Aquí os dejamos el capítulo 7 de "El Ángel Guardián". La semana pasada se nos olvidó colgar el capítulo correspondiente así que esta semana igual os ponemos dos. Ya podéis poneros con este porque es un poquito más largo que lo habitual. Disfrutad.
CAPíTULO 7
Paso una noche terrible.
CAPíTULO 7
Paso una noche terrible.
No he
dejado de dar vueltas en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda.
Las sábanas se me pegan al girar sobre mí misma, y las mantas de poco sirven
para resguardarme del frío que ronda por toda la habitación. Encima de mí se
oyen las suaves respiraciones de Mitchie, que dormita tranquilamente, y las de
Kassandra, que llegó tarde anoche, bastante después del toque de queda, desde
la litera de enfrente, más profundas.
No sé
qué hora será. Supongo que rondarán las tres o las cuatro de la mañana. El
ligero sonido de mis compañeras me mantiene despierta.
No nos
engañemos. No es esa la razón por la que no he podido dormir bien.
Definitivamente no.
Sé que
es una tontería. He asistido a un montón de entrenamientos desde que llegué
aquí, y seguramente más difíciles de lo que va a ser el de mañana. O mejor
dicho, el de hoy.
Ya no
soy la niña delgaducha y floja que era cuando llegué aquí por primera vez.
Aún
así, sabiendo todo eso, me pone nerviosa la idea.
Pasan
varios minutos más.
Se me
cierran los ojos, pero no consigo dormir. Doy vueltas durante unos minutos más
hasta que el sueño me atrapa por fin con sus garras y tira de mí. Y yo me dejo
llevar de buena gana, cayendo en la oscuridad.
Me
despierto de repente por un golpe de algo blando en mi cara. Una almohada. La
retiro con movimientos robóticos de la cara, al tiempo que me incorporo con los
ojos entrecerrados por la luz, que entra a raudales por la pequeña y única
ventanita de la habitación.
Abro
los ojos, tratando de enfocarlos en quién me ha tirado la almohada. Una suave
risa musical me responde.
Pongo
los ojos en blanco.
—Oh,
Mitchie. Tienes suerte de que ahora esté dormida— siseo.
Ella
se ríe.
Esta
apoyada en la puerta del baño, y tiene la cara salpicada de finas gotitas perladas.
A su lado, en su litera, Kassandra duerme profundamente.
Bostezo
sonoramente.
—¿Qué
hora es?— pregunto.
Ella
mira su reloj.
—Casi
las siete menos veinte— dice. Al ver que yo levanto las cejas añade: —No te
pongas histérica, te sobra tiempo.
Abro
la boca para replicarle, pero la cierro enseguida. Es cierto que la puntualidad
me obsesiona. Odio a los que llegan tarde.
Mitchie,
al no oír mis quejas, esboza una sonrisa de satisfacción.
Me
aparto la rígida manta y me incorporo lentamente. Siento un ligero dolor
punzante en la cabeza. Me llevo la mano al lado izquierdo de la nuca. Lo sabía.
Se me ha formado un chichón, del tamaño de un huevo. Agg, maldita sea la barra
de metal de mi cama. Esta vez tengo cuidado con ella al levantarme.
Lo
primero que hago es echarme una chaqueta sobre mis brazos desnudos y mi
improvisado pijama. Si es que a una camiseta vieja y un pantalón de chándal se
le puede llamar pijama, que no estoy segura. Recuerdo que, de pequeña, por mi
cumpleaños, mis padres me regalaron una vez una bata de franela, cómoda y
calentita. Ahora mismo la echo de menos. Mis pies descalzos entran en contacto
con el suelo, que a decir verdad, si estuviera más frío podría servir como
pista de hielo. Lo cierto es que resbala igual.
Mitchie
observa divertida cómo me estremezco, me froto los brazos entumecidos y me
encamino al baño para ver si un poco de agua fría puede despertarme un poco.
—Sí,
muy divertido, Mitch— le digo, seca.
Ella
me mira con una sonrisa maliciosa.
—Oh,
vaya, parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo hoy…
Le
saco la lengua.
—En
realidad, creo que han sido los dos a la vez— le contesto burlona. Ella hace
una mueca divertida desde el calor de su chaqueta, y debajo su jersey.
—Siempre
he querido robarte ese jersey, lo sabes, ¿verdad?— le digo con voz maliciosa.
Me
lanza un guiño.
—Sí,
sobre todo por su forro de plumas calentitas— dice regodeándose, y yo le lanzo
una mirada asesina.
—Anda,
cállate y despierta a nuestra querida bella durmiente ¿Quieres? Será culpa
nuestra si llega tarde.
Mitchie
suelta un sonoro resoplido.
—Tampoco
pasaría nada, nadie la echaría en falta…— reniega ella, y deja la frase sin
acabar— Además, no tengo ningún príncipe azul.
—¿Has
mirado bien en los bolsillos?— me lanza una mirada cómplice y yo pongo los ojos
en blanco. Mitchie es incorregible.
Llego
al baño y paso de cerrar la puerta con cerrojo, así que la dejo entreabierta.
Ya no me da tiempo a ducharme, y seguro que Mitchie me habría dejado el agua
fría. Enciendo el grifo del lavabo y trato de que salga un poquito más
caliente. Misión imposible, definitivamente.
Al
otro lado de la puerta oigo las palabras de Mitchie, que trata de despertar a
Kassandra, y posteriormente, los quejidos adormecidos de esta última.
Lleno
mis manos de agua helada y me la hecho por la cara. Suelto un chillido hogado.
Está congelada.
Bueno,
por lo menos servirá para despertarme. Me seco con una toalla que encuentro
colgada en un asa de metal, junto al lavabo. Parece ser que alguien ha repuesto
las que gastamos nosotras ayer.
Tengo
la sensación de que ha pasado toda una eternidad desde entonces. Pero solo fue
hace un día. El tiempo se me ha pasado muy despacio.
Salgo
del baño y Kass ya está despierta, con aire enfurruñado, y jugando con las
esquina de la sábana de su cama. Cuando me ve se levanta, camina
apresuradamente a mi lado y se encierra en el cuarto de baño. A los pocos
segundos oímos como se cierra el cerrojo desde dentro.
Mitchie
está apoyada en nuestra litera, con el ceño ligeramente fruncido, y dando
golpecitos impacientemente con el pie en el suelo. Alzo una ceja.
Parece
querer empezar a soltar tacos en cualquier momento. Le lanzo una mirada
silenciosa, invitándola a hacerlo.
Ella
me responde con un gesto con los dedos que quiere decir claramente “Luego te
cuento” yo asiento mientras ella se sienta en mi cama.
Me
agacho para mirar debajo de mi cama. Arrugo la nariz, y trato de respirar lo
menos posible, pero aún así, suelto un estornudo. Esto está lleno de polvo.
Mitchie se ríe.
