que
la habitación que compartía con Beth. Antigua y con aspecto de haber sido usada
durante muchos años. Las colchas son grises y huelen a detergente. Encima de
cada cama hay un paquete con ropa, y poco más. La pequeña habitación tiene
además un cuartito de baño con justo lo necesario: retrete, ducha y lavabo.
Me tumbo en la cama junto a
Mitchie, y observo lo que será mi hogar-prisión durante dos eternas semanas.
Creo que en esa habitación
puede pasar una parte importante de mi vida. Puede que cuando abandone para
siempre esta habitación, salga con un ángel guardián a mis espaldas.
O puede que no.
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