Entrecierro
los ojos, tratando de vislumbrar algo en la oscuridad. Distingo un bulto
deforme. Ahí está. Mi bolsa de lona. Anoche le di una patada que le mandó al
fondo del hueco de la cama.
Extiendo
el brazo, tratando de alcanzarla, pero está demasiado metido, por lo que mi
brazo no llega.
—¿Mitchie?—
pregunto poniendo un tono inocente.
Mitchie
se agacha junto a mí. En ese instante oigo el agua de la ducha empezar a caer
al abrirse el grifo.
Le
señalo a Mitchie con una mano la deforme forma de mi bolsa de lona. Ella
suspira y extiende el brazo para alcanzarla. Tiene que meter el hombro hasta el
hombro, pero consigue llegar hasta ella. Hay veces en las que me gustaría ser
tan alta como ella, y esta es una de ellas. Pero cada uno nacemos como nacemos,
y no se puede hacer nada al respecto.
Me
tira al regazo la bolsa y se sube a su cama. Mascullo un inteligible “Gracias”
y la abro de un tirón. Saco las dos primeras prendas que veo, vuelvo a dar otro
tirón al cordón que cierra la bolsa y la empujo de nuevo bajo la cama.
Me
pongo unos pantalones elásticos y flexibles negros, parecidos pero sin ser a
las mallas, y perfecto para hacer ejercicio físico. Dudo que luego nos dejen
tiempo para cambiarnos. Encima de mi top deportivo me echo una camiseta
ajustada blanca, de esas que transpiran y te mantienen en una temperatura
corporal adecuada, y encima mi chaqueta de chándal. Abrocho los cordones de mis
deportivas blancas, me hago una coleta alta y llamo a Mitchie.
—¿Estás
lista?— pregunta ella, mientras se baja de la cama de un salto.
Yo
asiento con la cabeza.
—Pues
entonces vámonos— sugiere, y en ese momento la ducha se apaga— Me muero de
hambre.
Antes
de salir, se vuelve y grita:
—¡Kass,
cierras tú, danos luego la llave!
Entonces
salimos y oímos un desesperado: “¡No, esperadme…!”
La
puerta se cierra con un chirrido.
—Muy
tarde— respondo sonriendo.
—Estoy
empezando a pensar que somos demasiado crueles— dice mi amiga, mordiéndose el
labio divertida.
Me
encojo de hombros, meto las manos en los bolsillos de la chaqueta y echo a
andar, con Mitchie pegada a mis talones.
Esta
vez no tardamos demasiado en encontrar el comedor, Cuando estamos a punto de
cruzar la puerta de entrada oímos un grito de chica llamándonos.
—¡Leia!
Nos
volvemos y encontramos a Kalie corriendo hacia nosotras, aparentemente
encantada con algo.
—Hola
Kalie— dice Mitchie, sonriendo— Se te ve contenta. ¿Algún motivo especial? ¿Ha
pasado algo?
Kalie
se lleva una mano al pecho, fingiendo estar ofendida.
—¿No
puedo estar feliz sin ninguna razón oculta?— Mitchie y yo intercambiamos
miradas atónitas— Bueno, vale— admite ella con una risita— Es Marcus. Ha venido
hace unos minutos a mi habitación
Alzo
una ceja.
—¿Y
eso es… un motivo de celebración?— pregunto extrañada.
Kalie
duda.
—Bueno,
normalmente no es bueno— coincide ella— Pero en este caso sí.
Nosotras
la miramos expectantes mientras entramos al comedor.
—Van a
cambiar de habitación a Kassandra— dice sonriendo.
A
nosotras se nos forma en el rostro una expresión de duda.
—¿Y
adonde le van a llevar? — pregunta curiosa Mitchie.
—Eso
es lo mejor— contesta Kalie, radiante— La van a mandar a mi habitación.
—¿Qué?—
digo— Pero eso es muy malo… Un momento, vuestra habitación está completa,
¿cierto? ¿Entonces a quién nos van a meter a nosotras?
—¡A
mí!— exclama Kalie, y nos abraza. Me recuerda mucho a una niña pequeña de esas
a las que es imposible no querer.
Mitchie
es la primera en soltarse.
—Pero…
¿Por qué?— pregunta, con franca curiosidad— Tenía entendido que Marcus no
quería que estuvieras con nosotras…
Kalie
se encoje de hombros.
—Respecto
a eso… parece que se llevan bien.
Mitchie
pega un bote.
—¡Já!
¡Lo sabía!— exclama— ¡Ya la tienen fichada! ¿Le habrá sobornado con algo?—
pregunta.
Pongo
los ojos en blanco y me acerco a la fila que espera junto a la barra, esta vez
con un plato en vez de una bandeja.
A mi espalda,
Mitchie sigue parloteando sin parar a una Kalie que no sabe que excusa poner
para escabullirse.
La
anciana de la barra nos ofrece a cada uno un bol de cerámica, algunos con la
esquina desportillada, llenos hasta el borde con algo viscoso, que parece…
¿Gachas? Un bol de leche lleno de gachas, creo. Otra mujer nos coloca en el
plato un vaso de zumo en equilibrio, y la última nos da un paquete de galletas
y una cuchara. Mmm… amo las galletas.
Cuando
coloco la bandeja en nuestra mesa de siempre, la más alejada de la puerta, oigo
un sonoro “Crash” a mi espalda, y me vuelvo. Veo a un Aspirante del pelo rubio
ceniza con una expresión de pánico en el rostro, mirando el vaso hecho añicos
de pequeños cristales distribuidos por el suelo y una gran mancha naranja
distribuyéndose rápidamente por el suelo. Sé por qué está asustado. Es una
tontería que le puede acarrear un castigo si alguien que yo me sé lo ve, y
claramente el chico está pensando lo mismo que yo. A mi lado pasa una sombra
veloz que deja su bandeja junto a la mía, coge un fajo de servilletas y se
arrodilla junto al charco naranja. Mitchie. Le ofrece un par de servilletas al
chico con una sonrisa y los dos empiezan a limpiarlo todo. Pongo los ojos en
blanco y me siento en mi silla, junto a Kalie, que observa divertida la
situación.
Para
cuando empezamos a comer, Mitchie ya ha vuelto, y porta una radiante sonrisa.
El único resto de donde hace unos minutos había habido un gran charco de zumo
es un trozo de suelo más reluciente que lo demás.
—Me
había equivocado, las gachas no están tan malas como pensaba— dice Mitchie, con
la boca llena.
—¿En
serio?– pregunto alzando una ceja. Yo no he probado las mías.
—No.
Están peor— responde Mitchie encogiéndose de hombros— Saben horribles, las
odio.
Kalie
se ríe y yo aparto el bol con cara de asco.
En ese
momento Marcus pasa al lado de nuestra mesa, y se queda mirando el bol de
gachas apartado y lejos de mi alcance.
—Si yo
fuera tú, me lo comería— dice con un tono de voz extraño y me lo acerca— Hasta
las dos queda mucho tiempo.
Yo lo
acepto a regañadientes y me llevo una cucharada a la boca. Está realmente
asqueroso. Pero bueno, he tenido que comer cosas peores en mi vida. Marcus se
va y me llevo el vaso de zumo a los labios para ayudarme a pasar las gachas.
Cuando
termino mi bol me guardo el paquete de galletas en el bolsillo para comérmelo
luego.
No
mucho tiempo después de que hubiese terminado mi desayuno el barullo empieza a
formarse conforme los Iniciados terminan de comer. Unos minutos después alguien
pide silencio y Marcus se levanta.
—Está
bien, Aspirantes— empieza Marcus— Preparaos. Tenéis que estar en treinta
minutos en la sala de entrenamiento. Podéis aprovechar para ducharos o
cambiaros, pero no quiero rezagados en mi clase. Os espero allí, llevad ropa
cómoda. Podéis levantaros, ordenadamente— termina poniendo mucho énfasis en la
última palabra.
Mitchie
me lanza un susurro bien disimulado.
—Le
veo un poco… ¿Amable? ¿Le habrá pasado algo?
Solo
puedo asentir. Sí que es cierto que yo también le noto un comportamiento
extraño.
El
sonido de sillas arrastrándose llena el aire de la sala y nosotras nos
levantamos, dejamos la bandeja en la ya larga fila de ellas, y nos dirigimos
hacia la puerta. Está totalmente colapsada.
Nos
hacemos a un lado hasta que se libera un poco, y luego salimos de allí
caminando hacia nuestra habitación.
Cuando
pasamos por delante de la habitación siete, Kalie se detiene y llama a la
puerta.
Yo la
miro extrañada y digo:
—¿No
te habían cambiado a nuestra habitación?
Ella
asiente y añade:
—Sí, creo
que no os lo había dicho, será a partir de la semana que viene— en ese momento
se abre la puerta de su cuarto. Una chica de trenzas sonriente aparece en el
umbral. Kalie entra despidiéndose de nosotras con una mano y con la otra
cerrando la puerta a su espalda.
Mitchie
se encoje de hombros mientras llegamos frente a nuestra puerta, y empieza a
rebuscar en sus bolsillos. Las dos nos damos cuenta de algo a la vez.
—Las
llaves las tiene Kass— decimos a la par.
Lanzo
una maldición y me siento en el pasillo, contra la pared y con las piernas
extendidas, tal y como hizo Kassandra ayer, mientras Mitchie llama a la puerta
tratando de comprobar si Kass está dentro, sin éxito.
Pasan
dos, tres, cuatro minutos y yo sigo sentada en la misma posición, mirándome las
zapatillas, pensando. Puede que Kassandra esté dentro, ignorándonos, tal y como
hicimos nosotras. Un sonoro “clic” metálico me saca de mis pensamientos, y alzo
la cabeza. Veo a Mitchie guardándose algo en el bolsillo, y tras ella, la
puerta abierta. Me levanto de un salto, y formulo una pregunta sorprendida,
pero Mitchie me corta antes de que pueda abrir la boca.
—¿Qué
como lo he hecho?— adivina ella— Es un secreto.
Un
objeto alargado de metal asoma por un segundo por su bolsillo, y luego vuelve a
hundirse en él.
No
digo nada al respecto, y me limito a entrar en la habitación.
Mitchie
empieza a cambiarse a toda velocidad, y yo me encuentro tumbada bocarriba en su
cama, relajada. Hemos intercambiado papeles; ahora ella es la histérica con la
hora y yo soy la calmada.
Cuando
se ha puesto ropa cómoda, busca en el plano la “sala de entrenamiento”, y lo
memoriza mientras se prepara para salir. Yo bajo perezosamente de la cama y
tiro a la mía mi chaqueta. No creo que esta vez la vaya a necesitar.
Salimos
de la habitación, y cerramos bien la puerta. Si Kassandra quiere entrar, que
entre, tiene las llaves.
Nos
dirigimos por un nuevo camino esta vez, subiendo un par de pisos, hasta llegar
a un amplio rellano tenuemente iluminado por candelabros. ¿Qué les costará
hacer unas ventanas? No creo que sea muy complicado.
Desde
dentro ya se oyen voces, a gran volumen, unas entusiastas, otras asustadas. A
mí personalmente me da igual.
Mitchie
me pone la mano en el hombro y yo me sobresalto. Vale, puede que esté un
poquito más nerviosa de lo que quiero dejar ver.
—¿Y si
esperamos a Kalie?— sugiere ella.
En su
voz se nota también cierto tono de nerviosismo.
Yo me
encojo de hombros, en señal de que a mí me da lo mismo.
—Vale—
contesto.
Nos
quedamos paradas en el umbral, sin entrar, esperando a Kalie.
Por
fin esta aparece, sola, andando tranquilamente hacia la sala. Cuando nos ve
apresura algo el paso, y se detiene frente a nosotras con una sonrisa
intranquila. Nosotras le devolvemos otra. Va vestida con unas prendas de
chándal azul claro, un pantalón y una chaqueta fina, y debajo de esta, una
camiseta de algodón blanca. Por un lateral asoma la etiqueta.
—Hola—
le saludamos— Te estábamos esperando.
Ella
alza una ceja y sonríe de medio lado.
—No
teníais por qué— asegura ella.
Mitchie
se encoje de hombros.
—Eres
nuestra amiga. Es lo mínimo que podemos hacer— dice Mitchie, y se ve
recompensada por la sonrisa fugaz de Kalie.
A
nuestro lado pasan un grupito de chicas, con Kassandra entre ellas, riendo como
una tonta.
No nos
mira cuando pasa.
Kalie
la sigue con la mirada hasta que las chicas se pierden dentro de la sala.
—Bueno,
pues aquí estoy— contesta Kalie.
Juntas,
empujamos las altas y pesadas puertas metálicas de la sala de entrenamiento y
entramos a la habitación.
Es una
sala amplísima.
Las
altas paredes rocosas son alumbradas por antorchas apagadas colocadas a
intervalos. Mis ojos se ven atraídos por los grandes ventanales con rejas
metálicas negras, por donde entra a raudales una cálida luz. Tras ellas, se ve
el cielo azul, sin ni una sola nube entorpeciendo el paso de la luz. Un “día
puro” habría dicho Ainhoa. Aunque, quién sabe, quizá esté allí ahora mismo,
observando el mismo cielo que estoy viendo yo, junto a Bethany, la única amiga
de verdad que le queda allí. Recuerdo un día que me la había encontrado
distinta. Llevaba las puntas de su melena rubia teñidas de un azul precioso, y
yo le pregunté por qué. Ella no respondió, simplemente señaló el cielo, que ese
día fue tan puro como el de hoy, y dijo: “Allí, más
allá de las colinas verdes, hay otro mundo, lo presiento, lo sé. Y ese azul es
el mismo color del cielo que están viendo ellos. El que nos correspondería
estar viendo a nosotras. El que algún día veremos, cuando escapemos de esta
cárcel” En ese momento pensé que estaba loca. Ella solía tener ataques del
estilo a menudo, de libertarismo. Cree estar encerrada. Personalmente, tampoco
me gusta la limitada libertad que tenemos, pero allí, tras las colinas, no hay
nada. Sólo más ruinas. En el fondo debe de saberlo.
Grandes
columnas de cemento blanco sujetan el alto techo hecho por placas de piedra
antigua. Debemos estar en el último piso. Anchas vigas de metal aseguran el
aguante del techo, atravesando el perímetro de la sala y uniéndose a las
columnas en el centro de la habitación.
Ahora
que me fijo bien, las columnas no están totalmente desnudas: la basa y el
cuerpo de cada una de ellas están acanalados, creando una sensación extraña en
contraste con el techo y las vigas de metal, y el capitel decorado
minuciosamente con formas geométricas; pero la mayoría de ellas están
destrozados por el paso de los años. Me imagino cuántos siglos puede haber
estado en pie este edificio, y cuántas veces habrá tenido que ser reconstruido
y remodelado. Estoy segura de que las vigas de metal no estaban aquí cuando se
levantó esta construcción. Al menos debe de estar aquí desde que los primeros
ángeles caídos fueron expulsados del cielo y empezaron a poblar los rincones
oscuros de la tierra.
Poco a
poco este pequeño grupito variopinto fue aumentando hasta formar un grupo
considerable. Crearon para ellos una nueva vida, y establecieron un objetivo
común: destruir a aquellos que habían sido responsables de su expulsión del
cielo. Eso englobaba a todos los ángeles puros, y si podían llevarse con ellos
a alguien más, tanto mejor. Y luego pretendían gobernar el mundo ellos, los
ángeles caídos. Empezaron con cosas pequeñas, como quemar las casas de los
humanos, asesinarlos. Lo que fuera para atraer a los ángeles puros a la Tierra.
No
tardaron demasiado en lograrlo.
Los
ángeles, alarmados por los extraños y repetidos asesinatos, mandaron gente a
comprobar qué había alterado el orden. Y con cada cuerpo más, encontraban lo
mismo.
Una
pluma negra con su extremo inferior manchado de sangre.
Desde
ese momento, ese fue el símbolo de los ángeles caídos, una pluma manchada de
sangre. Una promesa de venganza. Fue en ese instante, cuando empezaba a
formarse el caos arriba, cuando ellos dejaron de llamarse ángeles caídos, y
pasaron a llamarse ángeles oscuros.
Luego
empezaron las guerras.
Eso es
lo que dicta el libro de historia angélica.
Los
ángeles puros, obviamente no se lo esperaban. Ellos creían que iban a tener con
luchar con cuatro ángeles caídos mal nutridos, y torpes, pero les sorprendió lo
que encontraron: cientos y cientos de ángeles oscuros, fornidos, armados hasta
los dientes con todo lo que habían podido encontrar. Los ángeles puros,
totalmente desprovistos de armas para acabar con ellos, fueron cayendo uno a
uno.
Pero
había más ángeles puros.
Y
desde entonces han combatido sin tregua, sin haber ganador, pero tampoco
perdedor.
En el
lateral izquierdo de la sala, clavadas en el suelo, hay al menos cuarenta
esculturas a tamaño real, pulidas pulcramente. En el extremo derecho también
las hay, ambos grupos colocados frente a frente. Uno de los lados representa a
los ángeles oscuros, cuyos rostros muestran una expresión feroz, y portan armas
rudimentarias, mazas, hachas de guerra, cuchillos tan largos que parecen
espadas.
El más
cercano a mí viste con una túnica. Todas las estatuas son de un feo color
blanco sucio, tirando a gris, y todas llevan una expresión aterradora en el
rostro, de esas que parecen capaces de derretirte. Esta porta un cuchillo tan
largo como mi antebrazo, uno de sus lados aserrados. Podría jurar que la
estatua representa que está hecho de hueso. Hueso pulido y afilado. Demuestran
tanto odio…
En el
otro lado del salón están los ángeles puros. Muestran exactamente lo contrario
que los ángeles oscuros. Sus rostros, en vez de aterradores, tienen una
expresión cuidadosamente neutra, como si hubiese sido borrada intencionalmente,
pero al tiempo demuestra armonía y…. ¿Paz? No estoy segura. Sus ropas son
apenas visibles bajo la gruesa armadura. Un casco cubre la mayor parte de sus
cabezas. Sus armas, al contrario que las de los oscuros, parecen desprender luz
propia. No podría explicar cómo, pero realmente da esa impresión. Como si
estuvieran ardiendo. Armas celestiales. Es irónico.
Ambos
lados de la sala parecen estar observándose mutuamente, preparándose para
entrar en combate. En este salón han reproducido el comienzo de una batalla
entre ángeles. Muy sugerente.
Las
esculturas ocupan unos pocos metros, una mínima parte de la gran sala. Parecen
formar una especie de pasillo que conduce al otro lado de la habitación, donde
esperan ya la mayoría de los Aspirantes.
Nosotras
avanzamos lentamente, como si tuviéramos algo pesado en los zapatos, mirando
las esculturas ambos lados de la amplia habitación. En mitad del pasillo hay
talladas unas letras que sobresalen un tanto del frío suelo empedrado.
In omnia saecula bellum. A bello non potest vinci, sed
semper ad merces.
Llevo
varios años tomando clases de latín, aunque no es para nada mi fuerte. Pero aún
así, logro entender lo que dice la inscripción.
“La
guerra interminable. Una batalla que no se puede ganar, pero siempre se ha de
librar”
Ambos
grupos de ángeles tienen las alas extendidas. La única forma de distinguirlos
entre ellos es por sus vestimentas y rostros. Según vamos avanzando distingo
nuevas figuras, ocultas tras las alas de los ángeles puros. A diferencia de los
que les protegen, este grupito no tiene alas.
Somos
nosotros.
Estas
últimas figuras son algo más pequeñas que los ángeles que los protegen. Bueno,
en la realidad también es así, pero en esta representación lo han remarcado
para hacerse notar quién es quién. Aunque a quién van a engañar.
Los
ángeles nos desprecian por ser humanos.
En sus
rostros, a diferencia de la expresión neutra de los ángeles, hay expresiones
furiosas. Demuestran odio, pero no llega a asemejarlos a los de los ángeles
oscuros. Quieren verlos muertos. Eso lo dejan claro. También, pero en bastante
menos medida, se ve algún rostro asustado. Son “las ovejas negras” que diría
Maia.
Mitchie
también se ha percatado de ellos. Me los señala con un dedo, y yo asiento casi
imperceptiblemente. A mi otro lado, Kalie nos sigue muy de cerca, intentando
mantener una expresión serena, pero sus ojos la delatan. Tiene miedo, como
todos nosotros. Seguimos andando y dejamos atrás las estatuas. Mitchie aparta
la vista de las esculturas y la fija en la espalda del muchacho rubio, su
mirada extraña.
En el
otro lado de la sala esperan ya la mayoría de los Aspirantes, incluida Kassandra,
apoyada en una de las columnas. Me percato de otra cosa. En esta parte de la
habitación, las columnas son diferentes. Están construidas con pequeñas
figuritas. Representan nuestra historia.
De
nuevo, muy sugerente.
En la
pared del fondo hay un amplio estante, lleno hasta los topes de armas. Pero
estas no son iguales que las de los ángeles puros de antes. Son más simples,
más corrientes. Y desde luego no parecen desprender fuego. Armas de diferentes
formas y tamaños recorren cada centímetro de la pared, desde diminutas y
ligeras dagas, hasta espadas con aspecto de pesar varios kilos, pasando por
mandobles de guerra. Pero todas tienen algo en común: parecen realmente
mortíferas. Pero sería improbable que fuera así, teniendo en cuenta que están
hechas para nuestro entrenamiento. Vamos, que las usaremos en peleas entre
nosotros. ¿Se arriesgarían a que algún Aspirantes acabase con un brazo o hígado
agujereado?
En una
de las vigas del techo han asegurado largas cadenas de hierro, separadas por un
espacio de uno o dos metros unas de otras, que descienden hasta el suelo.
En la zona inferior de las cadenas, atadas a cada una, hay un saco de boxeo.
Deben de haberlo traído de una de esas ciudades que aún quedan intactas, de
esas que aún desconocen nuestra existencia. Me pregunto cuánto tiempo más será
así. Hago una mueca. Tienen aspecto de pesar una tonelada. Bueno, no
exageremos, quizá no llegue a una tonelada, pero si pesará varios pares (y me
refiero a muchos pares) de kilos. Cerca de los sacos hay una especie de ring de
combate bastante rudimentario. Algo más alejado hay una zona de lanzamiento de
armas, las dianas agujeradas, pintadas con colores vivos, que hacen imposible
no ser vistas desde bastante distancia atrás.
En
otra de las vigas, amarradas firmemente y aseguradas por piezas de metal, caen
hasta quedar a algo menos de un metro y medio del suelo, unas gruesas cuerdas
con un nudo atado a la base, para evitar que las cuerdas se deshilachen por el
paso del tiempo y el uso.
No
mucho más llama mi atención sobre la sala. En una esquina de la habitación hay
una pequeña puerta que conducirá a un almacén o algo por el estilo, supongo.
Marcus,
sorprendentemente, ya ha llegado, y camina por la sala lentamente,
observándonos a cada uno de nosotros con ojos de águila. A su lado,
aparentemente incómodos, le siguen tres hombres. A primera vista no reconozco a
ninguno, pero conforme nos acercamos identifico a uno de ellos. Es Gabriel, uno
de los ángeles de ayer. Este cuchichea discretamente con los otros dos hombres,
que es probable que también formaron parte del grupito de ángeles. Todos tienen
más o menos la misma altura y complexión. Parecen perritos falderos, todos
corriendo tras Marcus como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer.
Normalmente sería al revés. Marcus debería correr tras ellos. Para que los
ángeles hayan desarrollado cierto respeto hacia él, algo debe de haber pasado,
porque Marcus no es un ángel, ¿No? Pongo los ojos en blanco, tragándome las
ganas de comentar algo sarcástico al respecto, y me limito a contar los
Aspirantes que han llegado ya. Cuento dieciocho, incluyéndome a mí. Ya estamos
todos.
Parece
ser que Marcus también se ha dado cuenta de ello, porque se detiene en seco
mirando la habitación. Los ángeles se detienen también, mirando algo al otro
lado de la sala.
Marcus
intercambia un par de susurros con ellos y estos se hacen a un lado.
Nuestro
instructor se lleva algo que le cuelga del cuello por una cuerdita, un silbato,
y suelta un fuerte y agudo pitido. Me llevo la mano al oído derecho. Es
estridente y molesto.
Cuando
todos nos hemos reunido empieza a decir algo, aunque no oigo nada, pero veo sus
labios moverse. El bocinazo me ha dejado sorda. Me pierdo sus primeras palabras
hasta que consigo que me dejen de pitar los oídos.
—…sabéis,
durará tres horas y media, luego habrá un pequeño descanso, y luego tendréis
que volver aquí de nuevo— oigo decir a Marcus— Ahora realizaremos una prueba a
vuestro… físico— pone bastante énfasis en esta última palabra, no sin malicia—
Y para ello,— se vuelve hacia los ángeles, que esperan impacientes— Estos
amables ángeles puros se han ofrecido a ayudarme…
Marcus
es interrumpido por el chirrido de las grandes puertas de metal al abrirse.
Tras ellas, otros dos ángeles más que hablan animadamente, tanto su tono como
su postura, tranquila, despreocupada. Caminan tranquilamente, excesivamente
despacio. Me doy cuenta de que están intentando irritar a Marcus. Una leve
sonrisa eleva las comisuras de mis labios.
Pero
esa sonrisa se borra en cuanto identifico a uno de ellos. Mierda, mierda,
mierda. Es él.
¿No
podía haberse quedado en casa? No, por lo visto tenía que venir a fastidiar.
Los
dos nuevos ángeles llegan junto a Marcus y hacen una exagerada reverencia. Este
fuerza una sonrisa.
—Vaya,
¿qué tenemos aquí?— dice Marcus— Otros dos magníficos voluntarios que vienen a
echarnos una mano con este grupo de torpes— nos lanza una mirada de soslayo.
Castiel
desliza una mirada perezosa por todos nosotros, y entrecierra los ojos.
—Yo no
creo que sean unos torpes— hace una pausa, pensativo— O al menos, no
todos— su voz suena aburrida, casi fría— Y de todas formas, yo no he dicho que
vaya a ayudar a nadie con nada. Simplemente vengo a…observar.
Dicho
esto, se apoya en una columna y cruza los brazos.
Marcus
tensa la boca. Parece querer soltarle una bofetada. No lo culpo, Si yo fuera
él, probablemente ya lo habría hecho. Y si hubiésemos sido nosotros quienes hubiésemos
cometido la impertinencia, probablemente él también lo habría hecho. O algo
peor.
—Agradeceríamos
vuestra ayuda…
—He
dicho que no— espeta Castiel— No me repliques. Sabes que puede pasar…
Marcus
lo corta de golpe.
—¡Vale!— dice,
levantando las manos, molesto— ¡Vale! Haz lo que quieras. Observa, lo que te dé
la gana, pero no molestes.
Castiel
se frota la barbilla, burlándose de Marcus.
—En
realidad, ahora me apetece ayudaros— replica Castiel, divertido.
Pongo
los ojos en blanco.
Marcus
se lleva las manos a la espalda, exasperado. Supongo que tiene que hacer algo
con ellas para evitar estrangular al ángel, que observa su reacción con
profunda satisfacción.
—Está
bien— dice, tratando de calmar su tono— Quiero que elijáis a tres o cuatro
Aspirantes cada uno y os ocupéis de ellos— se vuelve hacia los otros tres
ángeles, que esperan con el ceño fruncido— Ya habéis oído.
Los
tres ángeles se juntan con los otros, pero mantienen una distancia
considerable. Parecen despreciarse unos a otros.
Veo a
Gabriel seleccionar a dedo tres Aspirantes, y llevarlos a la zona de
lanzamiento de armas. Su compañero hace lo mismo y se va a la misma zona con
Gabriel, seguido por los temblorosos Aspirantes. Castiel coge a otros cuatro al
azar y se va hacia el ring de combate. Su amigo nos señala a Kalie, dos chicos
que no conozco y a mí. Me despido con una mano, silenciosa, de Mitchie, que
frunce el ceño al ver que la separan de mí, que le toca con uno de los ángeles
aburridos, y que además va con Kassandra la “popular”. Intercambiamos una
última mirada apenada, y seguimos a nuestro entrenador hasta la zona de
cuerdas.
Lanzo
un resoplido. Lo que menos me gusta. Bueno, miento, el grupo de Mitchie ha ido
a ver las armas de la pared. Mientras su entrenador va cogiéndolas y explicando
cosas sobre ellas, Mitchie me lanza una mirada resignada.
Vuelvo
la cabeza para delante y me encuentro a mi entrenador a pocos centímetros de mi
cara. Pego un bote. Él sonríe con satisfacción.
—¿Sunshine,
cierto?— dice, aún sonriendo— Lo primero que has de aprender: nunca apartes la
atención del enemigo. Porque entonces— mueve una pierna, veloz, y de repente
estoy caída en el suelo— Pasará esto. Nunca dejes que el enemigo te sorprenda.
Dicho
esto, me ofrece la mano para que me levante, y yo la acepto, todavía confusa.
—¿Cómo
has…?— balbuceo.
—Esa
es una cosa que aprenderéis a su debido tiempo— responde, anticipándose a mi
pregunta.
Se
aleja de mí. A pesar de estar ahora lejos, puedo ver decenas de pecas que le
hacen parecer más joven; más incluso que yo, aunque sé que me saca por lo menos
varios años años. Su mirada se vuelve a encontrar con la mía, y una sonrisa
burlona se enciende en su rostro, haciendo que aparte la vista. Odio que la
gente tenga esa capacidad sobre mí.
—Me
llamo Uriel— se presenta. Su voz tiene un timbre extraño, casi musical. Uriel…
Es un nombre raro— Y bueno, como vuestro instructor ha dicho… ¿Marcos, se
llamaba?— pregunta.
—Marcus—
dice Kalie suavemente.
Uriel
le dirige una mirada de aprobación.
—Pues
casi acierto, entonces— admite Uriel— Como iba diciendo, vuestro instructor
Marcus…— lanza una mirada interrogante a Kalie, que asiente y sonríe— Me ha
encargado ocuparme de vosotros durante el tiempo que estéis aquí, en el
complejo.
Uno de
los chicos interrumpe.
—¿Tú
serás nuestro entrenador durante las dos semanas?
Uriel
entrecierra los ojos, pensativo.
—Por
ahora, sí. Al menos mientras mantengamos lo que acordamos.— responde— En la
mayoría de los entrenamientos yo seré vuestro monitor. Otros serán conjuntos. Y
puede que no sean las dos semanas, habrá gente que no aguante tanto tiempo—
añade, con un tono serio.
Los
cuatro Aspirantes del grupo nos tensamos al instante.
—Era
broma— dice Uriel, haciendo un gesto de obviedad— Estoy seguro de que vosotros
cuatro pasareis sin problemas.
Sé que
lo cree en serio, y a mi alrededor noto los cuerpos de los otros relajarse.
Pero yo no estoy tan segura. Como él mismo ha dicho, hay que estar en constante
alerta; no podemos relajarnos.
—Y
bueno, vosotros ¿cómo os llamáis?— pregunta Uriel, aparentemente tranquilo. De
repente me alegro de que nos haya tocado él. Parece sin lugar a dudas el más
simpático de los cinco.
Nosotros
nos miramos.
—Yo
soy Daniel—dice el que tengo a mi lado, de pelo castaño muy oscuro— Pero
prefiero Dan.
Uriel
le hace un gesto con la cabeza a Kalie, y esta habla.
—Yo
soy Kalie— dice, y por primera vez desde que la conozco, no parece asustada.
Todo lo contrario, parece cómoda con el entrenador que nos ha tocado.
—Michael—
dice el otro chico, y solo quedo yo.
—Yo
Leia— digo, con el tono más neutro que puedo.
Uriel
repasa los nombres señalándonos uno a uno.
—Kalie—
dice señalándola, y ella asiente, complacida— Tú eras….
Señala
con un dedo a Michael.
—Espera,
que me lo sé. Era… ¿Michael, tal vez?
Este
asiente casi imperceptiblemente.
—Vale—
dice Uriel— Tú eras Dan, y tú eras… ¿Paula?
Siento
una ligera decepción al ver que se le ha olvidado ya mi nombre, y abro la boca
para replicar.
—Solo
bromeaba. Tú eras Leia.
Yo
asiento.
—Bueno,
pues ya estamos todos. ¿Sabéis escalar?— pregunta Uriel, echando un vistazo a
las sólidas cuerdas— Escoged una cada uno. Os dejaré un rato libre para que
practiquéis. Luego haremos un juego.
Eso de
“juego” podría haber sonado infantil en boca de cualquier otro, pero en la suya
no. En la suya suena más bien a “reto”. Kalie y yo nos acercamos a una de las
cuerdas cada una, y los otros Aspirantes hacen lo mismo. Sigue sobrando una.
Uriel
la observa un segundo antes de sugerir.
—Bueno,
pues si esta no tiene nombre, me la quedo yo, ¿De acuerdo?
Pongo
los ojos en blanco, y le susurro a Kalie:
—Es
demasiado entusiasta.
—Puede
que sea solo el primer día así— responde esta.
—O
puede que no. Nunca he sido serio, en realidad— dice Uriel. Ha escuchado mi
comentario— O quizá lo sea con todos excepto con vosotras.
Pongo
los ojos en blanco y agarro mi cuerda con las dos manos. Dan ya nos lleva
ventaja a todos; va casi por la mitad de la suya, que equivaldrá a unos siete
metros de altura. La altura de la cuerda completa será de catorce o quince
metros.
Me
agacho un poco doblando las rodillas para darme impulso, y después salto lo más
alto que puedo. Calculo mal la altura y me quedo sentada en el nudo de la base.
Uriel me mira burlón. Ignoro su mirada, y me vuelvo a impulsar, mis manos
tratando de subir. Consigo levantarme y me quedo de pie apoyada en el nudo. Me
estoy imaginando la imagen ridícula que estaré dando. Menos mal que Marcus no
está aquí. Lo busco con la mirada y veo que está en el ring de combate,
hablando con Castiel con el ceño fruncido, mientras este le mira con cara de
"Me-da-igual". Los Aspirantes de ese grupo siguen la conversación en
silencio.
—¿Qué?
¿Piensas quedarte allí todo el día?— oigo una voz divertida a mis pies— ¡No
seas vaga, sube la cuerda!— dice Uriel
Me doy
cuenta de que tiene razón. Hasta Kalie me lleva una ventaja de un par de
metros. Michael, en cambio, parece tener problemas con la cuerda. Está hablando
con Uriel, que de repente está algo más serio, su rostro sin la diversión de
hace unos segundos. Me impulso una vez más, y rápidamente empiezo a subir. Entrelazo
los pies tras la cuerda para tener mayor sujeción y empiezo a ascender.
Cuando
voy más o menos por el metro diez, pasada la mitad, veo que Kalie para de
golpe, y pierde el equilibrio. Baja la cabeza al suelo, y luego me mira de
nuevo. Una expresión de terror se apodera de sus ojos.
—Vamos
Kalie— consigo mascullar, entre jadeos. He parado para hablar con ella, y me
cuesta mantenerme sin nada en lo que sujetarme. Pero Kalie parece a punto de
caerse. — Vamos, Kalie— repito, recuperando el aliento— Ya queda poco… vamos,
sube.
Ella
parece recuperar fuerzas con el sonido de mi voz, y asciende un par de metros
hasta casi rozar el techo con la cabeza. Pero entonces se vuelve a parar.
Escalo hasta quedar a su altura, y le pregunto:
—Kalie,
¿Qué pasa?— ella se muerde el labio– Ya lo tienes. Solo estira la mano, toca el
asa y baja.
Ella
tartamudea al hablar.
—No-no
puedo— mira aterrada al suelo, donde Uriel ya se ha percatado de que pasa algo—
Yo… te-tengo vértigo.
¿Qué...?
¿Vértigo? A buen lugar has ido a parar entonces, amiga.
—Vamos
Kalie— le animo— Déjalo ya. No pasa nada si o tocas el techo. Baja. Y no mires
hacia abajo.
Ella
obedece, temblorosa. Yo asiento con una sonrisa y ella me la devuelve,
empezando a bajar. Entonces, uno de sus pies se separa de la cuerda, ella
pierde el equilibrio de nuevo, y se encuentra colgando únicamente de las manos,
gritando, a quince metros de altura.
Yo
abro mucho los ojos. Se va a caer.
Pero
no. Kalie consigue sacar fuerzas de algún sitio y se amarra firmemente a la
cuerda, asegurándose de cruzar los pies bien esta vez.
Yo
suspiro aliviada.
Descendemos
sin prisa, yo esperando a Kalie, que baja más despacio. Cuando siento el nudo
bajo mis pies no puedo hacer otra cosa que sonreír.
Salto
el último trozo que me separa del suelo y aterrizo en cuclillas, con Kalie a mi
lado. Dan llevaba un tiempo ya abajo, esperándonos. Michael, en cambio, sigue
ascendiendo torpemente.
Kalie
me sorprende abrazándome.
—Gracias,
Leia— dice, y sé que lo dice de corazón— Por ayudarme allí arriba.
—Pero
si yo no…
—Ssh—
me calla ella— Claro que lo has hecho. Si no fuera por tus ánimos, yo
probablemente me habría caído— ve que quiero replicar y me interrumpe de nuevo—
Y además, sé que te retrasaste para quedarte conmigo y asegurarte de que bajaba
bien.
Yo me
encojo de hombros.
—No
quería que te pasara nada— admito.
Kalie
sonríe ampliamente.
—Ni yo
que te pase nada a ti— sentencia ella.
En ese
momento oigo a Michael gritarle algo a Uriel, y veo a este haciéndole señales
para que descienda hasta el suelo de nuevo. No ha conseguido llegar hasta
arriba del todo. Le han faltado unos metros.
Cuando
Michael está de nuevo en el suelo, Uriel empieza a hablar rápidamente con él.
El chico asiente, con un semblante apesadumbrado. Aparto la mirada, sin querer
meterme en asuntos que no me incumben. Kalie y yo volvemos a subir, y esta vez
tanto ella como yo mejoramos mucho. Aunque seguimos sin estar a la altura de
Dan. Para cuando bajamos de nuevo al suelo, Uriel nos está esperando, con una
gran sonrisa en su rostro.
—¿Os
apetece hacer una carrera?— pregunta, expectante.
Nosotros
nos encojemos de hombros, cohibidos.
—Genial—
concluye él. Se ha respondido él mismo— Kalie, contra Michael. Dan, contra
Leia.
Yo
miro a Dan, solo un segundo, y veo que él hace lo mismo. No tiene tanta
seguridad como yo pensé que tendría, teniendo en cuenta que se le da genial
esto.
—Primera
pareja— dice Uriel, haciendo un gesto con la cabeza a Kalie y a
Michael—Preparados— Kalie y su pareja se agarran a una cuerda cada uno— Listos–
Kalie flexiona levemente las rodillas, como he hecho yo antes— ¡Ya!
Kalie
da un salto tremendo, y se sube la primera a la cuerda. Michael, a su lado,
parece en mejores condiciones que antes, pero sigue por debajo de Kalie. Los
dos empiezan a subir.
Kalie
llega rápidamente al techo, seguida de cerca por Michael. Mientras tanto, aquí
abajo nos ocupamos de animar. Dan anima a Michael y yo a Kalie.
—¡Vamos
Kalie!— grito—¡Ya lo tienes! ¡Ahora solo baja! ¡Ya has ganado!
Parte
del resto los Aspirantes de la sala se vuelven para mirarnos.
Kalie
me lanza una fugaz sonrisa victoriosa. Está a solo seis metros del suelo, de la
victoria…
Pero
entonces Kalie resbala. Se suelta de la cuerda. Y cae.
Todo
pasa a cámara lenta.
La
mano de Kalie desprendiéndose del agarre de la cuerda por las prisas. Su
expresión de incredulidad y después de puro terror. Mi grito de ánimo
convirtiéndose en uno de horror.
Y a
Uriel, pasando junto a mí como una exhalación. Se coloca bajo la cuerda y abre
los brazos. Veo su rostro tensarse por el esfuerzo de atrapar un nuevo peso. Lo
siguiente que veo es que Kalie aterrizado en sus brazos abiertos, ilesa.
Corro
a su encuentro, y la abrazo.
Ella
tiene los ojos muy abiertos y las pupilas totalmente dilatadas por el miedo. Le
acaricio el pelo rubio, intentando tranquilizarla. Su pecho sube y baja
mediante espasmos.
—¿Estoy
muerta?— pregunta, y si no hubiera sido un momento tan serio, me habría reído.
—No,
no lo estás— respondo sonriendo— Él te atrapó.
Le
señalo a Uriel, que se acerca a nosotras para ver qué tal está.
—Pues…
gracias— balbucea Kalie todavía impresionada.
Uriel
sonríe en respuesta.
—No
tienes por qué dármelas— dice al tiempo que se levanta– La siguiente pareja,
¿estáis…?
No
llega a acabar la frase, ya que se ve interrumpido por el fuerte pitido del
silbato de Marcus.
—¡Cambio
de puestos, Aspirantes!— grita Marcus, tan malmumorado como siempre
Uriel
alza la vista, sorprendido, y mira su reloj. Ha pasado la mitad del tiempo.
¿Tanto? ¿Cómo ha pasado tan rápido?
—¿Adónde
tenemos que ir ahora?— pregunta Dan.
Uriel
se lo piensa antes de responder.
—Podemos
ir a... — su mirada recorre toda la sala, pensativa, y al final se decanta—
¿Qué os parece la zona de sacos?
Lo
dice como un pregunta, pero su tono no da cabida a una negación. Yo me muerdo
el labio, insegura.
El
estridente pitido del silbato vuelve a sonar.
—Debido
a una reorganización general, esta segunda parte solo durará media hora, y el
cuarto de hora restante se usará en el entrenamiento de después, ¿vale?— el
tono de Marcus, como el que acaba de usar Uriel (aunque el de este más amable)
es pronunciado como una pregunta, pero es de las que no han de esperar
respuesta. De hecho, pobre del que le responda.
Uriel
se encoje de hombros, y echamos a andar hacia la zona de sacos. Una mano fría
me agarra por el mi hombro. Me vuelvo y veo a Dan sonriéndome.
—Quiero
la revancha— dice.
—Tal
vez luego…—le contesto, haciendo una mueca desafiante.
—Lo
estaré esperando— dice, sonriendo de medio lado— Pero que sepas que te
machacaré.
Yo le
saco la lengua.
Él me
responde con la misma moneda.
Cuando
llegamos a los sacos, resulta que ya había un grupo allí. El grupo de Castiel.
Los dos ángeles se saludan con un la cabeza.
—Hey—
saluda Castiel, y el tono áspero que había usado con Marcus ha desaparecido, dejando
en su lugar el tono melódico y tan especial que les correspondía a los ángeles—
¿Cómo tú por aquí? Esta zona me la he pedido yo ahora.
Uriel
alza una ceja, desafiante.
—¿Lo
echamos a suertes?— pregunta con una sonrisa de medio lado.
Castiel
asiente con la misma expresión retadora.
— Si
yo gano me quedo con esta zona. Si tú ganas, te la quedas.
—Trato
hecho.
—Y si
gano yo intercambiamos los grupos en el próximo entrenamiento— propone.
Uriel
asiente con la cabeza, y a mi entran unos cosquilleos terribles en el estómago.
¿Qué? Por favor, por favor, por favor, Uriel, gánale. No podría entrenar con
él. No podría. Sería demasiado incómodo.
Uriel
y Castiel se apartan a un lado, y empiezan a intercambiar comentarios con una
sonrisa.
Como
diez minutos después, Marcus aparece quién sabe de dónde y empieza a echarles
una reprimenda por dejarnos aquí sentados sin hacer nada. Los ángeles se
limitan a encogerse de hombros. Perdemos otros diez minutos.
Por
fin, Marcus les suelta, y Uriel se vuelve hacia Castiel. No parece que les haya
afectado de ninguna forma las palabras de Marcus.
Castiel
le hace una señal con la cabeza a Uriel, indicándole que empiece. Este se
coloca frente al saco. Me extraña que no se pongan guantes. Eso les va a doler.
—¿Alguien
tiene un reloj?— un Aspirante cercano a él le ofrece el suyo, y Castiel lo mira
con desagrado— Analógico no, idiota. Necesito uno digital, con cronómetro.
Miro
mi reloj de muñeca y me lo desabrocho. Cuando termino se lo tiro y él lo agarra
con unos reflejos increíbles. Masculla un “Gracias” sin mirarme, y se vuelve de
nuevo hacia Uriel.
—¿Listo?—
Uriel asiente. Castiel se acerca al saco, y señala un punto concreto— Si
consigues que quede algún tipo de marca has ganado. Es un saco de arena. No es
complicado hacer eso— Uriel asiente de nuevo— Tienes treinta segundos.
Preparados, listos, ¡Ya!
Uriel
empieza a soltar golpes al saco, apuntando al punto que ha señalado Castiel, de
esos que si te dieran, te tumbaban de uno o dos golpes. Golpes terriblemente
exactos y demasiado rápidos. En una batalla, esos golpes no los verías ni
venir. Simplemente estarías en el suelo, y no sabrías como. Básicamente lo que
me ha hecho antes. Patadas combinadas con puñetazos que dan como resultado el
"combate" más impresionante que he visto jamás.
Los
treinta segundos pasan velozmente, y el pitido de mi reloj hace que Uriel
detenga sus ataques, jadeando. Se apoya las manos en las rodillas un segundo,
para tomar aire, y luego se dirige de nuevo al saco.
Lanza
una exclamación triunfante.
—¡Ajá!—
exclama, señalando una pequeña hendidura, una marquita casi inexistente en el
saco— ¡He ganado!
—Hey,
hey, hey, frena un poco, que aún quedo yo— dice Castiel, sonriendo, y se sitúa
frente al saco. Lanza mi reloj y este aterriza limpiamente en la mano abierta de
Uriel—¿Listo para perder?
Uriel
le sonríe burlón.
—Más
te gustaría— toquetea un momento mi reloj— ¿Listo? ¡Ya!
A
Castiel le toma un momento reaccionar ante Uriel y masculla inteligiblemente:
—Eso
es trampa.
Uriel
niega con la cabeza, sonriendo maliciosamente.
—No,
que va, amigo— le contradice— Eso es ser inteligente y yo que tú empezaría. Los
segundos pasan.
Castiel
parece salir de un shock.
Al
instante empieza a moverse, mucho más rápido que Uriel, y ni tan siquiera nos
deja ver dónde golpea. Lo único que nos da la certeza de que lo hace son los
pesados golpes que oímos provenientes de él. No me hacen falta ni diez segundos
para darme cuenta de quién va a ganar.
Aparto
la mirada. No quiero verlo, ni saber el resultado. “Por favor, por favor, por
favor, Uriel, gánale. Por favor.” Repito el mismo pensamiento que
anteriormente. Un ruido seco me sobresalta y yo alzo la mirada, al tiempo de
ver el saco descolgándose de la cadena y cayendo pesadamente al suelo con un
golpe sordo.
Marcus
empieza a gritar al instante.
—¿¡Pero
qué…!?
Castiel
se vuelve hacia nosotros, incluido hacia un sorprendido Uriel, con una
expresión de satisfacción y una amplia sonrisa en su rostro.
—He
ganado.
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